El cliente ya estaba extenuado. Había recorrido infructuosamente buena parte de la ciudad en busca de una cajita de jugo natural, de esas que se expenden todavía al precio nada insignificante de 60 centavos CUC; quiere decir, 15 pesos.
Él, sabiendo que cuando un artículo se «evapora» lo hace en casi todos los lugares «por problemas ajenos a la voluntad y a la bravura del jugo», se daba prácticamente por vencido. Así, en un postrer intento, llegó a La Feria, un recinto de la cadena de Tiendas Panamericanas en el que, para su asombro, una nevera exhibía tres tipos diferentes del producto.
Pero a poco sobrevendría la mayor sorpresa: pidió uno y el dependiente le respondió que no podía vendérselo. «Todos están congelados», explicó.
Entonces el usuario preguntó, en otras palabras, cuándo desaparecería esa inoportuna Antártida incrustada más allá del congelador del establecimiento, a lo que el encargado respondió: «Cuando quite la nevera de la corriente y se descongele».
El cliente iba a inquirir a qué hora bajaría el decreto regional de deshielo y ruptura de cadenas improductivas; sin embargo, enfrió más el asunto, preguntó el nombre del esquimal, es decir, del vendedor y se marchó sin el néctar.
Camino a su morada fue recordando episodios que, en otros comercios, lo dejaron más que gélido —o frito, según sea el caso— y reafirmó algo ya sabido: la gestión de venta de ciertos dependientes está por debajo del subsuelo.
Se preguntó, a la sazón, cuántas veces esos comerciantes han interiorizado la máxima de «El cliente siempre tiene la razón», la que, por cierto, no significa soportar impertinencias de los consumidores, sino situar al público en una cumbre altísima, por la cual hay que desvivirse o esforzarse al máximo.
Caviló el hombre, también, en las cuantiosas barreras que surgen en determinados sitios para no vender, que equivale a no servir: Cerrado «por inventario», «por día de la técnica», «por mantenimiento», «por día de la higiene», «por falta de agua», «por agua» (filtraciones), «por cambio de labor», «por reparación», «por ciclón», «por peligro de derrumbe»… y «por fluido eléctrico».
Pensó, sobre todo, en la congelación mental, un fenómeno que existe no solo en los comercios; vive también en numerosos escenarios vinculados a las masas en los que se apartan la excelencia, el buen trato, la exquisitez o el intento de la perfección.
¿Será que los mecanismos para estimular un servicio de altura se han congelado también, o será que, a fuerza de la costumbre, los agravios velados al público se han convertido para algunos en rutina necesaria? Así se preguntó el cliente del «desjugo» y del hielo.
En cualquier circunstancia —se dijo— es preciso ir construyendo poco a poco, con todas las armas posibles, un Sol que disuelva y aparte a los congelados mentales, un Sol que sobrepase las fiebres de las inspecciones y se haga eterno en cada punto de nuestra calurosa geografía.