Después de analizar las causas del fracaso de la Guerra de los Diez Años, en la que se derramó tanta sangre valerosa en la manigua cubana, José Martí concibe a la unidad política y cívico-militar de los Pinos Viejos con los Pinos Nuevos desde los preparativos de la contienda hasta su propia materialización como una premisa esencial para reiniciar la Guerra Necesaria contra el colonialismo español.
Martí ve en los jóvenes a «los portadores de un legado patriótico de identidad nacional» y una capacidad de sacrificio que se revela en la disposición de entrega de la vida por la libertad y la verdadera independencia. El Apóstol reconoce que el ideario juvenil cubano tiene su basamento doctrinal en el pensamiento de Félix Varela y José de la Luz y Caballero, de los que se nutre eficazmente para enarbolar una república «Con todos y para el bien de todos», y está convencido de la necesidad de desplegar entre la juventud de la época su pregón martiano de Libertad, Patria y Humanidad.
Es por ello que en la propia formación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), los jóvenes emigrados, hijos de familias patriotas, acompañaron a Martí en la interpretación de la política, en su prédica revolucionaria y en el constante diálogo intergeneracional que se generaba en los clubes del Partido defendiendo la cultura de la emancipación, el decoro, la dignidad y la justicia.
Siguiendo ese legado Julio Antonio Mella fundó, junto a Carlos Baliño, el Primer Partido Marxista Leninista Cubano en 1925, cuando apenas tenía 22 años de edad. Rubén Martínez Villena tenía solo 30 años cuando, en nombre de ese fecundo Partido, encabezó la organización de las huelgas populares que dieron al traste con la dictadura machadista. Guiteras tenía 28 años cuando organizó la Joven Cuba y participó con una valentía rayando en la temeridad en todo el proceso antimperialista que se vivió en los años 30 y hasta su muerte.
Herederos de todo ese caudal de compromiso con la Patria y la Revolución, los jóvenes de la Generación del Centenario, liderados por Fidel, supieron atraer e involucrar en el último período de guerra de nuestras gestas libertarias hasta el 1ro. de enero de 1959 a aquella parte de la juventud cubana que entendía y abrazaba la necesidad de cambiar el desorden implantado por los desgobiernos pro imperialistas impuestos desde Washington.
Llegado el Triunfo de la Revolución, lo gigantesco de la obra transformadora de la nación involucró a la inmensa mayoría de los jóvenes cubanos que comprendían cada día más, gracias a la propia obra ilustradora que la Revolución generaba con sus tareas, que en el estudio, en el trabajo y en el fusil estaban las fuerzas del cambio de cultura, estaba la única opción de materializar definitivamente el pensamiento de Martí, de Mella, de Villena, de Guiteras y de Fidel.
Rápidamente quedó claro que la consolidación de la Revolución estaba indisolublemente ligada al pensamiento martiano, marxista y leninista, por eso los jóvenes cubanos, inspirados en todo ese ideario de justicia nacional e internacional, transitaron con naturalidad y rapidez desde el compromiso con la construcción del socialismo al protagonismo en la defensa a ultranza de las ideas que sostenían la obra socialista de la Revolución.
Es por ello que hoy, cuando el imperialismo viene una vez más a la nación con la propuesta almibarada de pactos basados en el olvido histórico y convivencias condicionadas por modelos cuestionables de democracia y derechos humanos que no tienen nada que ver con la identidad nacional de los cubanos, los jóvenes revolucionarios cubanos, plenamente identificados con la ideología de la Revolución Cubana, porque son receptores y creadores que multiplican esa obra, no se dejan confundir y cierran filas junto al Partido Comunista de Cuba, junto a la Unión de Jóvenes Comunistas, junto a Fidel, a Raúl y a la Revolución socialista, para decir que Cuba siempre será un eterno Baraguá.