Al terminar la temporada ciclónica del actual año, muchos han dicho que hemos tenido suerte de no haber sido castigados por las lluvias y vientos de un ciclón. Es un contraste muy marcado con respecto a la temporada ciclónica vivida durante el año 2005.
La trascendencia de aquel período de hace una década fue tal, que se batió el récord del número de depresiones tropicales y huracanes (28 en total). Se llegó al asombroso momento en que se acabaron los nombres escogidos (por orden alfabético) para nombrar los meteoros surgidos en el Atlántico Norte, el Golfo de México y el mar Caribe —desde Arlene hasta Wilma—, y no quedó más remedio que recurrir a las letras del alfabeto griego Alfa, Beta, Gamma y Épsilon.
Algunos de aquellos fenómenos atmosféricos se ganaron una triste celebridad por ser capaces de devastar territorios y alzarse con un rastro de pérdidas económicas y humanas estimadas globalmente en más de 200 000 millones de dólares y cerca de dos millares de fallecidos. El huracán Katrina, recordado con gran pompa mediática el pasado 2 de septiembre de 2015, es evocado por su marcada celebridad.
Katrina castigó los estados del sur de Estados Unidos y la ciudad más sufrida fue Nueva Orleans, una de las más importantes, y a su vez, de las más pobres de la nación norteña. La urbe es conocida como «la ciudad del cuarto creciente» —por su similitud con la forma de una media luna asentada en un meandro del río Misisipi— y como «la cuna del jazz».
Se estima que en esa metrópoli, sumida en un caos inédito como consecuencia de los malos manejos y la desidia de las autoridades federales, murieron cerca de 2 000 personas. Más de un millón de habitantes tuvieron que emigrar de aquella ciudad inundada hasta casi el 80 por ciento de su territorio. La tragedia llevó a expresar que hasta las vivaces notas del jazz dejaron de escucharse por culpa del dolor.
El paso de los años no ha borrado de la memoria de la población aquellos tensos momentos. Todavía en revistas científicas se revelan secuelas, como el incremento de los infartos cardíacos y la depresión en los habitantes de Nueva Orleans.
Cuba dio un gran ejemplo y a poco más de dos semanas de aquel desastre, el 19 de septiembre de 2005, en un acto celebrado en la Ciudad Deportiva, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz formalizó oficialmente la constitución del Contingente internacional de médicos especializados en situaciones de desastre y graves epidemias Henry Reeve.
Quince días antes, el 4 de septiembre, Fidel se había reunido con 1 586 médicos —más 300 de reserva— provenientes de todo el territorio nacional, ante un llamado de organizar una fuerza médica para prestar ayuda emergente a los miles de norteamericanos atrapados entre las ruinas que había dejado tras sí el Katrina.
Otros países habían ofrecido su ayuda, ninguna de la magnitud de la cubana. El Gobierno de George W. Bush se negó a recibir esa asistencia. Mostraba así una vez más su ignorancia sobre el honor y el espíritu solidario de nuestro pueblo. Ellos juzgaban que era una ridícula exageración que tantos médicos de una Isla se pudieran brindar para una ayuda desinteresada a la gran potencia.
Poco tiempo después, el 8 de octubre de 2005 —aún sin haber concluido aquella temporada ciclónica—, el Contingente de médicos partió a Guatemala ante la emergencia provocada por la tormenta tropical Stan. Fue el «bautizo de fuego».
El Contingente Henry Reeve tiene ya diez años. Nació en medio de aquella temporada ciclónica muy activa. Ya al término del actual período de ciclones, sus más de 10 000 cooperantes de la salud poseen una vasta experiencia de internacionalismo en todo el orbe, con lo cual han escrito, como reseñó Fidel en septiembre del año 2005, una página en la historia de la solidaridad entre los pueblos y han señalado un camino de paz a la sufrida y amenazada especie humana.