Algunas cosas demandan que se mueva el mundo para poder cambiarlas. Se requiere una docena de reuniones, se precisan autorizaciones desde cualquier extremo de la geografía y hasta algún cuño de los imprescindibles para avanzar al próximo paso. Vale resaltar que hay conflictos cuya solución está sujeta a conversaciones y a algún ajuste que podría revisarse.
Si se trata de sectores más vulnerables y protegidos como las personas de la tercera edad, vale el doble llamarse a la reflexión y a la acción. Porque la alerta roja del reloj biológico de este archipiélago se ha disparado desde hace algún tiempo. Y se impone percatarse de cuánto hay que ajustarse los cinturones para que el ritmo diario no nos pase la cuenta.
Más allá de las políticas públicas intencionadas que se requieren, algunas ya en marcha, para no mirar de reojo lo que ocurre en la nación en materia demográfica, hay pequeños pasos que deben darse también a la par que se «arregla el mundo».
Quienes se perjudican ya han comenzado a alertar sobre ello. Por poner un ejemplo de los más simples y fáciles de salvar, no son pocas las quejas de personas de la tercera edad que ven vulnerados sus derechos cuando la luz verde de un semáforo peatonal apenas les alcanza para decidirse a emprender el paso. Solamente en el capitalino Plaza de la Revolución, municipio más envejecido del país, existen varias esquinas infranqueables por quienes han disminuido la velocidad de sus pasos con el transcurso de los años. Esa realidad podría cambiarse tan solo con que las instancias responsables se percaten y tomen las decisiones oportunas.
En otro orden de cosas, quizá un poco más alejado de la cotidianidad, pero igual de imprescindible, preocupa la necesidad de orientar más a los futuros profesionales de la Medicina en especialidades acordes con el contexto del país que será el más envejecido de América Latina en menos de una década. No resulta razonable que, como revelan pesquisas, se gradúen más personas en Ginecología y Ginecobstetricia que en Geriatría y Gerontología, cuando se impone para nuestro archipiélago cultivar una cultura de atención a quienes están en la tercera edad, que ya constituyen alrededor del 19 por ciento de la población.
Aunque podamos hablar de nuestros 144 hogares de ancianos y 246 casas de abuelos con una atención especializada en sus necesidades físicas y espirituales, sabemos que esta infraestructura es insuficiente.
En una nación con pobres niveles de fecundidad, elevada esperanza de vida y tendencia histórica de flujo migratorio negativo (anualmente se van más personas que las que vienen a vivir al país), se impone entender el envejecimiento como un reto a la creatividad de políticas públicas, —como las que se han adelantado— combinadas con relaciones intergeneracionales guiadas por el respeto y la inteligencia. Una sapiencia que aproveche la magia de cada edad para los intereses comunes y que mantenga a quienes pasaron la frontera de los 60, los 70, los 80 y hasta las envidiables 90, cien y 110 primaveras, en un estatus de atención social que vele por cualquier asistencia, sin atentar contra sus capacidades y aporte imprescindible.
Para el año 2050, que está al doblar de la esquina, en el mundo las personas de mayor edad superarán a la juventud. los que entonces seremos parte de esa ancianidad, somos los que hoy tenemos el poder de edificar un futuro para todas las edades. Y vale llamarse a la acción real cuanto antes, con tal de sostener un país con la mayoría de sus fortalezas. Que no haya capacidad lacerada en medio de olvidos, demoras o dificultades.