En un hermoso castillo medieval se reunieron este 7 y 8 de junio los líderes del G7. Entre flores y un ambiente campestre, los sonrientes mandatarios fueron a pasar lista a los asuntos más acuciantes en el mundo que pretenden gobernar.
Justamente de eso se trata este tipo de reuniones; un encuentro que linda con lo informal, en el cual de una forma «distendida» consensuan posturas para los próximos movimientos de sus fichas de ajedrez. Contrario a lo repetido frecuentemente en los medios, estas no son las naciones exclusivamente más desarrolladas, sino un club de activos protagonistas políticos en la arena global.
Si se fuera consecuente con el espíritu con que encaran la solución de problemas globales, de seguro este foro sería más democrático y, al menos, invitarían a otras grandes potencias económicas y políticas, quienes contribuirían a este empeño.
No en vano el presidente Vladímir Putin ha declarado por estos días que ni el formato G8 ni el G7 contribuirán a la verdadera solución de los conflictos más acuciantes a los cuales se enfrenta la humanidad. Dejar fuera a países tan importantes, desde la perspectiva económica y política, como los que hoy integran al Grupo Brics —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— es solo una señal del carácter excluyente y conspirativo de esta élite global.
La novedad de esta 41 cumbre es la ausencia de Rusia, suspendida del cónclave el año pasado tras la incorporación de Crimea a su territorio y el conflicto ucraniano que aun hoy está sin resolver.
Ya los presidentes declararon la imposibilidad del regreso de Moscú, sin embargo, acotaron la importancia de trabajar junto a esta en otras cuestiones donde sí coinciden. En esto último hacen clara alusión a los conflictos en Siria y Libia, así como a la querella con Irán por su programa nuclear. De esta forma reconocen inevitablemente la importancia de esta nación en las arenas de la diplomacia internacional.
Las acusaciones sobre le presunta participación del Kremlin en la situación del sudeste ucraniano hizo que los siete decidieran mantener las sanciones contra el gigante euroasiático después de julio e, incluso, imponer más adelante otras más «significativas».
En este contexto, no es casual que el discurso contra Rusia pasara más al ámbito personal. Esta vez Obama y sus aliados descargaron todas las culpas contra Putin en particular, responsabilizándolo de todos los problemas que su nación enfrente hoy. ¿De qué se trata? La estrategia es simple:
Cuando las sanciones empiecen a producir sus efectos a largo plazo, occidente debe enfocar la propaganda hacia el ciudadano ruso de tal forma que este identifique el origen de sus males en el presidente. Así, podría caer su popularidad y las primaveras de colores resultarían efectivas en un eventual cambio de régimen. Este es, sin dudas, el objetivo a largo plazo de las potencias reunidas por estos días en el sur de Alemania.
El G7 insiste en que el conflicto ucraniano debe resolverse por la vía pacífica y en base a los acuerdos de Minsk. Por tanto, solo la «rectificación» de la postura rusa al respecto podrá eliminar las sanciones. ¿Deberíamos creerles? Claro que no, y Putin es el primero en percatarse de ello.
La retórica antirusa ya alcanza los niveles de la guerra fría y ambas partes se acusan de revivir esta contienda. Los europeos, según la Canciller alemana, Angela Merkel, están firmemente convencidos de la importancia de mantener una postura firme contra Moscú. Sin embargo, en casa no están tan convencidos como ella dice. El costo económico de las iniciativas políticas de Washington solo trae más problemas al complicado panorama financiero del viejo continente.
Un complemento de esta situación fueron las multitudinarias protestas que tuvieron lugar en las cercanías de la sede del evento, donde manifestantes de la iniciativa STPO G7 se opusieron el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP).
Sobre esto último en la cumbre se trató como uno de los temas más relevantes el caso de la crisis griega. Todos los presentes abogaron por la permanencia de los helenos en la eurozona y porque lleguen a un acuerdo con Bruselas. ¿Grecia se quedó sola definitivamente? Anteriormente Obama apoyaba la alternativa de Tsipras contra la austeridad, pero ahora este le pide alinearse con el bloque comunitario.
Al tiempo, con esto dio una sutil señal a la Merkel a fin de que recordara su rol como encargada principal en la solución del problema con Atenas. El Presidente norteamericano pide que se solucione lo antes posible para evitar una nueva crisis mundial.
La cumbre, como es costumbre, fue escenario para reforzar viejas alianzas. Pese a los recientes escándalos de las escuchas ilegales, la Merkel y Obama ratificaron el estrecho vínculo que une a germanos y norteamericanos.
En dos días, los siete presidentes y sus invitados abordaron también el reto que suponen hoy los grupos terroristas como el Estado Islámico y Boko Haram, así como los problemas medioambientales. Sin embargo, no hablaron de pobreza ni de desigualdades, o de oportunidades para el tercer mundo o de las deudas que los ricos tienen con los pobres del planeta.
El juego es simple: la Merkel dijo que el formato G7 debía contar nuevamente con su 8, pero al parecer piensan que el club mientras más pequeño, mejor. A la hora de repartir, tocará más a cada quien.