La CIA estima que tienen entre 20 y 30 000 militantes. Son disciplinados, implacables, tienen como objetivo imponer su autoridad sobre todas las naciones musulmanas y llevar al Islam allá donde lo valoren conveniente. Son los yijadistas del Estado Islámico (EI), y sus nombres cada día inundan más los titulares informativos.
Desde que el 11 de septiembre de 2001 EE.UU. encontrara en los extremistas de Al Qaeda el nuevo enemigo que justificaría todas sus planes de conquista en el Medio Oriente, el personaje del terrorista se ha vuelto muy común en el acontecer de nuestras vidas.
Claro, no fue necesario mucho tiempo para que pruebas muy convincentes nos demostraran los vínculos entre la familia Bush y el clan de los Bin Landen, y lo bien que fue premeditado todo el asunto de las Torres Gemelas y la consiguiente «cruzada contra el terrorismo».
Sin embargo, la cuestión parece habérseles ido de las manos. Cuando Washington estimuló la creación de grupos insurgentes en Afganistán y los alimentó con su propio armamento para utilizarlos como punta de lanza contra la Unión Soviética en ese territorio, nunca imaginaron (o tal vez sí) lo difíciles de controlar que serían dichos grupos una vez que tomaran fuerza y se independizaran, como Frankenstein, de su propio amo.
En esencia eso es lo que ha ocurrido hoy. Los grupos terroristas que conocemos no son más que el producto inmediato de viejos planes imperiales en contra de enemigos que ya no existen. Pero la Casa Blanca, como es tendencia ya, sabe reciclar muy bien sus viejos recursos y retórica de salvadores del mundo.
Cuando en 2011 se desataba la guerra civil en Siria, uno de estos grupos aprovechó la coyuntura para hacerse de la mayor cantidad de territorio posible e imponer la Yihad, o guerra santa contra todos los infieles. Pero solo las grandes coberturas comenzaron a prestarle atención, con la denominación de Estado Islámico del Iraq y el Levante, cuando en junio del año pasado comenzaron a ocupar grandes territorios al norte de Iraq y en Siria y amenazaban seriamente a las autoridades de Bagdad y Damasco.
Para estos extremistas religiosos lo más importante es defender el lema que se encuentra grabado justamente en su bandera negra, dentro de un círculo blanco: «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta». Y si ello implica matar al mundo entero no se detendrán para llevarlo a término. Con este mismo discurso, en el que podemos caer muy fácilmente, los grandes medios de comunicación infunden temor sobre cualquier ciudadano del mundo al referirse a los yijadistas del EI.
Sin darnos cuenta somos arrastrados por la guerra mediática que EE.UU. elabora para obtener el permiso de la opinión pública internacional e ir a la caza de tales bandidos. A su vez, ante las incuestionables matanzas y destrozos, lleva a su ejército a sus más ambicionados confines del planeta. No es necesario volver a explicar las coincidencias que existen entre el lugar donde habitan los «gobiernos tiránicos y terroristas» con la localización de los grandes pozos petroleros y las principales rutas de navegación. Ello implica que la inteligencia que está detrás de todo esto lo ha planeado tan detalladamente que nos resulta inverosímil o una absurda teoría de la conspiración.
A todas estas, es perceptible ya el ambiente de histeria que recorre a estas sociedades que se sienten amenazadas por tales terroristas y que han sufrido varios atentados. El nivel de paranoia crece por día y se suele ver en cualquier árabe a un posible criminal. Pero no todos los musulmanes son terroristas, ni mucho menos yijadistas. El Islam, al igual que cualquier otra religión, puede interpretarse de muchas maneras y hacer cumplir las «verdades de su fe» de variadas formas. La satanización del mundo musulmán forma parte vital de la guerra mediática que han desatado los medios occidentales.
Claro, los yijadistas no son nuevos en la historia. Ellos han existido desde que diferentes grupos dentro del Islam radicalizaran sus posturas respecto a la fe que profesaban. Los musulmanes se han dividido desde tiempos remotos en chiitas y sunitas. Los primeros defendían a Ali ibn Talib, primo y yerno de Mahoma como su sucesor, mientras que los suníes apoyaban a Abu Bakr, suegro del profeta. En este caso los yijadistas pertenecen a la secta suní, y han declarado una guerra a muerte contra la minoría chií.
Según algunos analistas, estos musulmanes radicales tienen su origen como grupo en el período posterior al derrocamiento de Sadam Hussein y de la formación de grupos en contra de las fuerzas ocupantes de Washington y sus aliados. Para el 2004 se insertaron en Al Qaeda, donde engrosaron sus filas y se fortalecieron, bajo un intento de este por unificar a los distintos grupos existentes. Pero entre 2010 y 2013 se desplazan mayoritariamente a Siria y cobran completa autonomía de Al Qaeda. Este último, mediante un video, declaró que no guardaba relación con estos, calificándolos como crueles.
La proclamación del Califato y la expansión de su territorio por el mundo árabe involucran también a aquellos musulmanes que radican en otras regiones, como Europa. Por ello podemos ver cómo entran a sus filas europeos y norteamericanos. Claro, esto pasa además por la labor proselitista que realizan en internet, donde no les ha resultado muy difícil reclutar a nuevos seguidores.
Ante el temor que el terrorismo infunde al mundo entero no podemos perder la perspectiva de lo que implica en nuestro propio accionar. Debemos distinguir entre musulmanes de paz y los de guerra, como los yijadistas. Tal crueldad no puede ser motivo para fomentar en nuestras sociedades el odio y la intolerancia por estos pueblos. Muchos de ellos también sufren las crueldades de estos grupos. Habría que temer más a quienes contribuyeron al fortalecimiento de estas sectas y observar cautelosamente sus discursos y accionar concreto en estos escenarios.