Eran más de las diez de la mañana. A aquella mujer le corrían las lágrimas, como quien había recibido una noticia fatal. La vi en uno de esos lugares donde jamás imaginé estar. La observaba atento, quizá como ella misma hacía con cada imagen y expresión de aquel hombre que, en la TV, daba una clase magistral de historia y en ese instante hablaba enternecido de otro, que más allá de cualquier territorialidad, se sintió patriota de Latinoamérica y del mundo: el Che.
Estaba en suelo panameño y me sorprendió cómo esa mujer junto a su hija, también con iguales expresiones de sentimiento y amor, escuchaba emocionada las palabras de Raúl Castro en la VII Cumbre de las Américas; y la indignación le asomaba cuando sabía que estaban en Panamá en esos días algunos terroristas como el agente de la CIA Félix Rodríguez Mendigutía, uno de los responsables del asesinato del Che y quien se llevó sus manos cortadas para probar, con las huellas digitales, que se trataba de su cadáver.
No exagero. Allí vi rostros con expresiones disímiles de agradecimiento a ese trascendental discurso del Presidente cubano, quien imprimió a sus palabras al mismo tiempo vigor y tono ameno y jocoso. Y es que la solidaridad con la Mayor de las Antillas no pudo esconderse entre los participantes, desde la llegada misma de nuestra delegación a tierra istmeña.
Fue quizá por esa representación tan diversa que llevó la Isla, como diversos son sus más de 11 millones de habitantes y las más de 2 200 organizaciones de su sociedad civil que aportan cada día al desarrollo de la nación, que fuimos admirados. Allí no estaban solo «dirigentes de organizaciones de la sociedad civil», como dicen algunos, sino también religiosos, campesinos, blogueros, estudiantes, investigadores, cuentapropistas, intelectuales…
Esos eran los legítimos cubanos, los que fueron en busca de un diálogo civilizado y con las propuestas de miles de hombres y mujeres plenos, que aportaron sus ideas en los foros previos realizados en Cuba, y que también pasaron por un proceso de postulación y aceptación, como pedían los organizadores. Fueron también los muchachos y muchachas a los que aplaudió el Presidente panameño por su activa participación en el IV Foro de Jóvenes de las Américas.
Por eso dio gusto ver cómo un hormiguero de venezolanos, ecuatorianos, panameños, argentinos, brasileños, chilenos… hurgaron en los detalles más importantes de la Cuba que después de 1959 ha construido una Revolución que es ejemplo para el mundo. Y lo hicieron hasta en esos detalles que ya conocían, pues como dijo uno de los delegados, «muchas veces la realidad de la Cuba verdadera no es la que brindan los grandes medios».
Recuerdo a esos valerosos jóvenes que estuvieron pie en tierra junto a la delegación cubana en los momentos más difíciles. A aquellos venezolanos y panameños que también abandonaron la inauguración del Foro de la Sociedad Civil, cuando Cuba lo hizo ante la presencia de mercenarios y al no aparecer las credenciales de sus representantes. Y hasta a la colombiana Amarulla Serrat, una señora de 78 años, que llegó a la Cumbre de los Pueblos y elogió el protagonismo y coraje de los cubanos.
Tales expresiones demuestran que Cuba —a pesar de su primera asistencia a esta cita— fue grande e hizo historia en Panamá. No hay dudas de que el espíritu de amistad y solidaridad que identifica a las cumbres de los pueblos se apoderó de esos cientos de compatriotas que llegaron a la ciudad del Canal, a quienes, como a Raúl, la pasión se les sale por los poros cuando de la Revolución se trata.
Como evocación de aquellos momentos quedan las fotos y videos con cientos de delegados, los afiches con las firmas, las banderas, los pullovers, el abrazo y el apretón de manos que en cualquier escenario, personas de distintas naciones pedían como muestra del respeto que se tiene en muchos países por la Mayor de las Antillas. Desde entonces a ellos, que se solidarizaron con nuestra causa, también les dicen Cuba.