Rendimos homenaje a los periodistas bajo la advocación de Patria. Semejante referente define por sí mismo el vínculo inseparable entre periodismo y cultura. Elevar las masas constituía para José Martí un modo efectivo de librarlas del apetito de los chacales. Lúcido como siempre, percibió que la prensa se integraba a lo que hoy llamamos macrosistema de la cultura. Para bien o para mal, difunde ideas y promueve valores. Así pudo hacerlo, aún subrepticiamente para eludir la censura del poder colonial español, en la etapa formadora de nuestra nacionalidad. Raudales de tinta se han gastado en establecer fronteras entre literatura y periodismo. Sin emprender un largo recorrido histórico, los ejemplos de Carpentier y García Márquez son ilustrativos. Para ambos, la diferencia se definía en términos de función y ritmo. La novela requiere un complejo proceso de gestación. La prensa exige respuesta inmediata, al calor de los hechos. En las redacciones de otrora, los periodistas acudían a veces poco antes del cierre. En antiguas máquinas de escribir, utilizando apenas dos dedos estampaban algunas cuartillas que pasaban de inmediato al linotipista.
Ahora el debate se centra en la inminente desaparición de los medios tradicionales: prensa plana, radio y televisión. No subestimo la velocidad de los cambios, ni los millones de seguidores de las redes sociales. Pero no me atrae la futurología. Aficionada al ajedrez, prefiero meditar en términos estratégicos a partir del aquí y el ahora. Las nuevas tecnologías demorarán algo en generalizarse y una sociedad envejecida como la nuestra adquirirá de inmediato hábitos y habilidades desacostumbrados. Existe, además, otra experiencia histórica. El cine no produjo la muerte del teatro, del mismo modo que la televisión no determinó la desaparición del radio. Factor añadido, la computadora invita a una lectura rápida de textos breves y mensajes concisos. Es indispensable, por tanto, incentivar la reflexión con propuestas analíticas que estimulen un pensamiento crítico y creativo, lo que no implica descuidar el diseño de imagen, insuficientemente atendido por nosotros, compuesta muchas veces de manera rutinaria y repetitiva. No podemos olvidar que, entre tantas tentaciones que animan la contemporaneidad, el lector merece ser seducido.
En una novela de Julio Verne, Miguel Stroggof, el correo del zar, un periodista británico y otro francés cubren el recorrido del mensajero a través de las estepas. Compiten ambos en la primicia de la noticia. Para lograrlo tienen que valerse de su inventiva para alcanzar el telégrafo más cercano a la mayor rapidez. Aquella señal de modernidad en las comunicaciones parece hoy algo prehistórico. Recibimos ahora la información en tiempo real. La aparente ventaja plantea desafíos inéditos a la prensa. Impone el acicate de una permanente autosuperación. Su contribución a la cultura, sobre todo en los países del sur, consiste en trabajar en la formación de un lector crítico, resistente a la sofisticada manipulación de los medios. Hay que reinventar constantemente el lenguaje y delinear, en cada caso, contextos, antecedentes e interrelaciones en un universo de estrecha interdependencia entre política, economía y cultura. Se requiere, entonces, cierto grado de especialización en áreas del conocimiento.
Análisis e investigación son la base del ejercicio crítico que necesitamos en todos los planos de la vida. La crítica no es un péndulo que se mueve entre la descalificación tajante y el elogio desmedido. En cierto modo, enseña a pensar. Busca claves para desentrañar verdades, apremiada por las exigencias del presente, en medio de la laberíntica complejidad de la vida. Si observamos el panorama de América Latina, advertiremos las distintas formas que adopta la subversión para socavar una izquierda heterogénea, emergente en medio de las ataduras del capitalismo. Al interior de cada país subsiste el poder de las oligarquías. Al nivel de la subjetividad, se reconocen factores históricos y culturales diversos. A modo de ejemplo, no podemos entender del todo la realidad argentina sin descifrar la compleja y contradictoria memoria cultural del peronismo.
Importante es entender el mundo en que vivimos, pero urge también mirar hacia dentro. El tiempo no se detiene, mucho menos en días de cambios acelerados. Hay que aderezar las herramientas críticas para detectar los nudos que interfieren en el adecuado fluir de los procesos productivos, teniendo en cuenta, como siempre, factores objetivos y subjetivos. Las claves habrán de encontrarse a pie de obra, en estudios de campo concretos. Para obtener resultados, es necesario saber formular las preguntas adecuadas. Entender los cambios económicos, las características del área específicas y algunos fundamentos de sicología social. Reiterados señalamientos públicos apuntan a la desidia, la chapucería, la indiferencia hacia lo mal hecho y la actitud defensiva de los responsables. Y, sin embargo, el ciudadano de a pie, maestro, obrero, campesino, protagonista silencioso de la historia, no percibe la rectificación demandada. Quizá tengamos que recuperar la inocencia de niño y retomar el hábito pertinaz de plantearnos el porqué de cada cosa, a fin de reconocer en cada fenómeno el síntoma de un problema soterrado. A partir de ahí, el reto consiste en indagar la razón y causa de las cosas.
El más reciente congreso de la UPEC ofreció una apertura al análisis autocrítico de nuestros problemas. La publicación de la tesis de doctorado de Julio García Luis implica mucho más que un homenaje póstumo a un periodista y maestro ejemplar. Su método de análisis revela los nexos profundos entre ética, compromiso, periodismo y cultura. Conoció las interioridades del universo al que entregó su existencia toda y supo captar de manera integral los procesos culturales que cualificaron nuestra historia desde los 70 del pasado siglo.
Como si fuera un inicio de año, cada conmemoración convoca al balance, la reflexión y al planteo de nuevos proyectos y perspectivas. Parte integrante de la cultura corresponde a la prensa, evocando siempre la ética martiana, seguir haciendo patria.