Cuando la prensa matancera publicó unos días atrás pormenores del caso policial Macaco —la detención de un pillo que amasó cierta fortuna mediante un turbio proceder—, solo algunos se sorprendieron: en el barrio de El Naranjal muchos vecinos sabían a qué se dedicaba, con total impunidad, Iván Ruiz Molina, alias Macaco.
Los números de lo ocupado en su vivienda hablan por sí solos: 603 botellas de vino, 804 de ron, 297 paquetes de café de diversas marcas, 851 frazadas de piso, 30 tubos de jamón y 1 187 paquetes de galletas de chocolate…
La debilidad en la custodia de bienes materiales del Estado se puso de manifiesto. Quizá sea ello lo que más salte a la vista y preocupe.
No cabe dudas de que esas mercancías fueron desviadas de empresas estatales, ni de que viajaron enmascaradas —o incluso expuestas, a la caza del descuido— quién sabe cuántos kilómetros. A sabiendas de que obraban mal, de seguro sus portadores imploraban porque nada ni nadie les interrumpiera su fácil viaje rumbo a la «bonanza»: esas cantidades no se llevaban en una mochilita, sino que todo indica que empleaban vehículos automotores (que en ocasiones llaman más la atención).
Durante bastante tiempo, quizá creyéndose muy astuto y a salvo de todo tipo de miradas, Macaco se enmascaró con astucia tras una licencia para la venta de productos del agro.
Pero más allá de las argucias que empleó para salirse con la suya, cabe preguntarse qué tiempo la sociedad toleró este robo y acaparamiento de artículos —muchos de ellos importados—, cuántos Macaco tenemos ante nosotros por descontroles cotidianos y qué nocivas consecuencias dejan en el ánimo colectivo estas sustracciones.
No en balde el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, exhortó recientemente a nuestros compatriotas a prevenir y enfrentar cualquier acto de corrupción e ilegalidad, y a vivir con apego a la honradez y decencia martianas.
Al clausurar el Primer Taller Internacional de Auditoría, Control y Supervisión, el miembro del Buró Político del Comité Central del Partido insistió en que el mejor enfrentamiento está en la prevención, pues consideró que si se controla y se funciona bien, habrá menos caldo de cultivo para lo incorrecto.
El dirigente puntualizó en esa oportunidad que las problemáticas económicas que afectan la vida cotidiana no deben ser justificación para las conductas de ilegalidad.
Cadenas delictivas como las surgidas en torno a Macaco y sus acólitos pueden existir en no pocos centros de trabajo y extenderse a la comunidad, donde la posibilidad de comercializar productos deficitarios a precios más bajos —los pillos pueden ponérselos gracias a la procedencia ilegal de estos— incita al enriquecimiento ilícito con los bienes del Estado.
Sin duda, el aire que respiran los Macaco de los barrios procede de la falta de rigor de los responsables de la custodia de los recursos. Mas este asunto no ha de enfocarse solamente en la responsabilidad del directivo empresarial o los agentes de seguridad y protección: se habrá de implicar en el cuidado al trabajador común, pues desde cualquier puesto se puede impedir sustracciones y desvíos que al final golpean la eficiencia, la dignidad de los colectivos y la de las propias familias involucradas en estos actos. Ya lo recogió muy bien el refrán popular: «tan culpable es el que mata la vaca como el que le aguanta la pata».
Ese llamado de la máxima dirección del país a trabajar con estricto apego a la legalidad y a combatir las indisciplinas sociales no admite esperas, y es para hoy y para todos.