JOHANNESBURGO, Sudáfrica.— Parecía no importarles la lluvia, la incómoda lluvia que desde el amanecer caía sin cesar sobre la ciudad de Johannesburgo. Mientras unos corrían, otros apenas apuraban un poco el paso; con paraguas o sin ellos; blancos, negros, mestizos; niños, jóvenes, adultos, ancianos… a todos los unió este martes el deseo de dar un último adiós al querido y respetado líder Nelson Mandela.
En las gradas del NBC Stadium el pueblo entonaba canciones, ondeaba banderas, daba vivas a su tata Madiba y otra vez más banderas, más canciones. Estar entre ellos, en medio del gigantesco estadio, es una manera diferente de vivir su tristeza, una tristeza que duele irremediablemente, pero que da fe de cuánto significó para ellos este hombre.
Tampoco las bajas temperaturas ni las largas distancias fueron obstáculo para unir en este emblemático espacio a una numerosa representación de presidentes, jefes de Gobierno y otras personalidades procedentes de los más diversos confines del mundo. Sin importar la diferencia de credos, ideologías políticas, culturas o filosofías, la figura de Mandela ha tenido el histórico privilegio de unirlos en un mismo lugar por voluntad propia, sin cumbres o convocatorias oficiales de por medio.
Y allí estaba Raúl. Junto a él estuvo también Cuba, recordada no solo por diferentes oradores, sino también por el pueblo sudafricano que desde el graderío daba vivas a Fidel y homenajeaba a nuestro país con canciones o frases coloquiales en su idioma. Una de ellas, muy popular durante la guerra de Angola, equivalente a “Cuba, dispárale al enemigo”, fue ampliamente repetida mientras el General de Ejército pronunciaba su discurso, que fue recibido con una amplia ovación de los presentes.
Sí, emociona. Emociona saber que nuestra Cuba late también por estas tierras. Emociona encontrarse con gestos amigos y desinteresados como el vivido por nuestro equipo de prensa mientras recibía cobija de la lluvia bajo las sombrillas de algunos sudafricanos que al sabernos cubanos nos hablaron con orgullo de Fidel, de Raúl, de Cuito Cuanavale, de nuestro pueblo.
Y así, mientras el rostro bondadoso y sonriente del tata Madiba parecía mirarnos una y otra vez desde las gigantescas imágenes colocadas alrededor del estadio, se despidió Raúl del pueblo sudafricano que a su paso por las gradas a la hora de partir le transmitía numerosas muestras de cariño y respeto. Y es que, tal y como han comentado muchos por aquí a nuestra delegación, Cuba es el país más cercano a Sudáfrica, que nunca, dicen, tuvo un mejor amigo.