Lo más difícil del cambio resulta, precisamente, cambiar. Sin embargo, ello es posible.
En la actualidad, al menos así lo percibo, no pocos persisten en transformar el mundo sin pensar siquiera en cambiar su actitud. Entonces viejas maneras de hacer, al no ser compatibles con los nuevos proyectos y escenarios, obstaculizan el avance hacia el estado deseado.
Es cierto que el mundo es difícil de transformar, pero soy de los que piensan que sí se pueden cambiar pequeñas cosas todos los días. No se trata de adaptarse y sobrevivir; se necesita crear y ser parte; despojarse de viejas rutinas e incorporar emociones y hábitos que aporten nuevas maneras de hacer, pensar y proyectar.
Usted estará de acuerdo conmigo en que el modelo económico cubano, por ejemplo, demanda retos que precisan readaptar las formas de gestión hacia otras más creativas y eficaces, modificar patrones de trabajo y encarar con perfil ancho el futuro que construimos.
En mi modesto modo de ver, lo lograremos cuando, en primer lugar, cada cual haga lo que le toca y lo haga bien. Una prueba está en la manera en que transformamos nuestro entorno social y económico devastado por los intensos huracanes Gustav (2008) y Sandy (2012), que pusieron a prueba la capacidad organizativa y la voluntad de los cubanos.
En una mirada a los últimos tres años de Revolución, apreciamos cambios, en el campo jurídico y en el económico, que promueven o procuran incentivar el desarrollo material y humano del país.
Ello ha implicado desechar viejas prácticas que obstaculizaban la eficiencia del nuevo modelo económico y las acciones derivadas de este en favor del incremento de la productividad y eficiencia necesarias.
Es un enorme reto y su éxito depende, en esencia, de la participación de todos. Sin embargo, todavía persisten, por desgracia, algunas personas que con su modo de actuar empañan la calidad de la gestión y provocan malestar en el público y negativos estados de opinión.
Ejemplos hay muchos y no alcanzarían estas líneas. Baste mencionar la impuntualidad o la no salida del ómnibus; o que el funcionario que debe firmar el documento esté en un curso; o que la prensa de hoy llegue mañana porque el transporte tiene problemas.
En fin, casos y cosas cuyo resultado depende esencialmente de quienes tienen el deber —y cobran por ello— de hacerlo bien, incluido el velar porque todos los detalles y mecanismos necesarios para ello funcionen, es decir, prever. En algún lugar leí que los procesos conscientes necesitan, además, disciplina, pasando por la autodisciplina, añadiría yo. Sin ese ingrediente las transformaciones se retrasan o malogran.
«Este mundo no va a cambiar a menos que estemos dispuestos a cambiar nosotros mismos», sentenció una vez Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, frase que convoca a la acción y a la reflexión, porque, en el sentido que nos ocupa, avanzar depende, exclusivamente, de nosotros.