La derecha venezolana está de júbilo. Por fin, después de tanto esperar, creen que sus deseos se harán realidad. Desde el 2002, cuando por un par de días sacaron de Miraflores al líder de la Revolución Bolivariana, el Comandante Hugo Chávez Frías, para después tener ellos que salir corriendo, han hecho todo lo posible por tratar de desestabilizar al país. Paros petroleros, elecciones para sacarlo del poder por medio del revocatorio, barraje de propaganda, etcétera.
Chávez les dio la oportunidad, una y otra vez, para que lo vencieran en las urnas, pero nunca llegaron a su objetivo. No solamente no ganaban sino que perdían por un amplio margen, más de un diez por ciento en las elecciones de octubre pasado. Con ese porcentaje en su contra, al cabecilla de la derecha venezolana no le quedó más remedio, aunque sus partidarios gritaban fraude, que reconocer su derrota en las urnas.
Henrique Capriles sabía que había perdido, como también sabía que, en el sistema electoral de Venezuela, el fraude es casi imposible. El sistema de votación de aquel país es totalmente automatizado y un sistema así es casi imposible de vulnerar. Además, en cada mesa electoral hay miembros de los partidos contendientes que sirven como testigos presenciales para evitar la trampa a su candidato. Así fue que, cuando Capriles perdió en octubre y no le quedó más remedio que regresar al estado de Miranda y postularse para su gobernación, sometiéndose al mismo sistema electoral, ganó por menos de 50 000 votos, y asumió su cargo sin que nadie dudara de los resultados ni impugnara la elección.
El problema es que la derecha venezolana no puede, por su soberbia, prepotencia y terquedad, aceptar que han perdido el poder. Está en su ADN. Después de 14 años de Revolución Bolivariana mirando desde los balcones, aún siguen persistiendo en recuperar el poder que perdieron.
Esa derecha reaccionaria ha caído en todas las contradicciones posibles y, sin embargo, siguen con el mismo discurso. No quieren aceptar al Consejo Nacional Electoral como la institución imparcial que organiza y lleva a cabo las elecciones en aquel país; no obstante, han participado en cada una de las que este organismo ha convocado. Se negaron anteriormente a participar en unas elecciones parlamentarias, afirmando que la Asamblea Nacional solo era una extensión de Miraflores. Sin embargo, más adelante, aceptaron participar en la misma. Se han cansado de afirmar que el Tribunal Supremo de Justicia es un organismo totalmente controlado por el chavismo, por lo que allí no existe la justicia, y a pesar de ello ahora se presentan ante ese mismo Tribunal para impugnar los resultados de las últimas elecciones. «Donde dije digo, dije Diego».
Un mar de contradicciones y mentiras ha llevado a esa derecha en tantísimas ocasiones a hacer el ridículo, pero como cuentan con el apoyo irrestricto de los grandes medios internacionales y los poderosísimos nacionales, no les importa convertirse en el hazmerreír. Saben que su actuación siempre será endulzada por esa prensa complaciente que cabalga a su lado para protegerla de todo mal publicitario.
La gran prensa internacional satanizó a Chávez desde que este llegó al poder y siguió satanizándolo hasta el mismo día de su lamentable fallecimiento, con la complacencia de esa burguesía reaccionaria criolla y sus medios de comunicación.
Al convocar el Consejo Nacional Electoral nuevas elecciones después de la muerte de Chávez, el júbilo llegó a los predios de esa burguesía. Había llegado el momento de no tener que enfrentarse al máximo líder de la Revolución Bolivariana y su mayor oportunidad de acabar de una vez y para siempre con el chavismo. Sueños de una noche de verano. Volvieron a perder. Claro, su sempiterno plan B ante todas las elecciones ha sido que, si perdían por una mínima diferencia, no aceptarían los resultados, para así crear un clima de ingobernabilidad en el país que condujera a la caída del Gobierno bolivariano.
Nadie se llame a engaño: ese fue siempre su plan B, y eso es precisamente lo que intentan hacer hoy en Venezuela. Por eso se aparecieron en la Asamblea Nacional con pitos, globos y matracas, para provocar una reyerta y después culpar al Gobierno de la misma. Si los diputados chavistas no hubieran respondido a la provocación y se hubieran retirado, seguramente lo volverían a intentar en la próxima sesión, y así hasta lograr sus objetivos.
No van a conseguir que el Consejo Nacional Electoral dé marcha atrás. No van a lograr el golpe de Estado deseado y tampoco que el Presidente elegido renuncie a su cargo. ¿Qué les queda? La búsqueda de un revocatorio en unos años… Que sigan soñando.
*Periodista cubano radicado en Miami