…la vida solo es bella por el deber y por la casa.
¡Todo lo demás engaña! ¡Y la misma casa engaña a veces,
y toma uno por oro puro lo que no lo es…! José Martí
A veces, mientras más cerca se encuentran, se desconocen más las realidades y los problemas. Y otras veces nos ocupamos demasiado de otros temas y descuidamos el hogar.
Por estos días de turbias y amenazantes modas, en un mundo donde la agresividad es usada por algunos jóvenes y adolescentes como fórmula errónea para parecer más «hombres»; o de regalos fortuitos que hieren su vida sexual y amorosa y la convierten en el medio de obtener fama, popularidad y estatus social, hay que estar conscientes de que no podemos desatender a los nuestros.
No basta con creer que hablamos lo suficiente, que aconsejamos lo necesario, o incluso con mostrar mente abierta o preceptos demasiado liberales acordes con la época que corre con la prisa de recordista de cien metros, sin darnos chance al respiro, a digerir las tendencias, o al menos saber cómo actuar mejor.
Ni siquiera podemos sentirnos tranquilos pensando que somos madres, padres, hermanos… comunicativos y comprensivos. ¡Créanme!, la mayoría de las veces no sabemos todo, y ni siquiera podemos imaginar mucho de lo que pasa debajo de nuestras propias narices, en nuestras casas, con nuestros seres queridos.
No se trata de soltar las amarras al hogar, mucho menos de tensar nuevamente la soga y lograr, por incapacidad, el control, la asfixia de nuestros hijos; se trata de prever, comunicar y, sobre todo, saber.
Saber qué hacen hasta horas avanzadas de la noche, saber quiénes son sus amigos, saber dónde pasan su tiempo libre, cuáles son sus hobbies, conocer qué esperan de su vida futura.
Todos de alguna u otra manera vivimos los conflictos emocionales propios de cada edad, pasamos por etapas de la vida donde los pequeños secretos eran divertidos y hasta más interesantes cuando estaban fuera de casa. Pero cuando no se trata únicamente de inocentes mentirillas, enamorados a escondidas y besos furtivos de colegiales, sino de conductas que evidencian de algún modo un deterioro de los valores y comprometen el presente y el futuro de nuestros descendientes, entonces algo no ha funcionado a lo largo del camino educacional, y no es la escuela, los grupos sociales, la sociedad…
Es en la familia donde nace todo y muere también, donde se gana y se pierde la batalla diaria, de siglos, por el futuro de las nuevas generaciones. Aun cuando pensemos que hemos hecho lo imposible, podemos hacer más. Si hemos fallado en la educación durante estos años, tratemos de enmendarla, no a retazos y gritos, sino con la comprensión y el conocimiento de que han sido fruto de nuestros propios errores y malas decisiones.
No cerremos las puertas cuando nos parezca intolerable alguna situación, y si nos cuesta tenerlas abiertas, al menos dejemos el espacio suficiente para que, cuando estén listos, den un empujón y decidan entrar. Hablemos en su idioma, de lo que quieren, de lo que anhelan, y sabremos cómo hacer llegar mejor nuestro mensaje de amor, valores y ética para la vida.
Vivimos en una época que, más que de escasez económica, padece crisis de valores, y se resquebraja la institucionalidad de la familia cubana. Reconstruyámosla, por nuestro bien y el de la nación.
Le decía Martí a su hermana Amelia: «Hacerte sufrir, sería como estrujar con manos brutales un lirio. ¿Serás dichosa? Porque para serlo es solo necesario —aun en medio de las tormentas más recias de la fortuna— sentirse amado, encalorado, acompañado, bien cuidado, bien envuelto por alguien. Pero este bien no se tiene sino ocasionando otro semejante. Nadie se dará jamás sino a quien se dé a él. E irresistiblemente, cuando una criatura se siente con la dulce dueñez de otra, se vuelve a ella, como cordero a su madre, cuando llueve o nieva, y se refugia en ella».