«La violencia es el miedo a los ideales de los demás».
Mahatma Gandhi
Cerremos los ojos e imaginemos por un minuto un mundo sosegado, donde reine la armonía, la seguridad, no exista el desamor, donde prime una cultura de paz, tolerancia, entendimiento y no violencia.
Si se pudiera parar de incitar a la violación, asesinar, o intentar imponernos sobre nuestros semejantes por solo 24 horas, los beneficios sicológicos, económicos, ambientales, de seguridad se extenderían gradualmente… y, claro, este mundo no sería el que hoy habitamos.
Posiblemente nunca, a través de la historia, un homenaje a la no violencia haya sido tan perentorio como en nuestros días.
Naciones Unidas escogió el 2 de octubre, aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la Independencia de la India y de la filosofía y la estrategia de resistencia pasiva, para instaurar un Día Internacional de la No Violencia.
La resolución de la Asamblea General, decidida en 2007, establece que la fecha es una ocasión para «diseminar el mensaje de la no violencia, incluso a través de la educación y la conciencia pública». La resolución reafirma «la relevancia universal del principio de la no violencia» y el deseo de «conseguir una cultura de paz, tolerancia, comprensión y no violencia».
Pero, cuando mundialmente nos encontramos con todo tipo de conflictos, hablar de un día sin violencia resulta una utopía difícil de alcanzar en su totalidad.
No hablamos de violencia refiriéndonos solamente al hecho armado de la guerra, en donde unos hombres destrozan a otros. Esa es una forma física de expresar las embestidas irracionales, pero pululan en el mundo otros tipos de violencias…. y de violentos.
Hablamos, por ejemplo de la económica: aquella que hace explotar a otro semejante por el simple hecho de acaparar riquezas y satisfacer caprichos.
O también, ¿acaso no se ejercita violencia cuando se persigue o margina a otro de una raza o religión diferente a la nuestra? O quizá cuando intentamos imponer nuestra forma de vida o vocación a otro, o cuando creemos que somos el molde perfecto a imitar y lo imponemos.
Todas estas formas de violencia pueden, en ocasiones, actuar ocultando su carácter, pero en definitiva todas desembocan en el mismo avasallamiento de la intención y la libertad humanas.
¿Se puede hablar hoy de no violencia en un mundo donde cientos, miles de jóvenes estudiantes en varios países de nuestro continente y fuera de sus fronteras, exigen a sus gobiernos neoliberales el derecho a una educación asequible a todos por igual, recibiendo a cambio solo represión y negativas a sus demandas?
¿Sería esta una jornada sosegada cuando cada día se acrecientan los desequilibrios económicos ante la crisis actual que afecta al planeta?
Va a ser complicado lograr ese objetivo pacifista cuando hoy el mundo, bajo la égida de Estados Unidos haciendo gala de su autonombramiento como gendarme mundial, protagoniza y provoca desequilibrios sociales y políticos en un Medio Oriente embravecido ante el irrespeto a la religión que profesan. O cuando naciones como Siria, Irán, entre otras, se sienten amenazados por el simple hecho de defender lo que han construido a lo largo de la historia. O cuando se siguen levantando muros de intolerancia en lugar de tender puentes de entendimiento.
Alcanzar un mundo sin violencia resulta prácticamente imposible en un contexto donde existe un panorama antipacifista promovido desde la televisión, Internet y los grandes medios de comunicación cuyo papel, en no pocas ocasiones, es altamente negativo para el progreso adecuado de las sociedades en torno a la búsqueda de la paz y el bienestar común.
Ante semejante escenario, complicado para un camino que lleve verdaderamente hacia la tranquilidad, seguimos imaginando que el 2 de octubre podría ser la ventana hacia un cambio.