¿Cómo viven nuestros ancianos, en cantidades y calidades? Más allá de buenos deseos y palabras, el Censo de Población y Viviendas reflejará elocuentes datos, en un país que envejece vertiginosamente, al punto de que en 2035 uno de cada tres cubanos habrá sobrepasado los 60 años.
¿Estamos preparados para enfrentar el creciente «encanecimiento» de la sociedad cubana? ¿Es solo escasez de recursos, o también escollo mental que frena el mejor desenvolvimiento de ese sector etario? ¿Podrá sopesarse el problema de cada viejito, desde las estadísticas globales? ¿Las cifras distinguen el rostro, las arrugas de sus necesidades, el oído atento y la mano en el hombro que requieren? ¿No urge un observatorio sistemático desde el territorio y la comunidad, para detectar los «agujeros negros» y los segmentos vulnerables en la tercera edad?
Luego de la Encuesta Nacional de Envejecimiento Poblacional, el Censo ahora puede arrojar más información abarcadora para la toma de decisiones en torno a un asunto de prioridad: el compromiso ineludible de mejorar la vida del anciano, que todo lo dio en años muy complejos y duros, hasta legarnos caminos de progreso.
Con el Censo, Cuba podría saber cuántos de ellos viven solos y cuántos con sus familias; en qué condiciones habitacionales y de baños, a cuántos les llega el agua y con qué asiduidad, con qué cocinan, qué electrodomésticos poseen, con qué energía se alumbran, qué sistema de desagüe tienen sus casas…
A ello habría que añadir problemáticas muy complejas, como la de los ingresos de los ancianos, sus pensiones para el encarecimiento de la vida hoy; y la importancia de que la familia apoye y reciproque en cuidados y financiamiento sus necesidades, como ellos lo hicieron ayer. En el caso de los que no tienen familiares, es vital que el Estado se sumerja permanentemente en las zonas de vulnerabilidad, para que la Asistencia Social llegue a los más necesitados en nombre de los ideales solidarios de nuestra sociedad.
Son muchas las protecciones sociales del anciano en Cuba, pero no podemos obnubilarnos ni descansar triunfalmente en lo obtenido; porque no pocos alcances han menguado en estos años. Y hay que tener en guardia el microscopio social para asistir al más golpeado.
Son nuestros viejos quienes más sufren los problemas del presente, porque tienen menos fuerzas para luchar y resistir. Hay que neutralizar cualquier enfoque tecnocrático e insensible en el proceder de la familia, la comunidad e instituciones que, consciente o inconscientemente, los relegan en las prioridades porque, total, ya están en la curva final de la vida.
Hay que levantar todos los días la bandera del respeto a los años, la veneración de la sabiduría y experiencia que da el haber vivido intensamente. Porque a veces, los utilitarismos de la modernidad y el necesario reemplazo, relegan a virtuosos ancianos como si fueran material reciclable o servilletas usadas, después de toda una vida de entrega al prójimo y a la sociedad.
Sé que las instituciones estatales tienen un Programa interdisciplinario para enfrentar las secuelas del creciente envejecimiento de la población cubana. No ignoro cuánto se hace en lo esencial, con mil contrariedades. Pero falta la cultura del detalle para con ellos.
Salga a la calle si no, y observe cómo está diseñado el acceso a muchos servicios, y cómo tratan a los viejos. Observe a los jubilados haciendo colas interminables bajo el sol en la acera, el día del cobro o en cualquier trámite, porque en bancos, correos y múltiples oficinas adonde acuden, no tienen espacios bajo techo para esperar sentados, dignamente. En un país de viejos…
Hoy propongo no una jornada a favor de los ancianos, que resultará evanescente como toda campaña; sino otro «censo» nacional de todos los detalles que en cada rincón hacen la vida más difícil a nuestros viejos. Y propongo la iniciativa de hacer un banco de ideas, entre todos, para en cada sitio, sin esperar directivas superiores ni grandes resoluciones, ir aliviándoles penas y quebrantos a quienes menos tiempo tienen ya. ¿No vamos todos hacia allí?