Hace años escuchamos, desde las más diversas fuentes y posiciones, sobre los peligros del cambio climático y su potencial destructor para arrasar con la vida de nuestra especie. Mientras esa realidad devora los días, los cultivos, la cotidianeidad de millones de seres humanos, sigue siendo complejo alcanzar acuerdos entre las naciones para una actitud coherente y responsable en ese sentido.
En tanto los políticos discuten en reuniones y cumbres, la furia natural cobra sus víctimas instantáneas y también a largo plazo, por el deterioro de sus modos de subsistencia. Las prolongadas sequías o lluvias definen la producción de alimentos, mientras el precio en el mercado mundial no deja de crecer. Todavía se mueren personas de hambre en pleno siglo XXI.
El mar sube, moja, lo inunda todo con su sal y nos habla en desesperación que terminará ahogándonos. El riquísimo delta del Mekong, de 39 000 kilómetros cuadrados en el extremo sudoccidental de Vietnam, es solo un ejemplo de la urgencia, que muchos se esfuerzan por ignorar.
El agua marina, que 30 años atrás ingresaba hasta diez kilómetros en el delta, penetra ahora hasta 40 kilómetros, según un reporte de IPS. Lo peor es que esa realidad ya afecta el cultivo del arroz de esa zona, de la que sale la mayor parte del grano que produce Vietnam, segundo exportador del cereal, después de Tailandia.
Aunque las políticas globales coherentes esperan por las grandes potencias, es cierto que a nivel nacional muchos países toman sus medidas para enfrentar las dificultades presentes, y más aún las que vienen irremediablemente.
Si se tiene en cuenta que el arroz es esencial en la dieta de buena parte de la humanidad y especialmente en Asia, no es casual que científicos trabajen en la búsqueda de una variedad del grano más resistente. El Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI, por sus siglas en inglés) trabaja con los vietnamitas para desarrollar una nueva variedad que resista hasta dos semanas sumergido en agua salobre.
Según trascendió, el experimento ya tiene nombre y se llama «arroz submarinista», por el gen SUB 1, responsable de que pueda estar completamente bajo agua hasta 17 días. Falta lograr que sea resistente a la salinidad. Pero esto es más complejo y los expertos creen que tomará unos cuatro años.
Aunque ciertamente el arroz es un cultivo fuerte, adaptado durante siglos a diferentes condiciones climáticas y prácticas agrícolas, una cosa es la siembra semiacuática en parcelas inundadas —común en Asia— y otra, el peligroso avance del mar.
Para Nguyen Van Bo, presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas de Vietnam, citado por el propio despacho de IPS, el futuro del delta está comprometido y esa es la razón del trabajo conjunto con el IRRI. Con un rendimiento de tres cosechas anuales, esa zona aporta casi la mitad de las 42 millones de toneladas de arroz en cáscara que produce la nación asiática.
«El siete por ciento de los arrozales del delta ya están bajo el efecto de la elevación del mar», explicó Van Bo, quien además aseguró que los agricultores están teniendo que buscar otras vías de subsistencia.
Y mientras los campesinos vietnamitas con sus cónicos sombreros típicos se ven sin salida, todavía no se ha incluido a la agricultura como parte del programa específico de trabajo de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Seguimos escuchando malos augurios sobre los riesgos apocalípticos de los enfados de la Naturaleza y su posible irreversibilidad. Mientras, los políticos discuten, con bastante influencia del popular cuento de la buena Pipa, acuerdos que definen el destino de millones de seres humanos y de la especie toda.