Confieso que no lo sé todo del deporte. ¡Qué profundo!, dirán sarcásticamente. Pues sí. No poseo el verbo elocuente, la sapiencia casi divina, ni la lengua revoltosa de esos Quijotes irreverentes del Parque Central. Y permítanme aclarar que aquí tenemos ese otro tipo de ilustrados, diferentes en su aporte académico, pero igual de apasionados.
Y si bien tienen otras calenturas, quizá algo intimidantes para quien no está acostumbrado a tanto barullo, todo lo que hacen sabe a Cuba.
Pero nada como la descomposición estoica de esos protagonistas que en medio del Paseo del Prado y frente al Apóstol, manotean y rigen desde su inventiva quijotesca los destinos deportivos de este archipiélago.
Para nadie es secreto que en esta Isla el deporte es política, economía y hasta cultura: no tiene momento fijo. De todos podemos aprender y más aún de esos que viven para discutir de la actividad del músculo.
Por eso, multiplico por cero mi criterio y me apoyo fundamentalmente en la perspicacia de los cientos de personajes pintorescos que copan ese ring de ideas «inesquivables», donde el deporte lo es todo.
En ese espacio sagrado de golpes y moretones, bienvenidos como la mismísima ostia, cuando dices ¡no! la gente te come, y literalmente. Sientes las dentelladas hundirse en la carne fresca, y uno, hipnotizado, sigue hablando de pelota, fútbol, y hasta de la posibilidad de organizar un campeonato mundial de natación en los mares raquíticos de la luna. Eso sí es amor, lo demás es novela.
El tema de estos días, ahí, entre la lava del Parque Central, fue la elección de los mejores atletas de 2011 en Cuba. El año que recién concluyó no se fue sin la acostumbrada «fajazón» deportiva que suscita el rinconcito más caldeado de la capital —no se ofendan los del estadio Latinoamericano—, y entre lo acontecido a lo largo de 12 meses muchos enjuiciaban, sentenciaban y elegían como tocados por la gracia divina de los que saben, y vaya si lo demostraron.
Los nombres salían disparados, cruzaban plena avenida sin pedir permiso, sin importar el tráfico ni los coches tirados por caballos. Salían como impulsados por la fuerza de Kindelán u Omar Linares, recorrían 110 860 km2 y volvían reinventados, pero igual de indescifrables.
Dejando a un lado la retórica y la palabrería: en la votación solo hubo espacio para diez deportistas destacados, en un año repleto de medallistas dorados —aunque solo dos campeones mundiales—, y cada quien tenía a sus favoritos.
Hilvanar letras en busca de justicia o criticando la elección de uno u otro atleta está de más. Creo que, si bien el fallo final depende de los especialistas del INDER y la prensa especializada, se pudiera tener en cuenta el voto popular, quizá dividiendo ambos apartados y aunando los criterios finales. A fin de cuentas, en la sabiduría popular recae gran parte de nuestra fuerza como nación.
No por gusto la elección de los peloteros que animarán próximamente el Juego de las Estrellas se hará por la votación del pueblo. Para nada sería absurdo repetir la fórmula, sin desestimar la opinión de los especialistas, claro está.