Ni un día más. Vuelto de las vacaciones, retomo mi responsabilidad. Y al usar este término recuerdo que solemos referirnos con frecuencia a la necesidad de ser responsables. Es decir, estamos convencidos de que la sociedad avanzaría con más premura y armonía en su paso, si todos realizáramos responsablemente nuestras tareas.
Desde un punto de vista es cierto. Porque si los médicos diagnosticaran como adivinando, o los maestros leyeran un libro en voz alta en lugar de desmenuzar el tema en el aula, y los trabajadores agrícolas se levantaran a las diez de la mañana, claro está que no se adelantaría como para recuperar la confianza y la esperanza. Es, por tanto, necesaria, perentoria, la responsabilidad de cada individuo de modo que la suma de todas se inserte en la corresponsabilidad social.
Hasta ahí, ¿de acuerdo? Posiblemente. Pero no basta la responsabilidad. Sin compañía es solo una virtud personal, quizá una recomendación de índole moral. Mas, para que en la mayoría de las actividades la responsabilidad fructifique, hace falta la autoridad. Si un médico receta, es porque se le reconoce la autoridad para hacerlo, aunque, digamos entre corchetes, que a veces en ciertas farmacias si el médico prescribió 40 tabletas solo despachan veinte. Y uno, asombrado, pregunta si la autoridad del médico es una especie de pompa de jabón. Y cuál será el destino de las otras 20 tabletas que la receta avala.
Ese es solo un ejemplo de cómo la autoridad, que fortalece generalmente a la responsabilidad, a veces se desfleca de manera impune. Por lo tanto, ser responsable no basta. Reparemos además en este otro ejemplo. Nuestras leyes favorecen la sindicalización, y el sindicato se ha de erigir en contrapartida de las administraciones laborales. ¿Tiene, sin embargo, autoridad el sindicato de base? Mi experiencia me advierte que ha sido considerado en un significativo número de centros de trabajo como una institución medio decorativa, medio movilizadora, caja registradora de horas voluntarias y libro de cuentas de méritos y deméritos de los trabajadores. Y en lo demás, habitualmente subordinado a los administradores. ¿Tendré que contar las veces que un funcionario ha mandado a callar a un dirigente sindical en asambleas, incluso provinciales, porque eso que usted está diciendo aquí no lo puede decir? ¿Tendré que repetir que a veces los candidatos en elecciones sindicales han dependido de la anuencia administrativa?
En fin, no cuento estos episodios por tantos conocidos y reconocidos, sino para invitar a la reflexión. No resultaría eficaz una organización laboral, ni productiva ni de servicios, sin que los sindicatos y las secciones sindicales ejerzan con autoridad sus responsabilidades de defender el socialismo. Como tampoco, sin autoridad, operarían eficazmente los delegados del Poder Popular en su circunscripción y, en particular, en las asambleas del municipio y la provincia. Y tener autoridad significa obrar como una voz vigilante, una voz que clame y sea oída y respetada cuando se distorsione un principio, cuando se incumpla una ley, cuando se decida un disparate, y cuando se actúe de modo que los trabajadores o los ciudadanos sean perjudicados sin justa causa.
Si alguna vez se pudo pensar que defender el socialismo equivalía a aceptar errores, o arbitrariedades, u obrar como cómplices del recurso dilapidado, o del consumo irracional, o de conductas que juzgasen a los seres humanos como juguetes, hoy ese comportamiento no cabe en nuestras aspiraciones de un socialismo constructor del bienestar en una organización económica integrada por trabajadores y ciudadanos, participantes libres y decisivos del destino de la sociedad cubana. Ya vemos, pues, según este razonamiento, que la responsabilidad tiene que andar escoltada por una cuota de autoridad. Y la responsabilidad, a mi criterio, puede en algún aspecto depender de la voluntad del sujeto, pero la autoridad debe ser otorgada y reconocida por la sociedad y sus leyes.
Y, para concluir, no estimo excesivo apuntar que para recibir autoridad se ha de estar apto moral e intelectualmente. Por esa condición comienza el respeto y el prestigio de los cuadros. Y si la responsabilidad implica el crédito de la autoridad, la autoridad necesita también ser protegida por la responsabilidad, es decir, con la conciencia del peso y el rigor que implica usar el poder. Lo dicho tal vez parezca un trabalenguas. Pero no he restado ni una palabra a las que he necesitado para, luego de las vacaciones, escribir lo que responsablemente y con la autoridad del periódico, he escrito. ¿Está claro?