Sin el debido conocimiento de la historia de la nación andaríamos carentes de brújula, a la deriva, porque esa conciencia del pasado de donde hemos venido, generaciones eslabonadas por medio, nos proporciona identidad e iluminadas pistas hacia el futuro.
Por eso en todo programa de enseñanza se le consagra un sitial preferente a la formación patriótica y ciudadana, y con idéntico buen juicio, las autoridades de Educación Superior exigen desde hace un tiempo que dicha disciplina del saber, junto al Español y las Matemáticas, integren una fundamental trilogía de prueba para los aspirantes a ingresar en las universidades.
Mas, a decir verdad, no siempre los resultados han sido todo lo halagüeños que desearíamos, puesto que salen a flote lagunas, unas más imperdonables que otras, y lo señalo con la propiedad que me otorga el haber participado bastantes veces en procesos de calificación correspondientes a mi especialidad profesional. Y entonces en esa hora crucial para esos jóvenes, lo que dejó de impartirse, o se hizo por «arribita», en los ciclos docentes previos, termina pasándoles amargamente la cuenta.
El hecho mismo de que se vuelva a recolocar en foco la asignatura constituye un paso sabio y de cierto carácter urgente, comenzando desde la enseñanza Primaria, donde la historia no solo debe penetrar en la memoria mediante la exposición razonada de los hechos, sino que a la vez debe correr a través de las venas de la emoción, para que perdure por siempre en las almas.
Maestras y maestros conocimos que en sus relatos nos hicieron sentir que cabalgábamos en tropel de mambises, dispuestos a una carga al machete contra el enemigo usurpador, y hasta creíamos escuchar el repique de la campana de La Demajagua, a veces porque el propio educador llevaba alguna réplica sonora capaz de despertar la fecunda imaginación infantil. Han sido los que, al referirse a Martí, transmitían una profunda devoción para con ese modelo imperecedero de sacrificio y entrega a una causa suprema, que se nos presentaba al mismo tiempo como el ser humano palpable, cercano y ejemplar, bajado de los pedestales.
Siempre albergué la impresión de que cuando Fidel declaró en el juicio por el asalto al cuartel Moncada que Martí era el autor intelectual, quienes lo acompañaron en ese intento ya lo sabían intuitivamente, porque sus maestras y maestros habían sembrado en las aulas un paradigma inspirador de caminos.
Tal vez porque hemos descuidado esa célula básica desde la que comienza a edificarse la conciencia nacional, y en su lugar hemos puesto más énfasis en las macroactividades para cumplir con efemérides, se reporten casos, aislados pero sintomáticos, de menores inconscientes que han tomado bustos del Maestro erigidos en parques como escenarios de juegos y hasta de escarnios. A ello también puede haber contribuido la proliferación indiscriminada de esculturas de cabezas, probablemente bajo alguna vacía consigna, que terminan trivializando la imagen venerable, algo que, por cierto, Gutiérrez Alea satirizó en La muerte de un burócrata.
La Historia de Cuba tiene que ser siempre la niña de nuestros ojos de la enseñanza Primaria, y para lo cual los educadores deben ir armados de una conveniente dramaturgia pedagógica, capaz de desatar emociones. Más tarde, en otras etapas ulteriores del proceso docente, vendrán en toda su plenitud las indispensables categorías científicas y las indagaciones críticas que solidifican el conocimiento.
Creo como el que más que cualquier tiempo futuro tiene que ser mejor, pero nunca a cambio de desechar cuanto de valedero acumula la experiencia. Reitero la prevención de que hay que cuidar de que junto con el agua sucia no se vaya también la criatura.