Un conferenciante en una universidad romana intentaba demostrar recientemente que a la música actual le falta corazón. Pueden sobrar combinaciones de sonidos e instrumentos para ejecutarlas, pero se echa de menos el latido de la emoción. A cualquiera le puede parecer un disparate tal conclusión. Y otros, en cambio, se darán cuenta de que lo predominante en el éter o en algún espacio es la estridencia, el ruido que enardece la herencia primitiva de nuestra especie.
Para gustos —modifico el dicho— hay sonidos y colores. Y si me he colado en sector tan técnico, ha sido como un modo de entrar en el tema de esta sección. Corazón, pues, le falta sobre todo a las relaciones entre países y al uso del Derecho Internacional. De tanta cordialidad carecen las potencias económicas y militares, que a la puerta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas podría colgársele este cartel promocional: «Se legalizan agresiones, siempre y cuando provengan del fuerte contra el débil».
¿Y qué letrero levantar en la fachada del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial? Cualquier término negativo encajará. Porque, en esencia, le falta corazón al capitalismo, cuya economía aparenta multiplicar y en la distribución resta más que divide: resta a los muchos para sumarles la diferencia a los menos. Y le falta sensibilidad a su prensa, o a cierto sector de su prensa, que destruye un prestigio, sin discernir la verdad o la mentira, como si bebiera indiferentemente un trago de mal güisqui.
Pero no es hábito de esta columna aterrizar en pistas internacionales. Y si hablo de cordialidad y sensibilidad —casi sinónimos en la semántica de las relaciones humanas— es para insistir en que a cada uno de nosotros y a las instituciones del país no nos debe faltar la sensibilidad, ni la cordialidad. Y si un tímpano preparado para oír y valorar los sonidos medidos y armonizados, puede detectar la falta de corazón de esta o aquella música, también una conciencia sensible sabrá precisar qué es y qué no es ni podrá ser la política en Cuba.
Hace más de 150 años, un cubano llamado Antonio Bachiller y Morales, hombre de letras y ciencia, dijo en su curso de Economía Política en el seminario de San Carlos y San Ambrosio, que las acciones económicas eran válidas si servían para hacer felices al mayor número posible de personas. Dicho esto, que se empalma con los fundamentos del humanismo de la cultura cubana y la doctrina de la Revolución, tendremos que reconocer que la política necesita de un sustento ético. Porque sin el beneficio de la ética, la política se inclinaría a resolverse en consigna o cálculo de intereses.
Como advertencia imprescindible, oímos que todo cuanto se decide hoy en la sociedad cubana en lo económico y lo social, incluso en lo político, exige una anulación de la vieja mentalidad y la articulación de un nuevo concierto de ideas, iniciativas, costumbres y enfoques que sean el antídoto de ciertas fórmulas ya estériles. ¿Quién negaría que si la visión pervive envejecida, prácticamente la concreción de leyes, resoluciones y modificaciones atravesarán una zona reblandecida, demasiado movediza como para subsistir erectas y actuantes?
A mi manera de juzgar, la ética como orientación básica de los actos económicos o políticos nos tendrá que conducir a un fin, el fin auténticamente revolucionario y socialista: procurar la felicidad o el bienestar de la mayor cantidad posible de nuestros compatriotas. Cualquiera otra finalidad quizá se conjuraría contra lo actualmente proyectado o aplicado. Por tanto, la ética del debe ser tendrá que prevalecer contra la desvaída ética de lo que es o ha sido.
Se me ocurre un símil, un juego de palabras: podrá haber receso «docente», pero nunca habrán de entrar en receso las actitudes «decentes». ¿Me explico? La decencia, palabra que define verdaderamente a cualquier ciudadano, tendrá que convertirse en un rasero, una condición. Porque decente es mucho más que capaz, inteligente, culto. Decente viene siendo el que emplea sus facultades y posiciones para trabajar por los demás, sin acudir a las apariencias, o a las promesas fatuas, o a la mentira, ni otras mañas de basurero.
Y en ello consiste la diferencia. O nos renovamos en ideas y actitudes honradas, y en consonancia con el espíritu de la nación y del socialismo renovado, somos medidos y pesados por la actitud ética, o seremos… qué. Podría terminar la disyuntiva, mas no quiero ser pájaro de mal agüero y permito que lo medite usted, si me leyó hasta aquí.