Si Onelio Jorge Cardoso lo hubiera conocido, al mítico Juan Candela le habría nacido un hermano. Solo que este, real hasta el más puro delirio, le daría al célebre escritor tanta cháchara que tal vez lo enviaría en algún cuento a revisar los cráteres de la Luna.
Mi amigo Cañón, cuyo alias en el carné de identidad y otras oficialidades es Iván Luis Pérez Sera, anda por la vida sin más tesoro que su maleta de palo cargada de tarecos sublimes para repartir cuando soplen depresiones.
De ese artefacto prehistórico al que le colocó rueditas postizas para recorrer las grandes avenidas, pueden salir oportunamente piedras de amolar, refranes, jabones, agujas, consejos, chistes, fotos, fosforeras, sábanas, almidón, café, betún, un telescopio, panes socatos... y hasta alguna hormiga malabarista. Pero sobre todo, periódicos. Lector impenitente, nadie sabe a derechas cuántos pedacitos de papel de imprenta haya recortado, fijándose en temas, autores, intención.
Fue por los periódicos que conoció a Guillermo Cabrera, el genio del Periodismo cubano que le cambió las angustias por una vocación salvadora. Cuando él solo era Iván o Pitusín, bullanguero entusiasta de los torneos de boxeo en la Isla, la suerte le dio un tajazo descomunal; uno de esos que arrancan de cuajo un pedazo de uno mismo.
Entonces llegó un día, aún cabizbajo, al consultorio de afectos que eran las tertulias de la Tecla Ocurrente ideadas por Guillermo. Allí, luego de recitar unas décimas pícaras que terminaban siempre: «Me siento como un cañón», quedó bautizado como el Cañón teclero.
Y le prometió al Guille que asistiría a todas las peñas que el periódico creara en el país. Y lo ha cumplido. No importa que se pase meses sin ver su casa de la calle Ceiba, allá en Holguín. Ni que duerma días donde la noche los sorprenda a él y su maleta. Si la estancia es larga, hasta el cemento se ablanda.
Así que él planta su campamento; saca el cartel de «Se arreglan zapatos», y con los pesitos que suma, tiene para comer y hasta para ayudar a otros. Ah, y si la cosa es de moverse, no hay ruta de trenes o guaguas que Cañón no domine. De Cauto Cristo a San Juan y Martínez; de Quivicán a Guaracabulla; de Bayamo a Segundo Frente; las carreteras ya le conocen el impulso. Y los choferes, en caballerosa deferencia, se marean un poco escuchándole los cuentos, pero terminan por extrañarlo como auténtico alborotador.
Porque Cañón, que ya es casi un símbolo para JR y sus tertulias, graduado con honores en la Universidad de La Calle; lo mismo recita a Guillén y Aquiles Nazoa, que traza un mapa en plena Sierra Maestra para llegar a un sitio donde estuvo el Che.
Y uno, que de verlo ya quiere abrazarlo, sabe que este zapatero de afectos, con 64 junios en el expediente serio y 8 escaladas al Turquino en la hoja de aventuras, puede remendar con su aguja hasta la última nostalgia.
¿Habrá en la galaxia algún personaje así?