En septiembre del año 2004, alarmados ante el rumbo de la guerra en Iraq, un grupo de estadounidenses, ex agentes del FBI, de los cuerpos especiales, de la CIA y del Departamento de Defensa, la mayoría con años y experiencia suficientes sobre lo acontecido en Vietnam y otros conflictos, y transformados en activistas por la paz, se unieron en la Coalición Decir la Verdad.
Firmaron entonces una apelación con esa exigencia a los hombres y mujeres de la administración de George W. Bush, en cuyo primer párrafo aseveraban: «Es hora de decir la verdad no autorizada». La real razón detrás de la guerra, el costo potencial en sangre y dinero, y si ese esfuerzo conduciría a la detención del terrorismo, esas eran las respuestas que debían saber el pueblo estadounidense y el mundo. Pero como sucedió en el desastre de Vietnam, tampoco los norteamericanos conocerían por boca de su Gobierno la verdad sobre Iraq.
Entonces, Afganistán había caído en la categoría de guerra olvidada, y aquel documento suscrito por personas conscientes, preocupadas incluso con las leyes que encubrían el crimen, ni siquiera la mencionó.
Los jóvenes estadounidenses continuaron llegando a sus hogares en un sarcófago envuelto en la bandera de las barras y las estrellas, mientras el presupuesto «adicional» dedicado a las guerras engordaba año tras año. Nadie contaba a las víctimas nativas de los territorios ocupados.
Han pasado casi seis años de aquel clamor a la moral y la honestidad, y solo ahora, la otra guerra, la de Afganistán, nuevamente potenciada desde la llegada de Obama, comienza a romper el velo…
Wikileaks, un sitio de la web que ya había mostrado en toda su crudeza un video del ametrallamiento, en un barrio afgano, de civiles —que incluía a un camarógrafo de la prensa occidental y su chofer— y que el Pentágono había presentado como un enfrentamiento con insurgentes cuando informó de la docena de «enemigos» muertos, ha vuelto a la carga.
Más de 90 000 registros de incidentes y reportes de inteligencia sobre el conflicto en Afganistán han sido filtrados y se considera que es la mayor revelación en toda la historia militar de Estados Unidos; incluso supera a los papeles de Vietnam que diera a conocer en su momento Daniel Ellsberg, por cierto, uno de los firmantes del reclamo del 2004.
La base de datos cuenta con documentos emitidos entre enero de 2004 y diciembre de 2009, y fueron puestos a disposición de la publicación británica The Guardian, la estadounidense The New York Times, y la alemana Der Spiegel.
El retrato de la guerra que se pierde en Afganistán es devastador, dijo The Guardian, pero las actuales autoridades de la Casa Blanca llaman la atención sobre la fecha de los documentos y pretenden deslindarse, aunque de entonces a la fecha, los vuelos de los aviones que llevan la muerte por control remoto se han incrementado, como parte de la intensificación de las operaciones con que se pretende exterminar a los combatientes talibanes y a los remanentes de Al Qaeda.
Más de un trabajo periodístico debe realizarse para dar a conocer algunas de las cacerías humanas, donde la mayoría de las víctimas son civiles, mujeres y niños.
El arcón de los secretos recién abierto ahora por Julian Assange, el fundador de Wikileaks, quizá despierte al pueblo estadounidense, como sucedió cuando Vietnam, y se oponga resueltamente a estas guerras (Afganistán e Iraq) y a las que se forjan en las tinieblas, mucho más peligrosas cuando están en juego hasta las armas nucleares. Puede que se esté a tiempo para impedir que en la Casa Blanca y en el Pentágono rompan el sello a la Caja de Pandora, y nuevos males se esparzan por un mundo sometido ya a demasiados padecimientos en aras del Moloc de la guerra y del egoísmo imperial.