Aunque muchos intentan silenciar el asesinato del dirigente nacionalista congolés Patricio Lumumba, su familia sigue luchando para que este crimen del imperialismo no quede en el olvido. La historia congolesa tiene muchos hoyos oscuros, principalmente respecto a este crimen, uno de los capítulos más tristes de la vida de ese pueblo, pues la muerte de su líder abrió el camino a una dictadura totalmente plegada a los intereses neocoloniales.
Recientemente, los hijos del líder anticolonialista hicieron pública su denuncia de 12 funcionarios, policías y militares belgas sospechosos de haber estado implicados en el crimen. Los sospechosos estaban en Katanga (sudeste del Congo) en la fecha y lugar exacto donde el ex primer ministro congolés fue asesinado, tras ser trasladado hasta allí desde la ciudad de Leopoldville (Kinshasa, en la actualidad).
La denuncia penal se interpondrá por crímenes de guerra y el traslado ilegal de Lumumba a Elisabethville (capital de Katanga, hoy Lubumbashi), delitos que no prescriben incluso aunque hayan pasado 49 años, según declaró el abogado de los hijos de Lumumba, Cristophe Marchand.
La querella también tiene como basamento las averiguaciones de una investigación parlamentaria belga que en 2001 puso en evidencia la responsabilidad de algunos miembros del gobierno de Bruselas y otros belgas, aunque no mencionó nombres. Tampoco se levantó un dedo para emprender un proceso judicial, por lo que el asesinato de Lumumba sigue impune.
Sin embargo, la culpa probada de otros se huele a kilómetros, y nunca han pagado por ello, a pesar de que se trate de una verdad incuestionable. Hoy ya no es un secreto que el presidente estadounidense Eisenhower dio la orden de asesinar a Patricio Lumumba, a quien consideró como «el Fidel Castro» de África. Las ideas del carismático ex ministro eran muy peligrosas para Washington porque más que la independencia del Congo (entonces Zaire), Lumumba buscaba romper con todas las ataduras neocoloniales.
La entrada de Lumumba en la escena política africana tuvo un especial seguimiento por parte de las agencias de espionaje de Estados Unidos. Era un momento muy sensible para el poder colonial, pues muchos países africanos estaban enfrascados en la lucha por la independencia y algunos de sus líderes pensaban en una alianza continental y con el resto del Sur para impulsar su desarrollo económico y social, y tener un mayor protagonismo en la arena internacional, una vez que lograran romper las ataduras de las metrópolis. El propio Lumumba, en uno de sus discursos, afirmó convencido que la independencia del Congo marcaba «un paso decisivo hacia la liberación de todo el continente africano».
Además de sus acciones de espionaje en ese país, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), especializada en la desestabilización interna, apoyó el reclutamiento de agentes del ejército y la policía como Joseph-Desiré Mobutu para soportar la inestabilidad de la provincia de Katanga, en un intento por levantar un fortín que sostuviera al tambaleante colonialismo en África, y más tarde dio un espaldarazo al dictador Mobutu, quien durante más de 30 años saqueó los recursos del país y amasó una enorme riqueza personal que ubicó en bancos del extranjero.
También están las maniobras de política sucia del presidente Kennedy —sucesor de Eisenhower—, para socavar la lucha de resistencia de los congoleses, quienes también buscaban hacer justicia por la muerte de Lumumba. Fue Kennedy quien recibió a Mobutu en mayo de 1963 para agradecerle su jugada en el caso Lumumba. Posteriormente, el siguiente inquilino de la Casa Blanca, Lyndon B. Johnson, se encargó de afincar mucho más un gobierno proestadounidense en el Congo.
Aún debe quedar mucho por sacar del estercolero de Washington y la CIA.