Después de varios acercamientos difíciles, los rebeldes que operan en Darfur y el gobierno de Omar al-Bashir podrían llegar a un acuerdo que ponga fin a un conflicto armado que durante siete años le ha arrancado la vida a 300 000 personas en esa región del occidente sudanés y ha obligado a 2,7 millones a abandonar sus hogares, según la ONU.
Parecía que la paz estaba muy lejana luego que en los últimos días la violencia se disparó en la explosiva Darfur, justamente cuando se pensaba que los aires iban a estar menos caldeados debido a un alto al fuego acordado por el Movimiento de Justicia e Igualdad (MJI), principal grupo rebelde de la región, y las tropas gubernamentales, en febrero pasado.
Los antigubernamentales exigen a Jartum una mayor participación de la región en el disfrute de las riquezas nacionales, gran parte de ellas ubicadas en Darfur. Ese es uno de los puntos que debe incluir el acuerdo que acabe con la inestabilidad azuzada por países como Estados Unidos e Israel, quienes han brindado asesoramiento y armas a los rebeldes en sus intentos por desintegrar una de las naciones más extensas y ricas de África.
El proceso de pacificación había sufrido un «parón» debido a los persistentes choques armados entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales, y por tanto no se llegó a un acuerdo definitivo para el 15 de marzo, como se esperaba. Además, el MJI abandonó el diálogo, pues paralelamente el gobierno intentaba arreglarse con el Movimiento de Liberación y Justicia (MLJ), otro grupo rebelde de Darfur, formado por facciones antigubernamentales menores.
Ahora, el gobierno de Al-Bashir, que busca la construcción de un Estado nacional y unido, sin la injerencia de potencias extranjeras, sigue defendiendo la idea de volver a las negociaciones en Doha, capital de Qatar, mediadas por la ONU y la Unión Africana. Quiere un acuerdo de paz definitivo con el MLJ antes de fines de junio, y la invitación está hecha también para el MJI. Está consciente de que una paz duradera solo es posible si en el diálogo participan todas las facciones enfrentadas al gobierno.
Pero el MJI sigue poniendo condiciones: primero quería la incorporación de Egipto como mediador; hoy pide el regreso de su líder, Khalil Ibrahim, a Darfur. Según las últimas noticias, el cabecilla se encontraba en Libia, pues Chad le impidió la entrada a su territorio, en virtud de las buenas relaciones que hoy cultiva con Sudán.
Sin embargo, Jartum ha reiterado que quiere a Khalil Ibrahim en Doha para culminar el convenio que quedó inconcluso. De hecho, ha pedido a Libia que presione al líder rebelde para que vuelva a las conversaciones, y exhortó a otros estados a que no lo reciban en sus territorios, pues ello no contribuiría a terminar la guerra en Darfur. ¿Por qué el capricho de entrar a Darfur?
Sudán necesita la calma, ¡y ya!, antes de que el almanaque marque el próximo enero, cuando el sur del país decidirá en un referéndum si desea continuar unido al norte, u opta por la independencia. La posible desintegración del Estado, nada desdeñable según los resultados de los últimos comicios, puede despertar viejos conflictos, y a Jartum no le convendrá tener una guerra abierta en distintos frentes. Y en todos los casos, siempre está en juego la soberanía y la unidad de uno de los más grandes estados petroleros africanos, con los ojos de las potencias occidentales puestos encima.