Otros intentaron, ilusamente, pintar ese umbral de mayo que en esta nación es mucho más que océano humano desafiando madrugada y sol; que una palma caminando en brazos de cubanos; que niños al hombro con las «cajas de dientes» al aire; que abuelos con la garganta hecha verbo; que alegre resaca después de la marea.
Por eso —porque no atino a dibujar esa confusión de voces, gestos, sudores y palabras— procuro siempre galopar en los carteles de mis compatriotas; en esas letras que viven y respiran aunque cueste trabajo fabricarlas; y aunque lleven a hacerse «agua la cabeza» la noche de la víspera.
En esas letras laten la crónica de la tierra imperfecta que no sucumbe; el ingenio de los «jodedores»; esos que van a la plaza contentos a gritar y a reír.
Ahora mismo me sonrío y me estremezco con imágenes borrosas de 1961, referentes a carteles de antaño, que «veo» gracias a pesquisas de colegas del periódico Trabajadores. «Con material de desecho, mire Che lo que hemos hecho», decía uno de los tantos letreros que pasearon orondos por la capital cubana en ese mayo; era una alusión chispeante al florecimiento del movimiento de innovadores que ayudaría a sostener este país en tiempos duros.
Ese mismo año, de carencias pero de honor a toda prueba, pocos días después de la gran victoria de Girón, uno de los participantes en la extraordinaria marcha de La Habana (que duró ¡14 horas!) llevó un cartel ocurrente que rezaba: «Si nos falta jabón nos sobra coraje». ¡Qué analogía tremenda!
Y ahora mismo me transporto a aquel letrero que caminó hace un lustro por la bayamesa Plaza de la Patria. Lo portaba una mujer que laboraba en una céntrica oficina de control de multas. El infractor de entonces debía pagar una gran suma por haber atropellado con su carro blindado a la humanidad. Era, como señalaba la pancarta, W. Bush. Su dirección: «Calle Guerra entre Destrucción y Muerte, Reparto: Casa Blanca, Washington».
Este martes, tras un sábado devenido estandarte tricolor, pienso en un cartel de ese día: «¡Cuidado!». Al lado, un dibujo rústico y humorístico: un águila quebrada por un caimán a la defensa.
Y estoy viendo a Juan Almeida en los signos de un anuncio en rojo, bien enorme: «Ante los embustes y las mentiras, ¡aquí no se rinde nadie…!» No hace falta la sonora y cubana palabra pronunciada en Amargura de Pío, que así debió ser ese nombre y no Alegría.
Estoy mirando todavía carteles con textos cortos, espejos de propaganda, que tanta falta nos hace más allá del Primero de Mayo: «Cuba sí», «Unidad = Patria», «Socialistas, ¡Siempre!»; carteles con rima que se hacen verdad en la cima («El que no está en la Plaza, está frente al televisor de la sala de su casa»); carteles filosóficos («El socialismo no es una meta porfiada; es el único camino de ser libres»).
¿Qué sería en Cuba un primero de mayo sin esas grafías dibujadas en cartones, telas, hojas, yutes y hasta en maderas verdes?
Por cierto, ¡qué manera de aparecer pintura, tempera, crayolas… para millones y millones de carteles de los primero de mayo! Eso demuestra, al final, que «Sí se puede», como decía otra de las consignas de este sábado.
Lástima que esas letras ardientes no se coleccionen. Si se guardaran podrían hablar al cabo de los años; podrían hacer el relato de este país que palpita en versos caminantes cada mayo.