Un ladrón sale corriendo de la tienda con una bolsa repleta de dinero. Todavía suena la alarma cuando el caco choca bruscamente con un par de policías, quienes lo inmovilizan. Entonces un dulce rayo de honestidad surca el cielo y se posa sobre el infractor: «¡Oh!, discúlpenme. Sé que he obrado mal, por lo que me arrepiento de todo corazón. Devolveré el dinero y me iré a casa a tomar sopa».
Los agentes, conmovidos, le creen... y lo sientan en la patrulla para que tenga ocasión de convencer al tribunal y pueda relatarles después a otros reos su fantástica conversión en buen ciudadano.
Por cierto, en Gran Bretaña hay arrepentimientos por estos días. Como se sabe, un escándalo está en marcha, a partir de las revelaciones del diario The Daily Telegraph acerca de que diputados de diferentes partidos han empleado dinero público para fines particulares: unos compraron comida para perros; otros, decenas de juegos de sábanas; aquella le regaló a su esposo un teléfono y una cámara digital, y los más listos encargaron costosos trabajos de remodelación en sus casas particulares. Miles y miles de libras esterlinas que paga Liborio, o tal vez Johnny, o como sea que se llame al contribuyente británico.
Ahora muchos dicen estar dispuestos a devolver el dinero. Hay verdaderos arranques de pundonor, de honradez a toda prueba, y algunas renuncias de personajes importantes. Pero no se conoce aún de nadie sometido a juicio, ni detenido, como sí le ocurrió al pobre ladrón del principio. El cielo sigue despejado, y de los implicados, muchos continúan en sus puestos, incluidos algunos ministros del gobierno laborista del primer ministro Gordon Brown.
Hago un alto para elogiar el poco empacho que ha tenido la prensa británica para publicar los excesos ocultos de quienes fueron elegidos para, teóricamente, representar a sus votantes. Se tuvo noticia de estos manejos fraudulentos y se sacaron a la luz. Es una virtud, sin duda.
Ahora bien, conocer estos detalles está provocando un proceso de decepción hacia la clase política: no se entienden tales lujos (malhabidos además) cuando, en medio de la crisis económica, la mayoría se aprieta el cinto.
Nadie se salva. Según sondeos citados por The Economist, el 86 por ciento de los consultados dice que todos los partidos obraron mal. Al propio Brown (ahora deseoso de aplicar mecanismos de control externo a las finanzas parlamentarias) solo un 12 por ciento de votantes le otorgan su confianza. Curiosamente, su rival conservador, David Cameron, desesperado por celebrar elecciones anticipadas y quitarle el trabajo a aquel (probablemente lo logre), se lleva un también raquítico 21 por ciento.
No obstante, la piedra más dura en este potaje es que ciertos partidos pequeños, antieuropeos y xenófobos, están atrayendo la atención de los desencantados. Así, el auge del Partido Nacional Británico (BNP), cuyo programa plantea «dar incentivos a los inmigrantes y sus descendientes para que vuelvan a sus países», y «revertir la marea de inmigrantes no blancos», ha suscitado una declaración de la Iglesia Anglicana sobre la imperiosidad de evitar el voto por quienes avalan la discriminación racial.
Caso parecido es el del Partido de la Independencia del Reino Unido, que no llega a los ribetes del BNP (si bien han existido vínculos entre ellos en otros tiempos), y cuyo propósito es sacar a Londres de la Unión Europea. De un seis por ciento de preferencias hace unas semanas, hoy cuenta con el 17 por ciento, ¡igual que los laboristas! Fiesta para los primeros, descalabro para los segundos...
Solo una nota: en tiempos de crisis, el dedo acusador hace culpables a los más vulnerables. Meses atrás, cuando miles de británicos empezaron a quedar desempleados, hubo protestas contra la contratación de obreros inmigrantes, y varias pancartas las firmaba el BNP. No se dude de que la incomprensión de las causas de la crisis, más el sazón del desparpajo de los políticos tradicionales, puede dar ala a los extremistas. Alemania, en 1933, es el mejor ejemplo.
En fin, la próxima semana habrá elecciones para el Parlamento Europeo (un tema sobre el que volveré). Será la primera prueba para el gobierno británico después del escándalo. Observemos, pues, en qué parte de la boleta ponen la crucecita los súbditos de Su Majestad...