El fin de año es un concierto de lugares comunes. Repetimos anualmente las mismas palabras: felicidades, prosperidad, vida nueva, en un movimiento cíclico que no sería solidario olvidar. Y que yo no descuidaré en esta última columna del 2008. Felicidades y prosperidad a mis lectores, en particular a cuantos una vez y varias veces me han remitido sus palabras de aprobación o de entusiasmo, e incluso también para aquellos, desafortunadamente pocos, que me expresaron criterios opuestos o distintos a los míos.
Me quejo, sí, de que las voces discrepantes hayan sido escasas. Y créanme que las he sabido aprovechar, meditándolas o respondiéndolas. Porque, aunque la confrontación de pareceres sabe a ácido sulfúrico, por las energías que se invierten, o por las punzadas de nuestra vanidad frente a criterios que suelen demostrar que los nuestros no eran tan correctos, pese a esas incomodidades el debate, la discusión es el camino más recto para trazar y corregir extravíos o desviaciones.
Sabemos, sin embargo, que en nuestra sociedad hay personas que consideran una falta a lesa jerarquía la opinión que levanta la mano en una reunión para expresar un punto de vista distinto al que la mesa que preside quiere como único y válido. En el fondo, estas actitudes, que suelen acicalarse con cosméticos ideológicos, responden a un humano apego a la comodidad. Qué suave, qué confortable es tomar decisiones, decir esto o dictar esto otro sin que, al frente, desde ese lunetario que la gente de teatro llama la cuarta pared, hallemos una réplica o, mejor, un juicio que ilumine el nuestro. En el fondo, digo, es acomodamiento, aunque lo llamemos disciplina o respeto a los «niveles». En fin, las palabras suelen acudir a nosotros y servirnos para lo bueno y también para lo que, algún día, lamentaremos haber creído bueno.
Empieza un nuevo año. ¿Y será en verdad vida nueva como habituamos a decir en esa frase automática? La vida para ser nueva no solo dependerá de la conciencia y los deseos de los individuos. Y como me hizo recordar uno de los lectores más asiduos y expresivos de esta columna, suele el ser social —el conjunto de circunstancias materiales y objetivas de la sociedad— imponerse sobre las intenciones personales. Gonzalo Rubio Mejía, aparte de felicitar mi perseverancia en este espacio y mi manera de convocar y estimular el debate, quiso en su respetuosa y madura carta distanciarse de cuanto escribí el viernes pasado, cuando afirmé que mientras esperábamos cualquier medida que tendiera a liberar nuestras iniciativas colectivas, intentáramos, como individuos, corregir errores e insuficiencias de nuestro discurrir cotidiano.
Gonzalo Rubio, entre otras ideas muy atinadas, dijo: «El desbloqueo por cuenta propia es cada vez más complicado. (...) La cantidad de problemas, de insatisfacciones creadas a clientes y usuarios, son a doquier, exageradas, omnipresentes desde que comienza hasta que finaliza el día. Yo lo he intentado y es prácticamente una guerra sin cuartel. Prácticamente no se pudiera trabajar solo dedicado a atajar negligencias, groserías, irrespetos, indisciplinas sociales, incapacidad de respuestas, etc...». Porque —añadió— «El exceso de verticalismo y de burocracia lo alarga todo. Nos amarga y nos agobia. Nos enreda en una cadena en que nos envuelve a nosotros mismos y de víctimas pasamos a victimarios, a practicantes del maltrato y a practicar el poco interés por hacerlo todo bien desde la primera vez, y no sentir que nos estorba quien acude a nosotros a solicitarnos un bien o servicio».
Esa es, pues, una porción de nuestra realidad. ¿Alguien la desconoce? Tal vez empezaremos a tener «vida nueva» cuando empecemos a echar a la orilla, junto con los despojos de los ciclones, la maraña que entorpece el paso de nuestra sociedad hacia el mejoramiento. Y Gonzalo Rubio me gana la partida. Es muy difícil poder cambiar la vida en el tránsito de un año hacia el otro. Lo comenzaremos con los mismos problemas e inquietudes. Y necesitaremos muchas voluntades concertadas y convencidas para cambiar cuando nos atrabanca y limita dentro del país. Pero, quizá, ganemos todos en comprensión, y aprendamos que a la plenitud de la verdad y la justicia se llega alcanzando verdades y justicias parciales, que es como decir las que necesitan el pueblo y la Revolución en cada tramo de su camino hacia un rumbo claro e inteligentemente trazado.
Les deseo, pues, a mis lectores, más que felicidades, que no desistan de luchar. Ante el deceso de un año y el nacimiento del sustituto, uno puede admitir que Marx también tenía razón al decir que la felicidad está en la lucha. Así sea.