La escena se repite en carreteras y esquinas de las ciudades a las que acude la gente cuando la alternativa no es otra que viajar «en botella» —autostop, en otras latitudes—, a sabiendas de que poquísimos vehículos paran en los sitios carentes del servicio de los inspectores conocidos como «amarillos».
El verano y las vacaciones suponen más movimiento de personas, y aun con las medidas que se apliquen a nivel local para tratar de mejorar en algo la transportación, mucha más gente seguirá extendiendo el brazo para llegar a su destino.
Cierto es que el mayor volumen de la transportación se realiza en el país gracias a los puntos de recogida. En Villa Clara, por ejemplo, más del 60 por ciento de las personas utilizan esa vía para transitar; pero pura verdad es, también, que muchos conductores insensibles desacatan la reglamentación estatal de la obligatoriedad de recoger a viajeros, y hasta utilizan trampas para evadirla.
Acerca de esta problemática la Asamblea Provincial del Poder Popular de Villa Clara hizo un análisis, tomando como punto de partida una pesquisa realizada con la población, los propios «amarillos» y funcionarios del transporte.
El propio hecho, argumentó Alexander Rodríguez, presidente del Gobierno en la provincia, de las dificultades en esa prestación —aquejada de problemas reales y de otros que resultan de la actuación incorrecta de las personas— requiere de un examen sistemático para definir por qué persisten las irregularidades y cómo pueden enfrentarse.
Allí se confirmó que, efectivamente, hay conductores que son renuentes a recoger pasajeros y que cuando pueden evaden pasar por los puntos de recogida. Se denunció también que otros llegan, incluso, a desobedecer la orden de detenerse.
En cierta medida, resguarda a estos transgresores la falta de sanciones en sus centros de trabajo por negarse a detener la marcha en el punto de recogida. Sería fundamental, en ese sentido, que las autoridades de inspección exigieran más y comprueben si, en efecto, los infractores son penalizados.
En la falta de control radica otra de las aristas de este problema, tan asociado a la falta de solidaridad. Para eliminar o atenuar definitivamente sus manifestaciones, resulta vital que los responsables de las entidades u organismos adviertan a los choferes de la obligatoriedad de cumplir lo estipulado.
A otro ángulo del tema del control apuntó en su análisis Omar Ruiz Martín, primer secretario del Partido en Villa Clara: hay choferes que no se detienen debido a que sus responsables lo permiten.
El control ha de nacer en el propio centro, y se trata de persuadir, en primera instancia, y aplicar después al incorregible la sanción necesaria. Tanto valor tiene la actitud de recoger pasajeros —recuérdese aquello de compartir entre todos lo que de todos es— y de tal modo gravita en la fuerza del ejemplo personal, que practicarla se erige en requisito casi indispensable para cualquier cuadro, funcionario o compañero responsable de un vehículo.
La vulnerabilidad del viajero se acrecienta en aquellos lugares, los más, donde carece de la ayuda de la autoridad de transporte. Muchísimos conductores, simplemente, siguen de largo ante el brazo extendido del necesitado e, incluso, automotores destinados por las entidades al traslado de trabajadores tampoco recogen pasajeros a pesar de contar con plazas para ello.
Extraña filosofía esa de «para mis trabajadores sí y otros que se las arreglen». Pero viendo el hecho concreto desde la urgencia de ahorrar y utilizar mejor el combustible y otros recursos, ¿no parece un acto de despilfarro seguir viaje sin recoger a nadie, disponiendo de capacidades para hacerlo?
Este aspecto de las sanciones resulta de los más polémicos. Baste decir que entre las entidades de este territorio que no penalizan a los trasgresores se reitera el criterio de que se trata de buenos trabajadores, y que no se les sancionó porque fue la primera vez que incurrieron en la indisciplina de no parar.
Es cierto que necesitamos encontrar un equilibrio para conservar el sentido de la justicia en cualquier circunstancia y análisis pero, si resulta visible que hay una contradicción entre la actitud de no recoger viajeros y la voluntad de optimizar el empleo de recursos cada vez más caros, y entre la solidaridad y el egoísmo, ¿habrá que esperar a una segunda equivocación?
Hay que ser drásticos contra lo que pueda afectar a la población. Esa es la mejor vía para dejar varados a los indolentes.