Los activistas contra la guerra deben cambiar sus tácticas electorales. Ni Clinton ni Obama tienen realmente un plan para finalizar la ocupación de Iraq, pero se los podría obligar a cambiar su posición.
«¿Y?» dijo Dick Cheney cuando se le preguntó la semana pasada sobre el hecho de que la opinión pública esté abrumadoramente en contra de la guerra de Iraq. «Por supuesto que no te puedes largar por unas encuestas». Unos días después, su actitud respecto a que el número de soldados muertos en Iraq había llegado a 4 000 mostró el mismo grado de simpatía. Se «pusieron voluntariamente el uniforme», dijo el vicepresidente a ABC news.
Este grueso muro de indiferencia ayuda a explicar la paradoja en la que nos encontramos aquí en el campamento antiguerra de EE.UU. cinco años después de la ocupación de Iraq: el sentimiento contra la guerra es el más fuerte que ha habido, pero nuestro movimiento parece que está menguando. El 64 por ciento de los americanos dicen a los encuestadores que se oponen a la guerra, pero no lo dirías nunca a la vista del magro número de asistentes a las últimas concentraciones o noches de vigilia.
Cuando se les pregunta por qué no están expresando sus opiniones contra la guerra a través del movimiento antiguerra, muchos te dicen que sencillamente han perdido la fe en el poder de las protestas. Marcharon contra la guerra antes de que empezase, marcharon en el primer, el segundo y el tercer aniversario... y aún así, cinco años después, los líderes de EE.UU. se alzan de hombros y sueltan un: «¿Y?».
Por ello es el momento de que el movimiento contra la guerra cambie sus tácticas. Deberíamos dirigir nuestras energías allí dónde aún puede tener cierto impacto: los principales candidatos demócratas.
Muchos sostienen algo distinto. Dicen que si queremos acabar con la guerra, deberíamos sencillamente elegir un candidato que no sea John McCain y ayudarle a ganar: ya nos ocuparemos de los detalles una vez los republicanos estén desalojados del 1600 de Pennsylvania Avenue. Algunas de las voces antiguerra más prominentes —desde MoveOn.org hasta el Nation, la revista para la que ambos escribimos— han elegido este camino, y así han dado su apoyo a la campaña de Obama.
Ello es un error estratégico muy serio. Es durante una campaña fuertemente disputada que las fuerzas contra la guerra pueden tener el poder de cambiar de facto la política norteamericana. Tan pronto como elijamos un bando, quedamos relegados a un papel de simples animadores.
Y cuando se trata de Iraq, hay bien poco que aclamar. Si echamos un vistazo a la retórica que ha habido hasta el momento, está claro que ni Barack Obama ni Hillary Clinton tienen realmente planeado terminar con la ocupación. Sin embargo, se les podría forzar a cambiar sus posiciones, gracias a una batalla por las primarias singularmente larga.
A pesar de las peticiones a Clinton para que se retire en nombre de la «unidad», es un hecho el que Clinton y Obama están todavía plenamente en liza, luchando ferozmente por cada voto, lo que da al movimiento contra la guerra la mejor posición para ejercer presión. Y nuestra presión es fatalmente necesaria.
Por primera vez en 14 años, los fabricantes de armamento están donando más a los demócratas que a los republicanos. Los demócratas han recibido el 52 por ciento de las donaciones políticas de este ciclo electoral hechas por la industria de defensa —muy superior al 32 por ciento de 1996. Ese dinero está encaminado a modelar la política exterior y, de momento, parece que se ha gastado bien.
Mientras que tanto Clinton como Obama denuncian con mucha pasión la guerra, ambos tienen planes bien detallados para continuarla. Los dos reconocen que pretenden mantener la enorme zona verde, incluida la monstruosa embajada de EE.UU., y retener el control norteamericano del aeropuerto de Bagdad.
Tendrían desplegada una «fuerza de choque» dedicada a operaciones de contra-terrorismo, así como personal de entrenamiento para los militares iraquíes. Más allá de estas fuerzas militares de los EE.UU., el ejército de diplomáticos de la zona verde necesitará medidas de seguridad fuertemente armadas, que actualmente aportan Blackwater y otras compañías de seguridad privada. En estos momentos hay tantos contratistas privados como soldados manteniendo la ocupación, así que esos planes podrían implicar decenas de miles de miembros de personal norteamericano atrincherados indefinidamente.
Con un marcado contraste respecto a esa ocupación reducida, llega el mensaje inequívoco de cientos de soldados que han servido en Iraq y Afganistán. Iraq Veterans Against the War (Veteranos de Iraq Contra la Guerra), los cuales a principios de este mes llevaron a cabo las sesiones del Winter Soldier en Silver Spring, Maryland —basadas en la investigación Winter Soldier de 1971, en la que los veteranos testificaron sobre las atrocidades de los EE.UU. en Vietnam— no dan su apoyo a ningún candidato o partido. En cambio piden una retirada inmediata e incondicional de todos los soldados y contratistas norteamericanos. Cuando ha venido de activistas pacifistas, la postura del «fuera ya» ha sido criticada por naive. Es más difícil ignorarla cuando viene de los centenares que han servido —y siguen sirviendo— en el frente.
Los candidatos saben que mucha de la pasión que alimenta sus campañas proviene del deseo de muchos demócratas de base de terminar con esta desastrosa guerra. Pero lo crucial es que los candidatos ya han dado muestras de ser vulnerables a la presión del campamento por la paz. Cuando el Nation reveló que ninguno de los candidatos daba su apoyo a una legislación que impidiese el uso de Blackwater u otras compañías de seguridad privada en Iraq, Clinton cambió de rumbo. Se convirtió en el líder político de EE.UU. más importante que suscribía la prohibición —apuntándose un tanto respecto a Obama, quien se opuso a la guerra desde el principio.
Ahí es exactamente donde queremos a los candidatos: superándose el uno al otro para demostrar en qué medida se toman en serio lo de acabar con la guerra. Ese tipo de batalla tiene el poder de activar a los votantes y romper con el cinismo que amenaza a ambas campañas.
Recordemos que, al contrario que la actual administración Bush, estos candidatos necesitan el apoyo de esos dos tercios de norteamericanos que se oponen a la guerra en Iraq. Si la opinión se transforma en acción, ellos no estarán en condiciones de soltar un «¿Y?».
Traducción para www.sinpermiso.info: Xavier Fontcuberta Estrada. Tomado de Rebelión
*Naomi Klein es autora de numerosos libros, incluido el más reciente The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism. Jeremy Scahill es autor del best-seller del New York Times Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army.