Amanecimos este lunes con otro resultado y una sensación de estupor, que ha ido derivando, poco a poco, en un sentimiento despejado. ¿Qué hay detrás de los porcientos de la votación y en particular de ese delgado 1,4 que aventaja a la oposición venezolana? Golpes bajos de adentro y de afuera, financiamiento norteamericano a grupos estudiantiles —las pruebas las publicó este domingo The Washington Post—, la manipulación y el cerco, la incesante educación para el olvido y el odio que predican los medios opositores, los puntos de la Reforma insuficientemente explicados o deliberadamente falseados, las traiciones, el hiato que a veces se percibe entre la política bolivariana y la expresión de esa política —como me comentara en una entrevista el general Alberto Müller— y otras circunstancias que serían largas de explicar.
Sin embargo, si se mira a distancia lo ocurrido este domingo en Venezuela, quizá el saldo sea más favorable para el gobierno de Chávez de lo que parece tras el velo orgiástico que este lunes cubre las noticias sobre ese país en la prensa internacional. La oposición se ha quedado huérfana de su principal argumento. La tesis cardinal que manejaron contra la Reforma era la supuesta intención del Presidente de perpetuarse en el poder con un gobierno arbitrario y antidemocrático, pero ¿qué clase de dictador es este que reconoció los resultados de inmediato y con humildad? ¿Cuándo se había visto algo semejante en Venezuela?
Un editorial de La Jornada comentaba este lunes que paradójicamente, el triunfo electoral de la oposición venezolana es, también, una victoria moral para el movimiento que encabeza Hugo Chávez. Recordaba, por supuesto, las numerosas ocasiones en que este gobierno ha salido victorioso del escrutinio popular y con qué altura reconocía los resultados que ahora le han sido adversos. Reconocía que las elecciones transcurrieron con intachable transparencia, desde el momento en que se abrieron las urnas hasta el cierre en la madrugada, en la que el Presidente aceptó sin ambigüedad el resultado, que —afirma el diario mexicano— «refrenda actitudes y disposiciones inequívocamente democráticas que deben ser reconocidas».
Pero se pueden especular otras derivaciones positivas. No es posible que, de ahora en adelante, para el proceso bolivariano el factor electoral pese tanto en la adopción de tácticas y estrategias como la circunstancia concreta, esa que atañe directamente a las necesidades y derechos de la población. Un previsible objetivo para los tiempos que se avecinan será incorporar otras vías movilizadoras que consoliden todavía más la indudable vocación democrática de la actual Venezuela.
Este no es el punto final de un proceso que tiene por delante cinco años en que podrá seguir gobernando de acuerdo con la Constitución actual aprobada poco después de la llegada de Chávez al poder. Es más bien un punto de partida. El gobierno que ha sobrevivido a un golpe de Estado y a un terrible sabotaje petrolero; la administración de un país que sabe perfectamente que la violencia del dinero es tan peligrosa como la violencia de la miseria; la Revolución que ha logrado el imposible de convivir con una derecha que se encierra en su autocomplacencia y en la insolidaridad orgullosa de su náusea por los pobres; ese gobierno, digo, tiene infinitas reservas para convertir la experiencia electoral de este domingo en una fuerza más para legitimarse.