Ninguna importancia tiene a esta altura un engaño o un dislate más del señor George W. Bush. Apenas le falta un año, y parece que completará la segunda ronda de su residencia casablanquina porque no hay decisión entre quienes pueden llevarlo a un impeachment.
Por estos días, cuando estuvo en Sydney, donde las protestas por su presencia fueron a diario, cometió las pifias habituales en su discurso y comportamiento: primero saludó estar en la reunión de la OPEP, cuando aquello era la cumbre de la APEC. Como todo el mundo se rió de lo lindo, quiso convertirlo en un chiste, y agregó que el primer ministro John Howard le había invitado a la próxima reunión de los países exportadores de petróleo —organización a la que ni Australia ni Estados Unidos pertenecen—; luego destacó el apoyo de las tropas austriacas en Iraq, cuando debió decir australianas —un ligero desliz geográfico de varios miles de kilómetros y posición continental—; y por último como para demostrar que en verdad no sabía dónde estaba parado, a la hora de retirarse del salón fue directo a la puerta que no era, y Howard tuvo que salir en su rescate y señalarle el camino.
Ahora vuelve a «equivocarse», esta vez a sabiendas y con toda intención, para vender un apoyo aliado que se le va quedando corto en el escenario bélico mesopotámico.
Dijo que había un realineamiento político en la volátil provincia de Anbar para argumentar que en la pelea iraquí Estados Unidos está ganando. Horas después moría en un atentado con bomba el sheik Abdul-Sattar Abu Risha, su principal aliado sunnita para detener lo que llaman violencia o acciones de Al Qaeda, para no tener que admitir la resistencia a la ocupación.
«La provincia de Anbar es un buen ejemplo de cómo nuestra estrategia está trabajando», afirmó, y el desmentido a la supuesta tranquilidad pregonada por el W. fue inmediato y evidente cuando el socio al frente del Consejo de Salvación de Anbar apenas le duró diez días, después de haberse reunido con él durante la visita sorpresa que realizó a la base aérea estadounidense Al-Assad.
Por cierto, en Anbar —donde están enclavadas las insurgentes ciudades de Fallujah y Ramada— se ha producido el 18 por ciento de las bajas mortales estadounidenses en lo que va de año, así que es la segunda provincia en nivel de letalidad.
Y ¿cuál fue la mentirita? Bush dijo: «Agradecemos a las 36 naciones que tienen tropas en el terreno en Iraq y a las muchas otras que están ayudando a esta joven democracia». Lo de «democracia», refiriéndose al país invadido, destruido y ocupado, no merece la pena analizarlo..., pero sí lo del número de aliados en el campo de batalla o con apoyo logístico. Son 22 —no 36— y esta es la lista: Albania, Armenia, Australia, Azerbaiján, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, República Checa, Dinamarca, El Salvador, Estonia, Georgia, Kazajstán, Letonia, Lituania, Macedonia, Moldova, Mongolia, Polonia, Rumania, Corea del Sur, Reino Unido y Japón.
Por cierto, Polonia y Dinamarca anunciaron que se retirarían este año; el Reino Unido ya eliminó su cuartel general en el palacio de Basora y ha reducido casi al mínimo su presencia, comparada con los 40 000 hombres que llegó a tener en el momento de la invasión.
Siete de los países mencionados tienen menos de cien hombres; y las tropas acompañantes apenas suman un irrisorio 14 200 en el terreno (17 000 en todo el teatro de operaciones) junto a los 168 000 efectivos estadounidenses que pisotean a Iraq.
Como colofón de la mentira le recordamos que a lo largo de estos cuatro años y medio de guerra, lo han abandonado Hungría, Nicaragua, España, República Dominicana, Honduras, Filipinas, Tailandia, Nueva Zelanda, Tonga, Portugal, Singapur, Noruega, Ucrania, Holanda, Italia y Eslovaquia.
Pues sí, puede verse claramente que Estados Unidos está «ganando» la guerra y que el W. Bush tampoco sabe contar.