Ponerse el short o la bata de casa no significa para quienes dirigen poner en reposo los compromisos. Sus responsabilidades continúan en la calle y en el hogar; y son más viscerales que mantener confiables las finanzas de una empresa y superar el récord productivo cada año.
La congruencia entre lo que se es y se siente debe ser la piedra filosofal que convierta cada aspiración en realidad, y no los ardides archiconocidos, como la adulonería a los superiores, según le recordó hace poco un adolescente al padre, luego de que este fuera descortés con un compañero de aula que visitaba el hogar; y él interpretara la acción como rechazo al amigo de procedencia humildísima.
El vástago trasladó a sus orígenes a quien inculpó de ser víctima en ocasiones de una amnesia provocada por la autoridad. Lamentó que en ese instante olvidara los taburetes, la cobija de guano y la decencia que tanto alude cuando quiere agradar.
«La amistad vale más que un trozo de damasco», le lanzó al padre mientras este trataba de convencerlo de que en los muebles no debían sentarse con ropa sudada, porque eran demasiado caros como para abandonarse a ese gusto.
Aquel episodio, escuchado sin el menor esfuerzo desde un escenario cercano al de los sucesos, tuvo por clímax que el jovencito le echara en cara al «oponente» las reiteradas fiestas con superiores u homólogos, en las cuales los hijos de estos retozan, sin que nadie llame su atención, en los mismos muebles de donde fue echado su condiscípulo.
El padre enmudeció cuando aparecieron en medio de la contienda los preceptos de Martí enseñados por él mismo a su hijo, y jugaron su papel los valores fraguados en el aula, bajo la conducción de los «padres intelectuales», como Edmundo de Ámicis llamó a los maestros, en su libro Corazón.
Las reflexiones del joven resumieron que tener más no significa merecer más; y que en la actitud de su padre prevalecía la doble moral, imperdonable en alguien con un prestigio reconocido socialmente. Cumplíase, además, la proverbial sentencia de que tus hijos te amarán, pero te juzgarán siempre con una vara mucha más alta que la aplicada a ellos.
Confiado de la vergüenza del compañero, aquel muchacho dio por seguro que este no pondría nunca más un pie en donde fue vapuleado. Con una garantía absoluta dijo que por suerte existía la escuela donde todos eran iguales y amigos.
Llevar el aula en el corazón parece ser remedio infalible contra la vanidad. Lo corroboré aquella tarde en que con el pretexto de proteger un sofá tres personas fueron avergonzadas hasta el mismísimo dolor.
Ojalá que aquellos que olvidaron las horas de los pupitres se mantengan alejados de responsabilidades donde la consecuencia es condición permanente.
Vale mucho que nuestros jóvenes lleven en la «manzana del pecho», las lecciones de sus maestros, los buenos libros y el coraje de emplear con bondad lo aprendido.
La Batalla de Ideas que libramos, incluye de manera especial, la congruencia entre el ser y el pensar. Teniendo los valores por arma no es utópico enderezar lo torcido y librarnos de los fantasmas que, a veces con rostros hasta respetables, eclipsan la autenticidad de una sociedad hecha a puro latido de corazón.