Un paneo a vuelo de pájaro de las variantes expresivas que asume en la actualidad el audiovisual mercantil a escala planetaria arroja el predominio de un concepto pro fálico en la puesta en escena de no pocas de sus concreciones.
Tomemos por caso uno de los géneros más apelados de la industria para promover su música y sus artistas en los tiempos que corren: el video clip, cuyo espacio de aparición por excelencia es el medio más visto del universo, la televisión.
Como la nuestra no es precisamente huraña a regalarnos lo último que se cocina en esas calderas, podemos —con visión bastante completa—, evaluar el fenómeno.
Entre las circenses contorsiones del trasero de Beyonce, las mini de Paulina Rubio, los caderazos de Shakira o las constantes alusiones lúbricas de Mariah Carey, hemos conformado una caracterización de la para nada asexuada estética del exhibicionismo que nutre estos productos.
Pero no se trata solo de mostrar o aludir. No, aparejado a esto existe una marcada propensión fálica de ningún modo embozada, ni siquiera disimulada. Antes bien, francamente directa y sin medias tintas.
La mayoría de estas y otras cantantes, son dirigidas en los clips de marras bajo un interés expreso de supeditarlas a la prepotencia masculina. Ello, transmitido según la opción más primaria posible: el gesto procaz, el ademán sórdido, la sugerencia corporal salaz.
De modo que no es algo extraño ver a la Carey hecha pura baba ante un impresionante rapero negro; como tampoco lo resulta observar a la Pau en posición de jugador de fútbol rugby en saque ante un nervudo mecánico grasiento que opera un gigantesco taladro mecánico. De subliminal, bien poco.
Lo del filón negro no es nada gratuito. Mucho menos casual. Es fruto del estudio de terreno de los «gurús del entertainment». Representa una veta madre estratégica a la cual los dómines del mercado están extrayéndole el zumo, teniendo en cuenta que en el segmento receptor fundamental del mercado de hoy día en Estados Unidos —la juventud— los ídolos negros marcan la preferencia.
Eso, unido a la mitología fálica endilgada a esa raza y su preeminencia en géneros musicales emergentes de gran demanda juvenil, conforma una díada a la que no pueden renunciar los tanques pensantes del entretenimiento.
Y lo trabajan concienzudamente, sin barrera alguna. Cada video precisa ser más osado que el anterior y las féminas deben rebajarse más en planteamientos narrativos y poses que sitúan al macho en inexorable actitud de mando en una supuesta cadena alimenticia sexual.
Si la tendencia continúa, tal como cabe esperar, llegará un punto en que el género femenino quedará reducido a mucho menos que mercancía de feria, a esencia de burdel.
Lindará lo pornográfico, pero no tanto por lo que pudiera mostrarse desde el punto de vista anatómico, sino por el papel de mero objeto (por y para el sexo en exclusiva) al que quedaría reducida la mujer.
Estos clips también subvierten del todo la idea de que una de ellas pueda albergar un mínimo concepto de dignidad o autonomía.
Sin embargo, a la larga el asunto no llega a asombrarnos, habida cuenta de que responde a la óptica ultraconservadora del aparato que lidera el show business en Norteamérica y en buena parte de Latinoamérica y Europa, zonas por lo común copias de aquellos patrones del giro.
Y lo de mostrar al hombre de raza negra como polígamo, soez, libidinoso y abusador contiene toda la saña posible. Lo mismo que el dibujar a sus mujeres como casquivanas, frívolas, ninfómanas y masoquistas.
En tal estima ha tenido Hollywood a la mujer (sobre todo de las minorías étnicas) a lo largo de la historia. Bajo tal prisma la enfocan también los consorcios del espectáculo musical, las discográficas y las productoras de televisión.
Lo que estamos viendo constituye el sedimento de la tradición —en una agresiva e incontinente variante moderna— del triste rol al que ha sido sometido el género femenino en los tiempos «de allá».