El tiempo parece que no ha pasado detrás de los barrotes del viejo ventanal en la residencia ubicada a un lado de la Casa de la Trova, en Trinidad. La voz, intacta. Los acordes, precisos. Los recuerdos, nítidos. Canciones que llegan como marejadas y estrujan hasta las más hieráticas personalidades…
Así transcurren los días de Isabel Béquer Menéndez, más que una Hija Ilustre de la tercera villa de Cuba, un símbolo, un monumento construido con su consagración a la música toda; la perseverancia que desconoció puntos muertos, compromiso eterno con su querida urbe de 505 años de existencia.
Un amor desmesurado por esa dama antigua que brota limpio desde el fondo del azul de sus ojos. Justo desde esas raíces que le desnudan el alma y desbordan una pasión lujuriosa por un terruño encantado que ha sido testigo de sus interpretaciones en distintos rincones.
Heredera de una tradición musical que corre por cada pedacito de la vivienda de patio interior amplio, puertas y ventanas azules y abiertas, siempre, al bullicio turístico de una urbe de hallazgos constantes, «La Profunda», como la bautizó su hermano, mantiene cerca la guitarra.
Con esta ha pujado muchas creaciones que veneran a las calles empedradas; las rejas coloniales, los palacetes y plazuelas encantadoras…
Linda Trinidad de tanta historia/ de palacios y jardines adornados/ yo te llevo siempre en mi memoria/ y yo te brindo mi homenaje más preciado.
Desde su actual escenario: la ventana de su cuarto, se devela otra parte de su historia, que trasciende las noches en vela por descargas y grupos de amigos hipnotizados por los encantos de un jolgorio. Un diario cuelga de las paredes: fotografías amarillas, premios, reconocimientos, recuerdos que transpiran las energías propias de los diferentes momentos.
Los abrazos con Elena Burke, los dúos con Esther Borja, las nostalgias por aquellos días interminables en que la algarabía de los foráneos y los múltiples centros nocturnos no perturbaban la soñolencia de la ciudad. Son demasiados recuerdos… Por eso solo algunos toman las riendas de sus evocaciones. A un lado, su gata negra, que de reojo desde el sillón le sigue cada movimiento; al otro, su inseparable guitarra.
Regresan las miradas de incomprensiones por asumir una vida muy propia; las Semanas de Cultura, como espacio de verdadera amalgama de manifestaciones artísticas; unos auténticos San Juan y unas noches de la trova, donde las canciones de Rafael Saroza y cuanto bardo trinitario se ha enamorado de los olores a mar y montaña.
En la región del Escambray amado/ donde la dulce Trinidad reposa/ perfumada como un pétalo de rosa/ dormita la ciudad policromada.
«Vivir en Trinidad es lo mejor del mundo», dice, mientras quiebra una nota musical para que nadie lo ponga en duda. Y cómo tener tan mala memoria, si cuando Isabel Béquer canta lo hace toda Cuba, aunque la letra sea desconocida. No se trata de que posea una voz única, ni una técnica exquisita al tocar la guitarra y mucho menos por ser la más popular, sino por acoplar los registros del criollismo al arte universal.
Esa es la única manera de que cuando se le escuche se sienta el ritmo de un corazón profundo, repleto de sensaciones, sentimientos, espiritualidad plena que la convierten en eterna, como el arte mismo.
Por ser así, La Profunda ha roto con las modas, con las tendencias y con las melodías intrusas que llegan del frente de su vivienda a ritmo de tambores o músicas del trending topic. Ella se mantiene como la presentan los tantos materiales audiovisuales que no se despiden de Trinidad sin robarle aunque sea un perfil. Conserva su esencia, sostenida por su intuición, talento natural y las herencias bebidas por quienes le abren los brazos.
«Soy La Profunda en la calle con su último detalle y su ritmo sin igual: una guitarra por la mañana, por la tarde y por la noche», alega, mientras que la frase encuentra ritmo de conga con el toque de su dedo índice en la armazón de su instrumento musical, que vuelve a pulsar con alegría otro regalo para ese paisaje que hace melodías con el sonido de cada piedra ubicada al frente del añejo ventanal.
Yo te llevo por siempre en mi memoria/ y yo te brindo mi homenaje más preciado…
Nota: Los textos en cursiva son fragmentos de una canción que Isabel Béquer Menéndez le dedicara a Trinidad.