Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Estados Unidos no hizo su agosto en Afganistán, los afganos tampoco

Una nación en caos regresa a la incertidumbre del caos cuando los talibanes toman Kabul, mientras en Washington buscan culpable con el juego de allí fume…

Autor:

Juana Carrasco Martín

Otra vez los talibanes han tomado Kabul. La guerra infinita contra el terrorismo que George W. Bush, el hijo, inicio contra Afganistán, luego del derribo de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 en un ataque donde los  terroristas que viajaban en los dos aviones eran fundamentalmente sauditas de la red Al Qaeda liderada por Osama bin Laden, ha malogrado tras dos décadas de sangrienta intervención y ocupación militar que, por supuesto, no instauro ninguna «democracia moderna» que nadie le había solicitado.

Es un desastre mayor para los estrategas del imperio que se ha atribuido el papel de gendarme del mundo, fracaso para los políticos y los militares, para los analistas y los influyentes medios que vendieron a los estadounidenses, a sus aliados y al resto del mundo, la necesidad de esa guerra, extendida a Irak, a todo el Medio Oriente, a países de África, a regiones de Asia e, incluso, llevaron el argumento patrañero de «apoyo o refugio a los terroristas» a la región de las Américas.

Un paréntesis imprescindible, no aprendieron de Vietnam. Ahora un refuerzo de 6000 efectivos estadounidenses está en el aeropuerto de Kabul para garantizar la evacuación de los occidentales, el doble del número presente antes de que Biden ordenara la retirada.

Aquel famoso mensaje del 1 de mayo de 2003, con el cual el hijo, me refiero a W. Bush, dijo de la guerra contra Irak  «Misión Cumplida», cuando la catástrofe estaba apenas en sus comienzos, se fue nuevamente a bolina; tampoco concluyo la tragedia centroasiática cuando un operativo de la CIA celebrado en el Situation Room de la Casa Blanca por Barack Obama y su secretaria de Estado Hillary Clinton, encontró y dio muerte a Osama bin Laden —puesta en duda por más de un analista seguidor de las teorías de la conspiración— no en suelo afgano, sino en la localidad de Abbotabbad donde desde agosto de 2010 se venía sospechando que podía esconderse Bin Laden, dijeron informaciones de prensa. Pero Abbotabbad está en Paquistán… no en Afganistán y tampoco en Irak.

Afganistán está nuevamente en manos del movimiento talibán, los mujaidines travestidos armados y financiados por Estados Unidos para la guerra contra las miles de fuerzas soviéticas en el frente afgano.

Si Washington ha perdido otra guerra, quienes han sido verdaderamente destruidos, diezmados, expoliados son los afganos, que no han visto ni de cerca la tranquilidad prometida, pero si el caos bélico y todo lo que conlleva.

Corrupción extendida en una guerra en la cual el actual mandatario estadounidense Joseph Biden asegura que se gastaron 1,2 billones de dólares solo en el entrenamiento de 300 000 soldados afganos que ahora han entregado sus armas y  posiciones sin chistar.

El diario Los Angeles Times, publicaba el sábado los costos humanos y económicos de la que definía como «la guerra más larga» de su país y la cual había recibido «mucho menos supervisión del Congreso que la guerra de Vietnam» y para la que «Estados Unidos tomó prestado casi todos los fondos para financiarla», por lo que «generaciones de estadounidenses tendrán la carga de saldar la deuda».

Los costos estimados de las guerras de Afganistán e Irak —las dos marchaban al unísono y compartían gastos— que Estados Unidos financió con préstamos hasta el 2020 llegan a los 2 billones de dólares en el sistema español y europeo o lo que es lo mismo dos millones de millones, cuyos intereses estimados para el 2050 elevaran la cifra a 6,5 billones de dólares.

Al final, Estados Unidos —su retirada militar se había programado para el 31 de este mes bochornoso en su doble acepción— no hizo «su agosto» en Afganistán. Los afganos tampoco.

Cuando el talibán avanzaba aceleradamente por las provincias afganas este verano de 2021, el presidente Ashraf Ghani —que ya las agencias noticiosas ubican en el exilio— hizo responsable a Estados Unidos de la situación, refiriéndose a la decisión de retirada de las fuerzas estadounidenses. Sin embargo, a Washington no le quedaba más remedio que aceptar una derrotada anunciada desde hace otras administraciones, aunque hoy discuten si achacarle el fracaso a Trump o a Biden; la comunidad de inteligencia alega que ninguno escucho sus advertencias; y el jefe del Pentágono asegura que no tiene planes de renunciar…

En realidad no es cuestión de incompetencia, es la consecuencia final de meterse donde no los llaman.

El movimiento islamista ultraconservador que encabeza Haibatullah Akhundzada, el hijo del mulá Omar y la facción de los Haqqani (considerada un enemigo aún más implacable para las fuerzas gubernamentales afganas y sus aliados estadounidenses), ha dicho tras tomar la capital de la nación: «No nos vengaremos de nadie», y nadie de quienes gobernaban o ejercían alguna autoridad les ha creído y la desbandada les ha llevado en un primer momento a la vecina Tayikistán.

No dejan atrás un paraíso para los 37 millones de afganos que han logrado sobrevivir a 40 años de guerra, pues de acuerdo con la Agencia para el Desarrollo de Estados Unidos, la injerencista Usaid, el 73 por ciento de ellos vive bajo el umbral de la pobreza y 6,8 en riesgo de inseguridad alimentaria aguda. El cultivo de la amapola y la producción de opio —86 por ciento de la elaboración mundial— que volvió a ser la principal actividad del país para beneplácito del narcotráfico y de quienes lo manejan, que no de las arcas tributarias de la desventurada nación, apetecida por sus riquezas minerales y su posición geoestratégica en la disputada región.

Se puede hablar de otros datos nada halagüeños de un presente terrible y nada prometedor, con un futuro más que incierto, pues la guerra sigue ahí y el extremismo talibán regresa… dando también nuevo aire a seguidores de esa línea en países vecinos y como ocurre con los sismos, no se sabe cuáles, dónde y de qué intensidad pueden ser las réplicas.

Esta historia está en desarrollo, tiene muchas aristas y hay que seguir cuáles serán las consecuencias no solo para los dos protagonistas esenciales, Afganistán y Estados Unidos, a los externo y a lo interno, pero también la participación de otros intereses emergentes.

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