Un ciudadano depositando su voto en el correo Autor: Reuters Publicado: 24/10/2020 | 09:11 pm
Fue el escritor portugués José Saramago quien en una ocasión sentenció: «Hablar de democracia es una falacia y una broma de mal gusto», y globalizaba el concepto definiendo que el verdadero poder no está en manos de los políticos y gobiernos, sino en las élites económicas, en las multinacionales.
La actual campaña electoral en Estados Unidos ha sacado a relucir en ciertos círculos una preocupación por el estado y el futuro de la democracia en esa nación, y sobre el poder del voto ciudadano.
Válido el debate, por demás famélico en su repercusión pública masiva, si se tiene en cuenta que en el tira y encoge entre los dos contendientes —el magnate Donald Trump montado en el elefante republicano, y el político de larga data Joe Biden, sobre el burro demócrata—, han manejado un término que pareciera nunca formaría parte de la «pulcritud» y la «transparencia» de las elecciones estadounidenses: fraude.
En el primer debate de campaña donde primaron los mutuos insultos, Trump —quien personalmente ha hecho uso del voto anticipado—, reiteró lo que llevaba semanas diciendo contra esa forma de emitir el sufragio, propiciado en este año 2020 por la mortal pandemia de Covid-19: «Me gustaría que mis seguidores fueran a las urnas y vigilaran con mucho cuidado, porque eso es lo que tiene que pasar, les insto a que lo hagan» … «Urjo a mi gente, espero que esto sea una elección justa (...) con la que estoy al ciento por ciento, pero si veo decenas de miles de votos siendo manipulados no lo puedo tolerar».
Trump insistió: «Esto va a ser un fraude como nunca hayan visto, es algo horrible para nuestro país. Esto no va a acabar bien».
Los temores trumpianos descansan en datos como este. Una encuesta Gallup dada a conocer en la primera semana de octubre mostraba que el 62 por ciento de los demócratas frente al 28 por ciento de los republicanos pretendían votar temprano en estos comicios si continuaba la pandemia —lo cual es un hecho y una amenaza a la salud—, y entre los independientes era el 47 por ciento los que tenían esa intención.
Un dato se sumaba en la investigación de la famosa encuestadora: La brecha de 34 puntos porcentuales entre demócratas y republicanos sobre si planean votar antes del día de las elecciones, sobrepasa en mucho lo ocurrido en las últimas cuatro elecciones presidenciales, cuando apenas la diferencia fue de dos puntos porcentuales entre los partidos.
Por la otra parte, defensores de la democracia han conformado una coalición de más de un centenar de grupos nacionales, bajo la denominación de Protect the Results (Protejan los resultados), que están organizando más de 170 eventos en previsión de lo que pudiera ocurrir en las elecciones del 3 de noviembre.
La puja es al duro, las encuestas están a la orden del día, uno insiste en mítines multitudinarios donde la gran mayoría de sus seguidores van sin mascarillas e irrespetando cualquier medida preventiva recomendada de distanciamiento físico —por cierto, luego han ocurrido aumentos notables de los enfermos por la COVID-19. El otro, más prudente, sigue las normas establecidas por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC); mientras, en las llamadas redes sociales los golpes son bajos, no pocas veces, y cuestan millones, igual que en los medios habituales, sean impresos, digitales o televisivos…
The Guardian dijo recientemente que en 2018 se reveló que Cambridge Analytica, una empresa con enlaces a la campaña de Trump y a Leave.EU (un grupo de campaña política que apoyó la retirada del Reino Unido de la Unión Europea en el referéndum de junio de 2016), recolectó los perfiles de hasta 87 millones de usuarios de Facebook —lo que se considera la mayor violación de datos en la historia moderna—, y se utilizaron para tomar de blancos a los votantes estadounidenses con anuncios políticos personales, y ya se conocen ambos resultados: Trump llegó a la Casa Blanca, donde quiere mantenerse, y el Brexit dispuso el desgajamiento del Reino Unido de la Unión Europea.
Al conocerse esto por el documental The Great Hack y explotar el escándalo, Mark Zuckerberg, cofundador de Facebook y controlador del 88,1 por ciento de las acciones de clase B de Facebook, cada una con diez votos en la reunión anual, fue citado a testificar ante el Congreso por el uso de esos datos, admitió errores y se comprometió a «arreglar» los problemas. En artículo publicado en The Guardian se preguntaba al respecto «Pero, ¿qué ha cambiado?».
Son cientos de miles, más probable millones, los tuits, mensajes, memes y comentarios subidos a la web con virulentos ataques y engañosos datos o aseveraciones falsas por una y otra parte.
Todo el mundo, y esto literalmente se refiere no solo a los ciudadanos de Estados Unidos sino a quienes habitamos esta Tierra, conoce a los dos Partidos de EE. UU., íconos de la democracia, pero… ¿son realmente diferentes el uno del otro en sus posiciones de política interna y externa, varía su visión de EE. UU. como primera potencia mundial ante la que debe inclinarse cualquier otro interés de cualquiera otra nación? ¿Representan verdaderamente los intereses del pueblo estadounidense o responden a los grandes capitales que aportan el millonario financiamiento de las campañas electorales, a quienes tendrán que responder la gratificación con servicio prestado desde las instituciones de Gobierno cuando asuman cargos?
A estas y otras preguntas que desde hace mucho ponen en tela de juicio la supuesta democracia, se le suma otra ¿por qué casi nadie conoce en Estados Unidos la existencia de otros aspirantes a la Casa Blanca, con ideologías definidas y hasta definitivamente contrarias a la clonada por los dos partidos que se alternan de vez en cuando en la Casa Blanca, desde el mismo origen de la nación y que los llamados padres fundadores soldaron a hierro y fuego en el «ideal» de aquellos a quienes consideran ciudadanos e incluso de buena parte del resto del mundo?
No cuentan en el cuento
Sí, en Estados Unidos hay otros partidos y contendientes, pero esos no cuentan en el cuento, probablemente porque traen el mensaje «incorrecto» para el sistema y para las reglas del juego electoral. Por supuesto, para ellos no hay micrófonos en los debates, y sus bolsillos están, por lo general, vacíos o con muy escasos recursos, y es el activismo militante el que les da alguna visibilidad y solo en algunos pocos estados, ciudades o condados.
¿Acaso sabe el conglomerado ciudadano de Estados Unidos que hay otros 21 aspirantes a ocupar el Despacho Oval de la Casa Blanca que constituyen de por sí un panorama verdaderamente plural de la sociedad estadounidense por su procedencia social, creencias y objetivos políticos, ideologías que van desde el conservadurismo acérrimo hasta el socialismo, pasando por la extrema izquierda y la extrema derecha, diversos orígenes profesionales y, por supuesto, étnicos?
El Partido Libertario, el Partido Verde, el Birthday Party, el Partido por el Socialismo y la Liberación, el de la Alianza y el de la Constitución. También están el Partido de la Solidaridad Americana, el Independiente, el de la Prohibición y el de la Unidad, además de Pan y Rosas, el Partido del Voto Aprobatorio, el Progresista, el Socialista de los Trabajadores y el de la Igualdad Socialista, están entre esas agrupaciones partidistas, varias de muy larga data en el panorama político estadounidense, y algunos candidatos hasta van por su cuenta como independientes.
Dicho esto, intente presentarse como candidato presidencial de un tercer partido a ver qué pasa. Tenga en cuenta que el independiente Bernie Sanders se ha presentado en dos ocasiones como aspirante a la candidatura por el Partido Demócrata y la maquinaria partidista ha logrado dejarlo fuera a pesar de su arrastre, fundamentalmente entre los votantes jóvenes, simplemente porque su posición política está lejos de ser mimética.
Por ahora, es suficiente esta descripción de una democracia «bipartidista» muy ajena a lo que ese término supone en el imaginario de los votantes estadounidenses, sometidos en realidad a un juego de las élites que ostentan el poder real económico, por tanto del poder político.
Y este cuento tiene otros capítulos…