El sabotaje a la tienda El Encanto causó la muerte de una de sus trabajadoras, Fe del Valle Autor: Archivo de JR Publicado: 13/05/2020 | 11:34 pm
SU nombre no ha quedado en mi memoria —no éramos condiscípulas en la misma aula en la Havana Business College en 1960-1961—, sin embargo nunca se me ha borrado la figura de aquella muchacha alta y delgada, porque iba permanentemente vestida de un negro cerrado que no encajaba con su edad de adolescente, pero encuadraba perfectamente con su tristeza, y sobre todo no olvido el motivo de su luto: su padre era uno de los estibadores del puerto de La Habana que había muerto en el atroz sabotaje al buque La Coubre en marzo de 1960. Cuando se menciona la palabra terrorismo, siempre recuerdo esa imagen de desamparo paterno.
Desde el mismo momento en que los cubanos decidimos darnos una Revolución, mantenerla, compartirla y desarrollarla, de manera tal que no tenga freno ni parada, hemos sido un pueblo en la mirilla de un Estado practicante del terrorismo. Lista larga la de esas acciones contra Cuba procedentes de arsenales y manuales de guerra de Estados Unidos.
La más reciente: el artero ataque contra la Embajada de Cuba en Washington por un individuo a quien pretenden presentar como un enfermo mental acosado por los miedos a la seguridad cubana, cuando están presentes a diario declaraciones de altos funcionarios de la administración de Donald Trump que instigan al odio y a la violencia contra Cuba, y una cosa lleva a la otra como denunció el canciller, Bruno Rodríguez, en su conferencia virtual el pasado martes.
La agresión sucedió en la madrugada del 30 de abril en una importante avenida de Washington D.C. donde concurren otras sedes diplomáticas, y a relativamente poca distancia de la mansión ejecutiva, ocupada ahora por Donald Trump, la Casa Blanca. y aunque sus pintadas en la bandera de la estrella solitaria pudieran parecer faltas de coherencia, una de ellas dejaba clara la autoría intelectual del evento delictivo: «Trump 2020».
Al mismo tiempo, el Departamento de Estado —que ha optado por un mutismo total sobre el grave atentado terrorista ejecutado por Alexander Alazo Baró—, intenta ahora desviar la atención de sus medios nacionales y los internacionales, poniendo a Cuba en la lista de países que no colaboran con la lucha antiterrorista, cuando el verdadero delincuente terrorista ha sido y sigue siendo Estados Unidos, como parte de su instrumental de guerras sucias.
Como sé más por vieja y por lo que he vivido, presenciado, visto u oído, que por lo leído, me sobran razones, como a cientos de miles de cubanos, para saber dónde está la mano de los asesinos, quién la agita, la emplea, le paga, le brinda impunidad…
Y han sido muchas las alternativas empleadas: eran petardos en los cines y escuelas, quemas de cañaverales, incendios en centros laborales ya en manos de los trabajadores, la terrible muerte de Fe del Valle en la quema hasta sus cimientos de la más lujosa tienda por departamentos del país, El Encanto, preludio de una invasión armada mercenaria que tronchó la vida de inocentes campesinos cenagueros a los que la Revolución transformaba en seres humanos, a milicianos obreros y campesinos gloriosos caídos en defensa de sus conquistas, a los «veteranos» de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional fogueados en el Ejército Rebelde.
Le precedieron bombas sobre centrales azucareros desde el mismo año 1959 y continuaron durante la década de los 60 del pasado siglo, para eso y mucho más crearon un grupo paramilitar en la Agencia Central de Inteligencia, institución que ha estado estrechamente vinculada con esa guerra permanente, y que dirigió desde el 23 de enero de 2017 hasta marzo de 2018 Mike Pompeo, el actual secretario de Estado, uno de los «mudos» de la administración trumpiana respecto al ametrallamiento de la embajada de Cuba en Washington.
Lo dijo él mismo durante una entrevista en la Universidad de Texas A&M, recordando su etapa en la CIA: «Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos y robamos. Teníamos hasta cursos de entrenamiento»… «Era como si tuviéramos todos los cursos de capacitación», y fue recibido con risas y aplausos.
Pero estamos haciendo historia necesaria, y vastos fueron los blancos para los ametrallamientos desde lanchas piratas procedentes de la Florida contra caseríos de pescadores, como el holguinero Boca de Samá, o el terrible incendio del círculo infantil Le Van Than, que puso en peligro la vida de más de 500 pequeños.
DIVERSA Y LARGA LISTA
Y UN CORDÓN UMBILICAL
Que nadie olvide, y el que no vivía entonces, lo conozca ahora: el arsenal terrorista era y es amplio.
En la década de los años 70 fueron plagas y enfermedades esparcidas desde avionetas. Se cuentan 13 las enfermedades de plantas, animales y seres humanos: la roya de la caña, el moho azul del tabaco, la broca del café, el thrips palmi en los cultivos de papa, frijol, pimiento, pepino, habichuela, berenjena, el ácaro del arroz.
También llegaron la fiebre porcina y el dengue hemorrágico.
Así que no esperemos sentados la declaración pública de condena o rechazo a este ataque terrorista. Hay que denunciarlo una y otra vez para que la verdad se abra paso en el marasmo que crea un silencio cómplice. Sin comillas que aporten duda, un SÍ rotundo y en mayúscula: Cuba es una de las principales víctimas del terrorismo de Estado, organizado, financiado y ejecutado por EE. UU., la guerra más prolongada del imperio, junto al bloqueo económico, comercial y financiero. Y no tenemos necesidad de inventar ningún pretexto para anunciarlo y denunciarlo a los cuatro vientos.
Hay otros atentados a embajadas, consulados, diplomáticos, personal y colaboradores cubanos en el mundo. El más bestial, la voladura de la nave de Cubana de Aviación en Barbados, una lista de 73 personas, a las que se unen nombres como el de Adriana Corcho Calleja y Efrén Monteagudo Rodríguez, en atentado dinamitero a la Embajada cubana en Portugal.
Estados Unidos, y más preciso dentro de su geografía, Florida y New Jersey, han sido dos estados de ambientes permisivos para que los terroristas de la Agencia Central de Inteligencia mantengan presencia, vida tranquila de agentes activos o retirados, y total inmunidad e impunidad. No es pequeña la lista que pudiéramos encabezar con Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, pero también Ramón Saúl Sánchez, mencionado nuevamente ahora y al parecer pudiera ser una especie de cordón umbilical de Alazo Baró con el viejo terrorismo.
Una de las preguntas y advertencias que dejó el canciller cubano como obligaciones del Gobierno de Estados Unidos fue «investigar a fondo, con precisión, cuáles son los vínculos, las conexiones de Alazo Baró con grupos e individuos, dentro de Estados Unidos, con una trayectoria conocida de manifestaciones de odio y de instigación a la violencia o, incluso, al terrorismo contra Cuba».
Alazo Baró, en Estados Unidos desde el año 2010, vivió en Miami, se asoció al centro religioso Doral Jesus Worship Center, de Miami Dade, donde se reúnen personas extremistas que favorecen la agresión, la hostilidad y la violencia contra Cuba y también contra Venezuela. Entre ellos está un amigo cercano que lo conoce y aprecia: Leandro Pérez, quien promueve en Facebook el magnicidio contra Raúl y Díaz-Canel y pide ayuda al terrorista Ramón Saúl Sánchez, en cuyo amplio pedigrí ocupan espacio organizaciones violentas del terrorismo de la CIA como la Organización para la Liberación de Cuba, Omega 7, CORU, Alpha 66, Frente Nacional de Liberación de Cuba, Jóvenes de la Estrella y Movimiento Democracia, y Cuba Independiente y Democrática.
Entonces, siga la flecha de quiénes son los terroristas, dónde están, cómo actúan, y cómo el Diablo los cría y los junta. Hay mucho más que contar de lo que en 60 años hemos visto los cubanos y cubanas que tenemos memoria…
La guerra biológica contra Cuba incluyó la introducción de la fiebre porcina con el objetivo de producir inseguridad alimentaria y sanitaria en la isla