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El Salvador... fuera de las urnas

Menos pobreza, acceso universal a la educación y la salud marcan el quehacer del FMLN. Pero las encuestas no permiten pronóstico certero para las presidenciales de este domingo 3 de febrero

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Miles de salvadoreños engrosando las caravanas de migrantes ilegales que se juegan la vida rumbo a Estados Unidos pueden resultar una imagen para graficar el panorama en que tienen lugar, este domingo, las sextas elecciones presidenciales de su país, dos décadas y media después del fin de la guerra.

No se borran exactamente por decreto los lastres sociales y, entre ellos, los altos índices de violencia que dejó un conflicto armado de 12 años durante los cuales murieron decenas de miles de personas víctimas, más que de los enfrentamientos, de las matanzas colectivas a manos de los escuadrones de la muerte y de la represión selectiva, hasta la firma de la paz en 1992.

Ello ha dejado su saga en la ciudadanía, marcada por la marginalidad de las pandillas conocidas como maras, con «estilos de vida» que reproducen lo mal aprendido en EE. UU.: bandas que fueron «importadas» por jóvenes de regreso desde el Norte, quienes hallaron en su patria caldo de cultivo que los empujaba a delinquir, cuando todavía el FMLN no había llegado al poder y este lo detentaba la derechista Arena.

La falta de seguridad podría ser uno de los débitos sociales que esté a la orden del día cuando el electorado concurra a las urnas hoy, a pesar de otras conquistas, a juzgar por lo que aseguran analistas que viven la noticia in situ y se remiten a encuestas que adjudican el triunfo a un candidato postulado por un partido distinto al FMLN y también a la derechista Arena.

Una parte de esos sondeos ha insistido hace meses que el más votado este domingo será Nayib Bukele, un joven empresario que vuelve a querer engatusar diciendo no abrazar ideologías, pero se postula por un partido de la derecha —la coalición GANA—, en tanto líderes del FMLN confían en la posibilidad de la victoria de la mano del excanciller Hugo Martínez, considerado el político de más experiencia entre los contendientes, y remitidos a otros estudios de opinión que pronosticaron, las semanas recientes, un triple empate técnico en el que incluyen a Carlos Calleja, candidato de la coalición donde figuran Arena y los también derechistas Partido Concertación Nacional, Democracia Salvadoreña y el tradicional Partido Demócrata Cristiano.

Aunque el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional concluye ahora su segundo mandato al hilo, diez años de Gobierno del otrora movimiento guerrillero no resultan suficientes para poner todo en orden en un contexto como el que heredó. Sobre todo, porque los hechos acontecen en una nación ubicada en la zona latinoamericana históricamente más relegada, intervenida y dependiente: Centroamérica.

Hablamos de un territorio no solo raigalmente expoliado, sino víctima, además, de la injerencia y las políticas de guerra sucia —que es como se llamaba a fines del siglo pasado a las hoy conocidas como guerras de cuarta generación— instrumentadas desde Washington para detener el avance del sandinismo, derrotar militarmente al FMLN —a la sazón era un movimiento guerrillero— e impedir el avance en Guatemala de la también insurgente URNG.

Los lastres económicos y sociales que no fueron tocados por los Acuerdos de Paz se recrudecieron después de su firma con dos gobiernos de triste recordación: el del proyanqui Francisco Flores, y el de su émulo en sumisión Antonio Saca, ambos pertenecientes a la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), tan vinculada con los crímenes cometidos durante el conflicto armado, y con el nacimiento de los escuadrones.

Durante ese lapso se dolarizó la economía, lo cual dejó atado de manos a un Estado sin capacidad económica para volver a la que fue su moneda nacional (el colón), y se amarró a El Salvador a los tratados de libre comercio con Estados Unidos.

Sin cambios radicales que resultarían complejos para un país tan vulnerable, era difícil engrosar después, mediante el desarrollo nacional, un PIB dependiente de la manufactura —básicamente la maquila— y los servicios, con lo cual cobraron valor las remesas enviadas por quienes emigraban a Estados Unidos u otras naciones del llamado Primer Mundo.

Esa situación se reitera hoy en todas partes del sur subdesarrollado y, por ende, en El Salvador. Según el periódico El Mundo, las remesas llegaron en 2018 allí a los 5 000 millones de dólares, y representaron el 18 por ciento del PIB.

Pero en una década se han hecho cambios. Un estudio de marzo de 2009 realizado por la prestigiosa Universidad Centroamericana (UCA) reflejaba en esa fecha la existencia de un 56 por ciento de la población sin capacidad para comprar alimentos; 19 por ciento de los niños con desnutrición crónica; 43 por ciento de sueldos por debajo del salario mínimo y un desempleo neto del siete por ciento, en tanto la desigualdad y la exclusión —que el estudio consideró los problemas más graves— estaban representadas por el 62 por ciento de los hogares en la categoría de exclusión.

La llegada del FMLN a la presidencia, por primera vez, ese propio año, luego de un crecimiento desde la base que lo había llevado ya a alcaldías y jefaturas de departamentos, puso en práctica programas sociales dirigidos a los sectores más desprotegidos: los niños, a los que se les facilita el acceso a la educación y la salud; las mujeres y los pobres.

Hoy tal accionar se comprueba en los más de 450 000 salvadoreños que salieron de la pobreza, los más de 330 000 que fueron alfabetizados; la universalización y gratuidad de los servicios de salud y la educación de calidad para todos.

Pero, como se desprende de encuestas realizadas por la propia UCA el año pasado, en las expectativas de la ciudadanía tienen gran peso la seguridad (preocupante para un entorno del 40 por ciento de los consultados) y la marcha de la economía del PIB a la vida cotidiana.

¿Otro outsider?

En ese entramado emerge la figura de Bukele, presentado como un candidato que viene de fuera del juego cuando, en realidad, ya ha caminado dentro.

Exmilitante del FMLN, de donde salió —o fue expulsado— por principios encontrados dentro de la organización —se afirma que en octubre de 2017, el Tribunal de Ética lo expulsó por promover la división del partido y difamar de sus dirigentes— Bukele se dio a conocer primero como alcalde «efemelenista» en Nuevo Cuscatlán y luego en San Salvador.

El hecho de que los medios internacionales le cataloguen, no obstante, de outsider, no es lo único que evoca las elecciones recientes en Brasil… con perdón del candidato salvadoreño y su nueva alianza partidista GANA (Gran Alianza por la Unidad Nacional), nacida en 2010 y autocalificada como conservadora y de «derecha popular», con muchos de sus miembros llegados desde Arena.

Además, como cierto aspirante presidencial brasileño también ha hecho en las redes sociales su campaña, sin pisar la calle; prescindiendo del contacto físico con la gente y de los clásicos recorridos proselitistas para presentar su programa, del que se ha dicho poco, salvo que busca el bienestar de la población y se centrará en las comunidades y la familia, creará empleo en la industria y la tecnología.

También insisten observadores foráneos en que una eventual elección suya rompería «el bipartidismo» en el país, en alusión a Arena y el FMLN: pero el Frente es un partido todavía joven, y su llegada a la primera magistratura no puede considerarse como una falsa alternancia en el poder, sino el resultado de un trabajo arduo desde abajo a favor de la población, que ha sido siempre su razón de ser.

¿O es que se quiere imponer al electorado esa línea de pensamiento?

Hugo, Bukele y Calleja son los contendientes de hoy, acompañados por Josué Alvarado, del partido Vamos.

Si ninguno obtiene la mitad más uno de los votos, los dos mejor puntuados irán en marzo a la segunda vuelta.              

Según publicó hace unos días el excomandante guerrillero y ahora reconocido analista, Salvador Samayoa, «lo que tenemos es un sistema de ecuaciones simultáneas con tres incógnitas difíciles de descifrar».

Y remataba, en referencia a las alegadas preferencias por Bukele: «Se ha hablado hasta la saciedad del rechazo de la gente a cualquier partido tradicional, pero eso es en parte realidad y en parte táctica electoral. Lo que sabemos hasta ahora es que los candidatos suman o restan, pero no pueden ganar sin organización ni activistas ni fuerza territorial. ¿Será cierto que eso está a punto de cambiar?»

Los salvadoreños deben escoger hoy entre Nayib Bukele, Carlos Calleja, Hugo Martínez y Josué Alvarado

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