Reproducción pictórica de la Batalla de Taguanes. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:37 pm
«… Aquellos cíclopes que escalaron el cielo y se trajeron de él la banda azul que abrió en dos, para siempre, el antiguo pabellón…», así describió José Martí a los hombres y a las mujeres —de «alma nacarada y aromosa de su flor de café»— de Venezuela. Hablaba de El Libertador Simón Bolívar, de quienes hicieron posible, a lomo de caballo y con la fuerza de sus brazos guerreros, forjar pueblos y naciones en una prolongada lucha por la independencia, que iniciaran en abril de 1810.
En esa historia épica, un lapso destaca con centelleo especial, se le conoce como la Campaña Admirable, iniciada el 14 de mayo de 1813, cuando a Bolívar —refugiado junto con otros oficiales independentistas en la Nueva Granada o Colombia tras la derrota de la I República— se le da el permiso para marchar hacia Venezuela con un ejército integrado por brillantes oficiales granadinos y venezolanos.
Poco antes se había producido la batalla y victoria de Cúcuta (28 de febrero de 1813) y es desde ese punto que comienza la marcha de una tropa que en prácticamente
90 días va a pasar dos veces por dos puntos de Los Andes venezolanos, atravesará siete ríos formidables, bosques y llanos a lo largo de 1 500 kilómetros.
Allí estaban Rafael Urdaneta, José Félix Ribas, Atanasio Girardot, Antonio Ricaurte, Luciano D’Elhuyar, entre otros. Son 500 lanceros y 3 000 caballos, enfrentados a 4 000 efectivos realistas del Capitán General colonial español Domingo de Monteverde en sus comienzos. Cuando finaliza la empresa militar ya eran 10 000 efectivos las fuerzas bolivarianas contra 17 000 de los ejércitos contrarios.
Se desconoce el número de quienes en la infantería y la caballería libertadora mueren en los cruentos combates de aquella acción militar, pero la sangre derramada en la Campaña Admirable permitió formar la
II República en una Venezuela que jamás ha estado dormitando sus glorias, ni postrándose en sus fracasos. Quienes lucharon durante meses con desventaja numérica en la estratégica operación de llegar a Caracas para proclamar nuevamente la República independiente al liberar a las provincias occidentales del país —Mérida, Barinas, Trujillo y Caracas—, le hacen más de 6 000 bajas mortales a los soldados enemigos. Un éxito que se unió a la liberación del oriente por Santiago Mariño y sus fuerzas.
Las acciones
El 23 de mayo de 1813, Bolívar llega a Mérida procedente de San Cristóbal, el pueblo lo aclama como Libertador y el Concejo de esa ciudad de los Andes venezolanos, presidido por Luis María Rivas, lo saluda con estas palabras: «¡Gloria al Ejército Libertador y gloria a Venezuela que os dio el ser, a vos, ciudadano general! Que vuestra mano incansable siga victoriosa destrozando cadenas, que vuestra presencia sea el terror de los tiranos y que toda la tierra de Colombia diga un día: Bolívar vengó nuestros agravios».
Tres semanas después, el 14 de junio, entra en la ciudad de Trujillo y escribe al día siguiente un documento controversial, pero necesario cuando están en juego libertad e independencia frente a la crueldad de los españoles realistas: la Proclama de Guerra a Muerte, donde dice: «…la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infectan y han cubierto de sangre: que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende impunemente a los hijos de América...”.
Se está cumpliendo la estrategia trazada por El Libertador para la expedición que constaba de dos divisiones, a la vanguardia el coronel Atanasio Girardot y en la retaguardia el coronel José Félix Ribas.
Otros 18 días de cabalgadura constante y el 2 de julio, el ejército libertador vence en Niquitao al mando de José Félix Ribas, Rafael Urdaneta y Vicente Campo Elías, quienes hacen 540 prisioneros realistas y parte de ellos se pasan a las fuerzas de los patriotas, y luego tienen otra hermosa victoria —dicen los historiadores— en Los Horcones y Los Pegones. Se afirma que fue un ataque rápido y decidido que hace a los republicanos dueños de la artillería y toman prisioneros a más de 300 hombres.
Mientras, la tropa de Bolívar libera San Carlos, derrota totalmente al enemigo en Taguanes, en las llanuras de Cojedes el 31 de julio de 1813, y con ello prácticamente cierra la Campaña Admirable cuando obliga al realista Domingo Monteverde a retirarse a Puerto Cabello. El 2 de agosto entra a Valencia, donde le espera un pueblo en frenesí, dicen los historiadores. Han ocupado gran parte del territorio de las provincias de Barinas, Mérida y Trujillo.
En Valencia, Bolívar deja como Gobernador Militar a Girardot, y con tropas de este y de Urdaneta continúa la marcha hacia el objetivo principal: Caracas, su ciudad natal, a donde entra triunfante el 6 de agosto, de hace 200 años. Los seguidores del reino de España se atrincheran en Puerto Cabello, Coro y las provincias de Maracaibo y Guayana o huyen precipitadamente en 14 barcos hacia Curazao.
Un puñado de granadinos y venezolanos en ascenso zigzagueante, con avances y retrocesos, maniobras sorpresivas y astucia habían triunfado con sus sables centelleantes de manera fulminante, por su organización impecable en una operación militar de movimiento, rapidez y agilidad para sobreponerse al tiempo y el espacio, como afirman los expertos. Por todo eso, había sido una campaña admirable.
El general Mitre, biógrafo de otro grande de la América Nuestra, San Martín, escribió sobre la Campaña Admirable: «Nunca con menos se hizo más».
Bolívar, el héroe caraqueño, no se deja adormecer por el homenaje sincero de más de 30 000 almas de su pueblo en Caracas, cuando declara restablecida la II República, porque también en los llanos de la provincia de Caracas, el jefe español José Tomás Boves, convertido en caudillo de los llaneros, amenazaba con un formidable ejército hacia los valles de Aragua y la capital. El peligro acechaba todavía a la II República.
Sin embargo, en apenas cuatro meses la Campaña Admirable se había convertido en una hazaña de ciclópea, aún cuando quedaba por vencer los antiguos prejuicios de los criollos —la clase dirigente de la independencia— para abrir la vida política y social a los pardos, la mayoría del pueblo; hacer concesiones, tomar medidas radicales, formar la conciencia nacional en todo el pueblo, otra batalla de años, pero a la que el Decreto de Guerra a Muerte había abierto las puertas.
Nuevos descalabros, asimilados como experiencia, y otra lucha larga esperaban para llevar al hombre de las dificultades a saltar todos los obstáculos y fundar otras repúblicas en el continente sudamericano en busca de la unidad y la integración donde no olvidaba en sus sueños de libertad e independencia a la América insular.