Rafael Vicente Correa Delgado, del partido Alianza PAÍS, ejerce como Presidente del Ecuador desde el 15 de enero de 2007 Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:28 pm
«¡Primera vuelta, primera vuelta!». Esa fue la consigna coreada por los seguidores de Alianza País en uno de los tempranos actos preelectorales, cuando todavía las cortinas de la campaña proselitista no se han descorrido en Ecuador y ellos esperan una victoria aplastante de Rafael Correa que lo reelija el 17 de febrero, sin necesidad de ir al balotaje.
A poco más de un mes de las presidenciales, el deseo no parece una quimera. Los primeros sondeos adjudican al líder de Patria Altiva y Soberana una votación que va de los favorables 52 puntos que le confiere la firma privada Cedatos-Gallup al abrumador 62 por ciento que le pronosticó, el último lunes, la empresa Perfiles de Opinión.
Si hubiera alguna disquisición con vistas a las presidenciales ecuatorianas estaría ahí, en la muy sensata posibilidad de que el Presidente obtenga el 50 por ciento más uno de los votos y no haya necesidad de una segunda ronda; pues de lo que no cabe duda es de que Correa resultará triunfador si todo, como se prevé, sigue caminando sobre rieles.
Aunque hay seis candidaturas que le adversan, puede considerarse que no tiene rival en estas elecciones.
Muy lejos de él en las intenciones de voto, su ex ministro Alberto Acosta —economista que ahora se postula al frente de la denominada Coordinadora Plurinacional, identificada de izquierda—, y el candidato del movimiento Ruptura 25, Norman Wray —ex concejal del Distrito Metropolitano de Quito— son dos caras «frescas».
Sin desgaste político también aparece el rostro de Mauricio Rodas, por Sociedad Unida Más Acción (SUMA): un abogado que trabajó para la Cepal y a quien, no obstante, se le tiene por hombre de la derecha.
Los demás, en el disperso abanico opositor ecuatoriano, son los mismos oligarcas y representantes de la vieja partidocracia que volvió anémica a la nación, y que Rafael Correa y Alianza País combatieron desde antes de 2007, cuando llegaron a la presidencia.
He ahí, sin gota de pudor, al ex militar Lucio Gutiérrez, traidor a los indígenas de Pashakutik y al pueblo, quien vuelve por sus fueros después de huir por la puerta trasera del Palacio de Carondelet el 20 de abril de 2005, depuesto por aquel movimiento espontáneo de rebeldía a cuyos protagonistas se les conoció como «los forajidos».
Tan persistente como contante y sonante es su dinero, insiste también en llegar a la presidencia el magnate del banano, Álvaro Noboa, considerado el hombre más rico de Ecuador, y quien fue derrotado en las urnas por el propio Correa en el año 2006. Para entonces ya se había postulado en 1998 y 2002, de modo que esta es su cuarta vez.
Sin antecedentes en estas lides, Guillermo Lasso, ex gobernador de Guayas, fue titular de Economía durante el mandato del defenestrado Jamil Mahuad, y también está «bien dotado»: fue presidente ejecutivo del Banco de Guayaquil y hoy constituye uno de sus principales accionistas.
Es el mejor ubicado del grupo por los estudios de opinión y así y todo apenas se le otorga entre el diez y el 20 por ciento de los votos.
Pero lo importante no es solo lo que digan de ellos los sondeos, sino sus potencialidades frente a un hombre que ya ha dado muestras de lo que puede hacer para cambiar al país. Ninguno ha presentado un programa sólido y creíble, y hasta ahora sus discursos —apunten a la derecha o a la izquierda— solo parecen tener base en el intento de desacreditar —pues no pueden mejorar— la gestión del mandatario.
Si de algo vale la pena retratarlos aquí es para darse cuenta de que fuera de Correa, no parece haber en Ecuador otro líder de su estatura.
Así, se supone que el mayor reto de Alianza País en los comicios estará en buscar la mayoría absoluta que no tiene en el Congreso, para sacar adelante leyes entrampadas por los legisladores de la oposición, según ha dicho el propio mandatario.
Lo que no debería ocurrir
Claro que queda aún poco más de un mes de campaña —los actos abren el 4 de enero y cerrarán el 14 de febrero—, y no faltarán las malas artes de quienes apostarán por una reversión que no solo signifique una marcha atrás en Ecuador, sino en América Latina.
Junto al Socialismo del Siglo XXI liderado por Chávez en Venezuela y la refundación de Evo en Bolivia, la Revolución Ciudadana de Ecuador es uno de los movimientos de cariz más independentista, dignificante y latinoamericanista que tiene lugar hoy en la región.
Como aquellos procesos, este nace a partir de una constituyente que sentó las estructuras legales del «nuevo país» para, a partir de ahí, cambiarlo todo.
En el caso ecuatoriano uno de los primeros propósitos era el enfrentamiento a la desigualdad social y a la corrupción que, junto a la aplicación de las medidas neoliberales, habían convertido a esa nación en una de las más «ingobernables» de Latinoamérica. Tres presidentes fueron depuestos entre 1999 y 2005: Abdalá Bucaram (lo sacó el Congreso), Jamil Mahuad (derrocado por un levantamiento indígena) y Gutiérrez.
Luego del fracaso de quienes esperaron frustrar la reciente reelección del Presidente venezolano, no faltan los que se ilusionen con sacar de en medio, ahora, al dirigente de Alianza País.
El 30 de septiembre de 2010, la intentona golpista disfrazada de motín policial, o viceversa (la inconformidad policial manipulada para dar un golpe), evidenciaron que, como Chávez, el dirigente ecuatoriano también molesta a la derecha.
Y, en verdad, él no se ha andado con medias tintas. Conocido por su postura antineoliberal desde sus tiempos de joven Ministro de Economía del gabinete de Alfredo Palacio —vice convertido en presidente a la salida de Lucio— al llegar a la presidencia, Correa echó de Ecuador al Banco Mundial y rompió los condicionamientos con que el FMI sometía al país; plantó cara frente a transnacionales que depredaron a Ecuador, como la Oxy (la Occidental Corporation), que se llevaba unos 100 000 barriles diarios de crudo de la Amazonia y vendió el 40 por ciento de sus acciones a la canadiense Encana sin autorización de Quito; renegoció y revirtió (igual que Morales) los contratos por la extracción de petróleo que dejaban, antes, las mayores ganancias a las firmas extranjeras y, a la nación, apenas cuatro dólares por cada barril. Puso punto final a las privatizaciones y devolvió su papel rector al Estado.
Aunque no falten colegas que vean en otros procesos una ejecutoria más eficaz en el desmontaje neoliberal, Correa llegó atacando al modelo a fondo.
Pero sus actos más dramáticos no estuvieron solo en lo económico. Pese a las presiones de Estados Unidos, cumplió con el reclamo mayoritario del pueblo y con sus propias convicciones cuando se negó a renovar el convenio que permitía a los militares estadounidenses el uso de la base de Manta. Esa decisión abrió un pequeño, pero humillante agujero a la doctrina de «seguridad nacional» del Pentágono, diseminada en decenas de bases militares para el control de Latinoamérica.
Miembro del ALBA, la nación andina, junto a Venezuela, Bolivia y Nicaragua es una de las voces más altas para reclamar ante Washington los derechos de los pueblos del sur, como lo demostró Rafael Correa con su negativa a asistir a la última Cumbre de las Américas si no se invitaba a Cuba.
Por esas, entre otras muchas razones, no deben extrañar las denuncias según las cuales hay dinero sucio fluyendo para apuntalar a la oposición.
¡No lo dice la izquierda!
Impotentes para impedir el triunfo contundente de Chávez el 7 de octubre, los gurúes del pensamiento y la acción derechista continental estiman que, al menos, habría que detener a Correa.
La consideración no proviene de sectores de izquierda. Fue un ex diplomático británico, Craig Murray —quien estuvo destacado en Uzbekistán—, el primero en develar, en octubre, que la CIA invertirá 87 millones de dólares provenientes de las arcas del Pentágono para desestabilizar a Correa de cara a las elecciones.
El dinero —advirtió— servirá para «sobornar y chantajear a los medios y a funcionarios oficiales (…) Se esperan escándalos mediáticos y salpicaduras de corrupción contra el Gobierno en las próximas semanas».
Más recientemente, un periodista chileno, Patricio Mery, en entrevista concedida al diario ecuatoriano El Telégrafo, también denunció la existencia de dinero sucio para «sufragar» una operación contra el Presidente de Ecuador que, según trascendió, podría llegar al magnicidio… con la agravante de que el dinero provendría del narcotráfico.
En la misma cuerda, la revista mexicana Proceso aseveró que la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. financia «actividades ilícitas» con recursos del narco y especuló que uno de los motivos para el interés de la CIA en conspirar contra la reelección de Correa podría ser el asilo que Ecuador concedió, en su legación diplomática en Gran Bretaña, al director de Wikileaks, Julian Assange.
Es a lo que me refería cuando hablaba de que el Presidente lleva todas las de ganar en el camino a la reelección… «si todo marcha sobre rieles».
Entonces, ¡ojo!: todo indica que hay manos peludas buscando descarrilar el tren.
Cifras que hablan
Esta será la sexta ocasión en que la Revolución Ciudadana se someta a las urnas luego de la Constituyente de 2007, el referendo constitucional de 2008, la revalidación de poderes de 2009, y el referendo y consulta popular de 2011.
Algunos índices que dan cuenta de la gestión de Correa desde su primer triunfo electoral en 2006: el desempleo se ha reducido a alrededor del cinco por ciento, la cifra más baja de la historia reciente; descendió la pobreza extrema del 16,9 al 9,4 por ciento; se han construido nueve mil kilómetros de carreteras y autopistas y se han edificado más de 70 puentes; el salario mínimo se incrementó en alrededor del 50 por ciento; en medio de la crisis mundial y con una economía dolarizada, se espera al cierre de este año un crecimiento del PIB de cerca del 4,5 por ciento.