Rodolfo Monteagut. Autor: Ismael Batista Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
CARACAS.- «Lo verdadero es lo sintético», diría Martí, y breves fueron los momentos para despedir a 80 pedagogos cubanos, integrantes de la Misión Educativa, que partieron de regreso a la Isla cumplidos dos años de deber magisterial, dedicados a hacer florecer las inteligencias del pueblo hermano en asesorías que los llevaron a lo largo y ancho de los 24 estados de la geografía venezolana.
De noche era, que en la República Bolivariana el sol se pone tan temprano como alumbra la mañana, y hubo elogios y abrazos para decir una certeza cuando se rindió homenaje a estos hombres y mujeres, maestros en el aula y en la vida, en un atiborrado salón de la terminal Rampa 4 del Aeropuerto Internacional de Maiquetía.
A nombre de la Oficina de las Misiones, de la Embajada y del Grupo Nacional de Trabajo, Nelson Estrada entregó un Reconocimiento muy especial al profesor guantanamero Rodolfo Monteagut La O, y destacó que en él encarnaban la satisfacción de esas direcciones de los colaboradores cubanos en Venezuela, sobre todo por el ejemplo intachable que dieron, por su disciplina, consagración y convicción de que solo de esa forma se cumple la Misión.
Apenas se le podía sacar palabras al ‘profe’ Rodolfo, segundo jefe de la Misión Educativa y miembro del Grupo Nacional de Trabajo, quien llegó a Venezuela en la función de maestro-misionero –como quería Martí- el 26 de febrero de 2009, para recoger mucha más experiencia de la que ya tenía acumulada.
Y se va –como los 80 maestros de esta ocasión- pudiendo ser catalogado con los mismos nombres con que se designan a los estudiantes venezolanos que cursan los tres escalones dignificantes de la enseñanza para quienes en el momento preciso de la niñez y la adolescencia, no tuvieron la oportunidad de estar en las aulas: patriotas de la Robinson aprendiendo a leer y escribir y cursando hasta el sexto grado; vencedores de la Ribas, quienes luchan por obtener el bachillerato; y triunfadores en la Sucre, convertidos en profesionales universitarios de un país en Revolución.
Han sido eso: patriotas, vencedores y triunfadores, aunque la condición humana, modestia y sencillez les sonroje el semblante, les haga un nudo en la garganta y le brillen más los ojos al escuchar esas calificaciones.
Le sucedió a Rodolfo y también a Flor Fernández, la camagüeyana con 40 años de un magisterio que comenzó en un aula de primaria de la Escuela Manuel Fajardo, de su natal Florida cuando apenas tenía 15 años, y que dirigió aquí la asesoría de la Misión Robinson. Despidiéndola estaban sus colegas venezolanas, agradecidas de tanto conocimiento repartido e intercambiado; sentimientos expresados en un sencillo álbum de fotos lleno de dedicatorias y recuerdos gratos del trabajo y la obra empeñada.
Para Flor, Venezuela ha sido «una escuela, una nueva familia, aplicación y adquisición de saberes, un compromiso… Y me voy más fuerte ideológicamente, más convencida del valor de nuestras dos revoluciones socialistas».
No se queda atrás el tunero Roberto Cuello Medina, quien era el metodólogo provincial de las asignaturas de Humanidades en la patria chica y fungió en la tierra bolivariana como asesor integral en la Parroquia El Junquito, cerro arriba caraqueño, donde encontró –y dejó, aunque él no lo diga- «grandes motivaciones y experiencias de trabajo».
¿Qué se lleva en el morral para su tierra? «La realización de haber contribuido a erradicar el analfabetismo, a que cientos de venezolanos se incorporarán a la batalla por el sexto grado, decenas y decenas se graduaran de bachilleres, y a que cientos de jóvenes se incorporarán a la Universidad y se convirtieran, de excluidos en profesionales de la Revolución.»
Y el profesor Cuello, añade más a esa carga de satisfacción y honor: «El doble compromiso con la Revolución Cubana y la Bolivariana, con Chávez y Fidel, con Bolívar y Martí».
Así, sintético como lo verdadero, lo expresó Crespo, el profesor pinareño: «Nos vamos con el cariño y el reconocimiento de los venezolanos. Eso es más que suficiente».
Y este era el sentir sincero de este contingente que ya debe estar abrazando a los suyos y contando anécdotas muchas de una aventura de privilegio en esta primera trinchera de la Patria Grande, de esa que –recordando nuevamente a Martí- «no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia». Y así lo hicieron.