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No basta con medir

Mientras aumenta el número de pobres en el mundo, los expertos en sacar cuentas —que si bien tienen un fin noble a la larga nada resuelven—  se han dedicado a desarrollar instrumentos para medir, sin encontrar o aportar soluciones precisas

Autor:

Yailé Balloqui Bonzón

Con un plato en la mano, Ashira espera su turno en la cola. Aún no conoce el menú del día. Su mente parece estar lejos y no participa en las conversaciones y risas que tienen otras niñas de su edad. Después, se envuelve en una manta, una de las cientos que un grupo de ayuda humanitaria donó hace algunas semanas. En poco tiempo, está profundamente dormida, solo para despertar a la mañana siguiente y enfrentarse a la misma rutina de la vida en un campo de refugiados.

En otra latitud, Lautaro corre la misma suerte. Tiene nueve años y no conoce otras sensaciones más allá de la necesidad diaria de subsistir. Él, su madre y sus cuatro hermanos no tienen más opción.

Las historias se repiten una y otra vez. Es ilimitada la cifra de pequeños que, aunque no conocen el significado de la palabra pobreza, la sufren desde el primero y hasta el último de sus días. Y no solo quienes conforman el eslabón más débil de la cadena son víctimas de este flagelo.

La pobreza se concibe como la situación que afecta a todas las personas que carecen de lo necesario para el sustento de sus vidas. Es un concepto que no contempla únicamente aspectos económicos, también incluye tópicos de tipo no material y medioambiental.

Y mientras aumenta el número de pobres en el mundo, los expertos en sacar cuentas —que si bien tienen un fin noble a la larga nada resuelven—  se han dedicado a desarrollar instrumentos para medir, sin encontrar o aportar soluciones precisas.

Esta vez han diseñado un nuevo método para cuantificar la penuria y llegar a conclusiones más precisas que, «supuestamente», hace más exacto el cálculo porque utiliza variables como la salud, la educación, el acceso a la electricidad, al agua y a los combustibles.

Bautizado como índice de pobreza multidimensional (IPM) y materializado y financiado por la Universidad de Oxford, en Reino Unido, con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), uno de sus creadores ha dicho que el nuevo indicador «es como una lente de alta resolución que muestra en detalle los problemas que enfrentan los hogares más pobres».

Aunque este estudio no se publicará hasta finales del próximo octubre, sus creadores revelaron esta semana parte de los resultados, luego de analizar datos de 104 países, donde vive el 78 por ciento de la población mundial y evaluar sus carencias a nivel regional, nacional e internacional. Llegaron a la conclusión de que existen 400 millones de pobres por encima de lo que se creía.

No es fácil cuantificar algo así. Los indicadores de los niveles de pobreza hablan de personas y datos que son el resultado, en gran medida, de las políticas públicas aplicadas por esos países; sin embargo, las cifras por sí solas no son capaces de mostrar lo complejo de la realidad.

Lo más importante no es la eficacia del nuevo método. Lo terrible es que, luego de gastar recursos económicos y humanos en analizar, verificar, cuantificar y llenar renglones con números de varias cifras, me pregunto si el instrumento, por sí solo, implique alguna diferencia en el ya ennegrecido mapa global de la pobreza en el que cohabitan Ashira y Lautaro. No creo.

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