En una carta-testamento fechada el 15 de agosto de 1979, José Eulalio Negrín, uno de los emigrados cubanos que a la sazón abogaban por la reunificación familiar y las relaciones Cuba-EE.UU., otorgó poder a sus familiares residentes en Cuba y a las autoridades competentes cubanas para disponer de sus pertenencias personales y para que en caso de asesinato, accidente o sabotaje, su cuerpo fuera trasladado a la República de Cuba y enterrado junto a su padre en el pueblo de Sabanilla del Encomendador, hoy Juan Gualberto Gómez, en la provincia de Matanzas.
La misiva demostraba las amenazas de que Negrín era objeto. En marzo, la organización terrorista Omega 7 había efectuado ya un atentado dinamitero contra el local del Programa Cubano de New Jersey, fundado por él, y se afirma que había recibido otros mensajes de advertencia.
«Por este medio, y hoy en vida, acuso al gobierno de los EE.UU. de conspirar conjuntamente con elementos cubanos falsamente anticomunistas y mafiosos a nivel local, estatal y federal en contra de mi vida y del Programa Cubano de New Jersey», denunciaba también en aquella carta.
Las amenazas se hicieron realidad poco después, el 25 de noviembre. José Eulalio Negrín fue ametrallado en un restaurante en presencia de su hijo de 12 años, un crimen del que se responsabiliza al connotado terrorista Pedro Remón, señalado también como autor del asesinato de Félix García —funcionario diplomático cubano ante la ONU, muerto en septiembre del 80—, y uno de los complotados con Posada Carriles en el frustrado intento de atentado contra Fidel y miles de panameños en el Paraninfo de la Universidad de Panamá, en noviembre de 2000.
El asesinato de Negrín se inscribe en una ola de ataques terroristas no solo contra Cuba, sino para frenar cualquier esfuerzo que buscase un acercamiento hacia ella. El 28 de abril de 1979, Carlos Muñiz Varela, otro joven cubano exiliado, miembro de la brigada Venceremos y fundador de la agencia de viajes Varadero en Puerto Rico, había sido baleado desde un carro en marcha en San Juan.
Entonces, una voz anónima en la radio a nombre de un titulado Comando Cero había advertido que Muñiz era «el primero en caer en esta “conjura fidelista-americana”, pero no el último. Ahora tenemos 74 más que ejecutar». La amenaza, recordada en un reciente artículo por Raúl Álzaga —compañero de Muñiz Varela en la Venceremos y empecinado luchador por la justicia en torno a su asesinato— alude al Comité de los 75, al que pertenecía Negrín, y cuyos miembros ya habían viajado a la Isla. Los criminales habían vinculado con el Comité a Muñiz. Era otro aviso.
El accionar terrorista anticubano proseguiría muchos años después con actos como los implementados contra los hoteles de la Isla en 1997 mediante la contratación de sujetos centroamericanos, y otros hechos menos conocidos que tuvieron por escenario a los propios EE.UU. Según apunta el investigador Saúl Landau, las oficinas de la revista Réplica, dirigida por Max Lesnik, editada en Miami por casi 20 años y que abogaba por el fin del bloqueo, fue objeto de 11 ataques dinamiteros. También en Miami se atentó contra las oficinas de Marazul, otra agencia de viajes a Cuba, víctima de dos ataques incendiarios en agosto de 1996.
Los hechos en torno a Negrín cumplen 30 años, pero el otorgamiento de la impunidad a los protagonistas de tanto crimen les otorga vigencia: también explican contra qué terrorismo luchaban los cinco cubanos que continúan presos en EE.UU.
Cumpliendo los deseos de José Eulalio, sus restos fueron trasladados a Cuba en 1983 y sepultados en su terruño matancero. Su hermano Félix recuerda hoy que fue velado en la Casa de la Cultura, con «la bandera cubana sobre el féretro (…) El pueblo —cuenta— acudió al entierro y se efectuó allí un acto revolucionario».