Luego de incorporarse a la Misión Ribas, Alexander cursa el segundo año del bachillerato. Foto: Calixto N. Llanes, enviado especial Caracas, Venezuela.— «¿Que si me molestaba porque me dijeran malandro? Que va, me gustaba. Me gustaba ser el más sonado de la zona. Quise ser más malandro que el que más lo fuera. Yo vi la película Sicario y la quise superar.
«Eso es lo que yo veía en “El Setenta” —dice—, que si aquel vendía drogas, que si este asaltaba; y sentía curiosidad por hacerlo. Empecé a los 13 años o quizá antes. Mi mamá sufría mucho con nosotros, con mi hermano y conmigo, la hicimos pasar tanto que por fin decidió dejarnos».
Después de más de siete años en tales peripecias, Alexander Machado, el dueño de esta historia, confiesa que no quiere recordar, ni siquiera soñar, con aquel barrio de la parroquia El Valle donde todavía con pantalones cortos aprendió a «jugársela» todos los días, a disputarse las víctimas en la misma zona, en la avenida o hasta en el centro de Caracas, a arrebatar los bolsos, las carteras, a encañonar en la oscuridad o a pleno día, a disparar...
«Es como volver atrás —dice—, yo vengo de la calle, de un antro, y si volviera allá, entonces temo encontrar las mismas amistades, las mismas chicas, las mismas casas, la misma familia... Es como volver atrás; es el enemigo, eso tienta.
Recluido desde hace casi un año en el Centro Cristiano para las Naciones, del municipio Libertador, institución que brinda ayuda a casos como el suyo u otros igualmente en desventaja social, Alexander cursa en el propio lugar el segundo año del bachillerato luego de incorporarse a la Misión Ribas, proyecto impulsado por el gobierno bolivariano para garantizar continuidad de estudios a los venezolanos necesitados.
—¿Qué vas a hacer cuando termines en la Ribas?
—Quiero estudiar Derecho y me estoy preparando poco a poco, todos los días, ahora soy una persona diferente. Pienso ayudar a los muchachos que estuvieron como yo. Porque no es que uno quiera. La idea es ayudar a otros. Nadie nace malandro. La vida es la que te hace malandro.
—¿Te has adaptado fácil a este otro régimen?
—Ningún proceso es fácil al principio, uno pasa pruebas, luchas, y recuerda que aquí uno se enfrenta con muchachos que vienen de lo mismo, de la calle, muchachos más rebeldes que uno incluso, otros menos, entonces son encontronazos, somos como piedras, pero nos amoldamos, uno va chocando y las piedras se van amoldando.
—¿Estuviste detenido alguna vez?
—Nueve veces en el Retén de Menores por robo, por hurto, maltrato, por lesiones, asalto... Siempre me volaba.
—¿Cuándo comenzaste a usar armas?
—Desde niño tenía un arsenal. Antes de venir aquí vendí tres. Las otras las enterré, pero ahora no quiero ni saber donde están.
—¿Hay otros que no han hecho como tú?
—A veces uno piensa que la vida allá lo es todo, que es lo máximo cuando uno tiene una pistola en la mano, o tiene drogas o tiene plata. Yo les digo, pues, que se unan a no-
sotros, que vamos a seguir en este desarrollo social para ayudar a otros.
—¿Y no has pensado en represalias o en ajustes de cuenta por abandonar sus filas?
—Ellos me creen muerto.
—¿No temes volver a aquella vida, volver a la delincuencia?
—Estoy seguro que no. Primero porque yo me siento bien en esta nueva vida que tengo, y segundo porque siento la alegría de mi mamá, la alegría de mi gente, mi hermana que viene a verme y cuando me visita me aconseja, veo a las personas que están aquí conmigo ayudándome... Mi hermano mayor está en las drogas, él sí sigue en la delincuencia, sigue en lo mismo, tiene solo 22 años y yo siento que soy su ejemplo y que algún día él va a cambiar porque me vio cambiar a mí.
—¿Y tu mamá no viene a verte, no sabes de ella?
—Ella está lejos, se fue a Coro. Siempre me aconsejaba, pero como nunca la escuché decidió vender la casa cuando yo estaba preso y al salir, un 14 de abril, día de mi cumpleaños, pregunté a un vecino y me dijo que se había ido. Eso me dio más rabia, me sentí rechazado, me volví loco como quien dice. Hice cualquier cantidad de cosas. Y después de dos años fue que yo vine a cambiar. Ella está en Coro. Me llama y yo le contesto, está un poquito dudosa en el cambio. Tengo dos años sin verla. Yo la espero.