El hombre y las pésimas condiciones de vida empeoran cada día para quienes han sido obligados a dejar sus hogares. Coches bomba calcinados, cadáveres esparcidos por las calles, heridos, transeúntes atónitos, niños y mujeres muertos... día tras día estas imágenes se repiten en la enlutada Iraq, luego de cuatro años de ocupación.
Las condiciones son en extremo difíciles. Solo en 2006 esa violencia dejó un saldo de 34 000 civiles muertos y 36 000 heridos, un promedio de 93 muertos y 98 heridos diarios.
Estas cifras —ubicadas por debajo del número real de víctimas, según varias ONG independientes— ilustran solo una parte de la tragedia que vive el pueblo iraquí.
El conflicto político y militar es ampliamente reportado por la prensa. Todos conocemos diariamente cuántos soldados norteamericanos murieron y cuántos coches bomba explotaron en Bagdad, Basora o cualquier otra ciudad. Pero la tragedia humanitaria de ese pueblo recibe muy poca atención. Prácticamente pasan inadvertidos los cerca de dos millones de personas que han sido desalojadas de sus territorios por la violencia y ahora deambulan por el país necesitadas de alimentos y medicinas, mientras otros dos millones han encontrado refugio en Estados vecinos.
Ese desalojo, en medio de la continua violencia, representa un enorme desafío humanitario y una dificultad extrema tanto para los desplazados como para las familias iraquíes que intentan ayudarles en las comunidades de acogida. La gran escala de necesidades, la violencia y las dificultades en el proceso de desplazamiento hacen de esta situación un problema que está prácticamente más allá de la capacidad de los organismos humanitarios, incluyendo a la Agencia de la ONU para la atención a los Refugiados (ACNUR). Y es un proceso en avance continuo.
EL ÉXODO EN CIFRASLa suerte de ellos también es carga para los hombros de W.Bush. Foto: Tomada de www.nodo50.org Según ha declarado la ACNUR, en 2003, cuando Estados Unidos arremetió contra ese país, ellos desplegaron, junto con numerosos organismos internacionales y ONG, estructuras de asistencia en los países limítrofes con Iraq ante el temor de la llegada de centenares de miles de refugiados. Sus previsiones fueron erróneas. Solo llegaron unos pocos.
Pero, actualmente, cuatro años después, esa bomba de tiempo está explotando y nadie está listo para enfrentar sus consecuencias.
Ese «éxodo silencioso» comenzó a crecer hace dos años y se agudizó a partir del 22 de febrero de 2006, día en que se cometió un atentado contra la famosa mezquita chiita de Askariya, en la ciudad de Samara.
En los últimos meses el número de emigrantes internos fue de 730 000. El fenómeno crece a un ritmo acelerado y oscila actualmente entre 30 000 y 50 000 personas adicionales al mes. Es difícil prever cuántas se quedarán en Iraq y cuántas intentarán salir del país. Urge actuar porque naciones vecinas, sobre todo Siria y Jordania, están rebasadas por el problema.
No es para menos: desde 2003 un millón de iraquíes llegaron a Siria (país con 18 millones de habitantes) y 750 000 se refugiaron en Jordania (con una población de seis millones). Otros 150 000 se instalaron en Egipto, 50 000 en Irán, varias decenas de miles estarían repartidos en Líbano, los países del Golfo Pérsico y Turquía. Unos 20 000 lograron alcanzar Europa; casi la mitad de ellos están en Suecia, y los demás se ubicaron en los Países Bajos, Alemania, Grecia, Gran Bretaña y Bélgica.
Los primeros en dejar Iraq fueron los hombres de negocios, la gente acomodada y profesionales de alto nivel, cuyo papel sería crucial para la recuperación de la nación mesopotámica.
Pero ahora la situación empeoró, y sale gente mucho más humilde, mientras que la mayoría de los primeros exiliados se va empobreciendo...
Al igual que Siria y Jordania, Líbano no es parte firmante de la Convención para los Refugiados de Naciones Unidas de 1951. Por ello, los tres países tienen tensas relaciones con sus comunidades de inmigrantes iraquíes.
«No podemos soportar el flujo de iraquíes. Tenemos que trabajar dentro de los márgenes de nuestras leyes y ya tenemos bastantes problemas», dijo Pierre Efrem, uno de los funcionarios de la seguridad general en Beirut. «La ocupación de Iraq no es en ningún caso resultado de nuestras acciones, sino de las de EE.UU.», añadió. «Occidente no solo está mejor equipado para ocuparse de los refugiados, sino que, además, es su responsabilidad».
El director de la ACNUR, Antonio Guterres, ha descrito la gravísima situación de los iraquíes como la mayor crisis de refugiados desde 1948. En realidad, en algunos aspectos es aún peor.
Mientras los palestinos que huían de sus pueblos y ciudades durante el éxodo ante la desposesión sionista albergaban en su mayoría el sentimiento de que un día retornarían, muchos iraquíes abandonan su país sin albergar siquiera esa esperanza.
UNA CONFERENCIA TARDÍAEl destino de los casi cuatro millones de iraquíes arrancados de sus hogares y trasladados dentro y fuera del país, centró la atención del mundo durante la Conferencia internacional sobre las necesidades humanitarias de los refugiados y desplazados en Iraq y la región, celebrada en abril pasado y organizada por la ONU.
Un poco tarde, Naciones Unidas lanzó un llamado a la Comunidad Internacional sobre la grave crisis humanitaria de esos millones de refugiados y desplazados iraquíes, y evaluó proyectos de ayuda.
Durante la reunión, los 450 representativos de más de 60 gobiernos y organizaciones civiles contrajeron un claro compromiso en ayudar a Siria y Jordania en la atención a los refugiados iraquíes, mayormente mujeres y niños, en lo referente a atención médica y educación.
El gobierno de Bagdad se comprometió a destinar 25 millones de dólares para este fin, lo que podría constituir un cambio importante en el patrón de las relaciones y en las posibilidades para los refugiados en el área, a juicio de Guterres.
El Alto Comisionado para los Refugiados tiene siete oficinas en Iraq atendidas por personal local, pero se espera que cuando supuestamente mejoren las condiciones de seguridad en ese país, pueda establecer una misión internacional en Bagdad.
Por el momento, la planificación de las tareas en la atención de la situación en Iraq está a cargo de sus oficinas en Amman, la capital de Jordania.
OTRO APARTHEIDSin embargo, la precaria situación no es solo para quienes huyen del país, sino también para los que se quedan. Además del olor a sangre y muerte que infunde la nación, existen otros problemas. El Ministerio del Trabajo y de Asuntos Sociales aporta datos que los ilustran.
El 63 por ciento de la población está desempleada, mientras el Ministerio de Finanzas habla de una inflación de 70 por ciento. Los ataques incesantes contra los comercios, la violencia generalizada, los toques de queda, la escasez de corriente eléctrica —disponible cuatro horas por día— y de gasolina —que solo se vende en el mercado negro a precio prohibitivo—, la falta de sistemas de distribución de agua y de drenaje provocaron el colapso total de la vida económica del país y convirtieron la existencia cotidiana en pesadilla.
Por lo menos cuatro millones de personas dependen totalmente de la distribución de alimentos que llegan mediante las diferentes agencias humanitarias involucradas en estos fines. La desnutrición crónica afecta al 23 por ciento de los niños, mientras un 80 por ciento de seres humanos vive en condiciones insalubres, carece de drenaje, servicios de recolección de basura y padece escasez de productos de aseo personal.
La inmensa mayoría de los desplazados y refugiados no están albergados en campamentos, pues quienes quedan en el país viven en casas de familiares y de amigos, o en edificios abandonados. Acoger a los desamparados representa un esfuerzo enorme para quienes los hospedan, pues estos ya viven en situación de suma vulnerabilidad.
Ahora muchos dejan los barrios mixtos sunitas-chiitas de la capital para regresar a sus áreas de origen: el sur para los chiitas, el centro y regiones occidentales para los sunitas. Todos se encuentran agobiados por la corrupción que gangrena al país, la inseguridad endémica que los deja a merced de criminales y fanáticos, el desempleo y las condiciones de vida que empeoran cada día con la ocupación extranjera.
El representante de la ACNUR alertó, durante la Conferencia de abril, que el desplazamiento de millones de sunitas y chiitas hacia territorios separados pudiera crear un nuevo apartheid que traería desastrosas consecuencias a la espiral de violencia. Guterres llamó al gobierno iraquí y a todas las partes relevantes, «y no es difícil entender quiénes son esas partes» —dijo sin decidirse a nombrar a Estados Unidos y el resto de la coalición militar—, para que no se permita que ese apartheid sea establecido.
El pesimismo ahoga a quienes nos hacemos eco de estas tragedias. Luz y progreso no vemos por ningún lado. De no enfrentar de manera determinada la crisis humanitaria iraquí, que ya desborda a Siria y Jordania, corren peligro la vida de millones de personas y el ya muy quebrantado equilibrio regional.
George W. Bush, una vez más, carga sobre sus hombros la suerte de estos millones de hombres y mujeres que viven a merced de la nada.