Durante la semana anterior varias agencias de prensa difundieron los resultados de un sondeo mundial, encargado por la firma de condones Durex a especialistas que encuestaron a 27 000 personas de 26 naciones.
Al margen de la cientificidad del estudio, de la cual no se habla por ninguna parte, la investigación arrojó que Grecia y Japón son los sitios del planeta donde las parejas estables tienen más y menos sexo al año, con 164 y 48 lances en el lecho, respectivamente.
La media mundial de cópulas por calendario completo es 103, según Durex, quien también asegura —no obstante—, que no es en Atenas donde hormonas y feromonas hacen su combinación más lúbrica, sino en Nigeria, México e India, lugares en los cuales la gente dice pasarla mejor en la cama.
La media global de duración del acto sexual, de creerles a los encuestadores, es de 18 minutos; mientras que a nivel mundial solo el 48 por ciento de los interrogados asegura llegar regularmente al orgasmo, y de ellos el doble de hombres (64 por ciento) que mujeres.
De acuerdo con el sondeo, y en lo que constituye uno de sus pocos apartados no estadísticos, aunque no más legitimables, «para los hombres el compromiso hace disminuir la libido, mientras que las mujeres casadas dicen, por el contrario, sentirse más satisfechas», una conclusión cuya impronta falocentrista no debe constituir mera coincidencia.
Meses atrás, un denominado «primer estudio global de comportamiento sexual», emprendido por la London School of Hygiene and Tropical Medicine en 59 países —y publicado en la revista médica The Lancet— aseveraba en cambio que las personas casadas tienen mayor frecuencia de relaciones sexuales de lo supuesto hasta el momento.
Los ingleses expusieron que su análisis pulverizó otra creencia que asocia el comportamiento más promiscuo a escala planetaria con regiones como África, con las tasas más altas de enfermedades transmitidas sexualmente.
«No fue así —señalaron—, pues se reportaron muchos más casos de compañeros sexuales múltiples en países industrializados, donde la incidencia de esas enfermedades es relativamente baja».
Ello prefigura, según el texto de The Lancet, que la promiscuidad parece ser un factor menos importante que la pobreza y la poca educación —especialmente en la promoción del uso de condones— para la transmisión de enfermedades sexuales.
Contenido intencionado y profiláctico a un lado, el discurso no se sitúa muy lejos, en cierta arista, de la tónica del «clamoroso éxito del sexo en el último capitalismo de superconsumo», como denomina a la reciente neoexplosión mundial el escritor español Vicente Verdú.
Y casi nadie se estrella contra las corrientes.
Los sondeos, sean de sexo o de estomatología, no siempre son totalmente fiables, aunque por lo general algo de cierto encierren. Que Durex, sin filiales en este país, no haya tenido en cuenta a los cubanos para el suyo supone casi una herejía. Eso, si no lo descalifica del todo, sí lo reduce.
No es que crea, como Carlos Enríquez, que «nuestra vida nacional gira alrededor del sexo», pero tampoco pienso que el gran pintor, de quien se cumplió medio siglo de su muerte, estuviese del todo descarriado cuando aseguró:
«(...) pisamos sobre una manigua ardiente donde, tras cada matorral, nuestra imaginación cosecha la carne, la lujuria, el pecado batallador y el estremecimiento erótico».
Ignoro si el sondeo de The Lancet, menos factual pero más abarcador que el de Durex, nos llamó a filas. Aquí probablemente no haya llegado aún «la segunda revolución sexual» del mundo industrializado con las ultraliberales megalópolis y el sexo de todo tipo —carnal y virtual— conseguido por la vía digital. Pero, en variante Pijirigua u otras menos ortodoxas, sí que se practica, no pocos pensamos que bien.
Quién sabe si estamos a la par de los griegos, que andan a un paso de hacerlo un día sí y otro no; o si superamos o nos quedamos por debajo de los 18 minutos camino al clímax. El meollo no está en medirlo así. A fin de cuentas, el asunto no es convertir el sexo en un deporte, ni en estadística, que es a veces a lo que lo reducen las encuestas aquí mencionadas, y varias otras.
Sexólogos como Kinsey, de resucitar, no creerían que pese a cuánto se ha ganado en acercamiento y comprensión de la materia, esta sigue arrostrando aún mucho de estereotipo, de mito, de ser vista en términos y moldes deportivos.
El mercantil sondeo de la marca de preservativos lo confirma. Con todo y su pudibundez, parsimonia o contemplación orientales, no deben estar muy contentos en Tokio con sus resultados. Mucho más cuando no es la primera vez que una encuesta define a los japoneses como témpanos.
¿Sayonara a la cama en la tierra del sol naciente? ¿Fuego en los lechos de la nación de Pericles? Todo tiene mucho de subjetivo y preestablecido, como suele pasar cuando se habla de sexo. Es difícil develar completa la faz de la verdad en un asunto tan al interior de las puertas y... de las personas.