No es casualidad que Leonard Weinglass, abogado defensor de los cinco cubanos presos en cárceles norteamericanas, sea el mismo que hace cuatro décadas lo defendiera en el famoso caso de los Siete de Chicago. Entonces, fue uno de los jóvenes encarcelados y procesados por entrar a la Convención Nacional Demócrata de 1968 para protestar contra la Guerra en Vietnam. Ahora escritor y columnista de la revista de The Nation, Tom Hayden sigue siendo un eterno inconforme.
«Un día en Albert, Michigan, cuando yo era estudiante, vino la esposa del presidente sudvietnamita a hablar al campus, se llamaba Madame Lhu. Por esos días, unos monjes budistas se habían inmolado con fuego en Saigón. Cuando le preguntaron sobre el incidente, ella hizo un chiste sobre la carne asada y los monjes budistas prendiéndose fuego, pensando que era gracioso. Esa fue la primera vez que le presté atención al coraje y el heroísmo de los vietnamitas, quienes eran capaces de quemarse a sí mismos para enviar un mensaje a la gente como yo en los EE.UU. El hecho de que esta señora fuese tan insensible, tan aristocrática, me causó un gran impacto».
Las imágenes son tan vívidas que es posible distinguir en él los estados de ánimo de entonces.
«Parece que fue hace mucho tiempo, 1969 —recuerda de aquel proceso de Chicago—, el juez pensó que ordenando nuestra prisión, el movimiento terminaría. Pero usted ve, casi 50 años después, el proceso sigue presente en películas y libros. De modo que se convirtió en un punto de viraje en los 60. Fue como una obra de teatro en la que había de todo: un luchador negro, un hippie, un viejo, un pacifista, un activista anti-Vietnam. Fue una mezcla de casi todo, aunque no había ni chicanos, ni cubanos, ni mujeres. Pero ellas sí estuvieron representadas en las protestas».
La revolución de esta generaciónEl otrora líder estudiantil estadounidense, quien hoy sigue en la lucha contra las nuevas guerras de Washington, considera imprescindible «trasladar las memorias de Vietnam a las nuevas y futuras generaciones; contarles del desastre que dejó miles de muertos, y campos llenos de bombas sin explotar.
«Me encuentro con padres que luchan contra la guerra en Iraq, que les dicen a sus hijos que no escuchen a los reclutadores militares, y me pregunto si ellos pasaron por la experiencia de Vietnam. Esa experiencia no está muerta, aunque parece invisible. Pero la ves en las familias que marchan, que gritan contra los reclutadores en nombre de sus hijos».
A su juicio, el hecho de que ahora el alistamiento sea voluntario, es una diferencia fundamental con los 60. «Cuando estaba en la escuela, sabías que si eras joven estabas en una lista y te podrían enviar a matar. Eso te hacía pensar, crecer muy rápido. Yo podía ser enrolado en la guerra, pero no podía votar».
Si bien ahora los estudiantes no están en la primera línea de las protestas antibélicas, participan. «Si vas a una gran demostración en Nueva York, podrás encontrar que cerca de la mitad son estudiantes de clase media, de clase trabajadora. Tenemos lo que pasó en Seattle en 1999, en las manifestaciones contra la OMC en Québec, Cancún y Génova. Allí todo el mundo era joven. Esto, a la vista de mi generación, fue un acto original de revolución. No fue el acto de otras generaciones, fue el acto de esta generación.
«Todas estas llamadas ‘confrontaciones aisladas’ fueron protagonizadas por jóvenes opuestos al orden mundial; por jóvenes muy originales: artistas, militantes, luchadores con ideas políticas propias.
«El problema actual es que es difícil pelear en dos frentes, y ahora tenemos el rechazo a la guerra en Iraq, y el frente anti ALCA y OMC. Mi esperanza es que todos se unan en las protestas por los derechos de la gente pobre, de los campesinos, de los indígenas y contra las intervenciones militares en Iraq o en Venezuela. Que los dos movimientos se conviertan en uno.
«También el 30 por ciento de los soldados de EE.UU. en Iraq quieren la retirada ahora. En los 60 teníamos esas confrontaciones, una especie de pequeña guerra civil: jóvenes versus jóvenes, los policías reprimiendo a los pacifistas. Ahora, es como si al menos la opinión pública estuviese a favor de dos cosas: detener la guerra y hacer algo a favor de los países del Tercer Mundo, sobre todo por América Latina, enfrentándose a los acuerdos comerciales de la OMC».
Las vidas truncas y el sueñoHayden hace confesiones mientras revela algunos de los resultados de sus investigaciones.
«Quiero ser recordado por mi implicación en el movimiento. Ahora estoy muy interesado en las filmaciones, obras y libros que se están haciendo sobre el tema. He escrito libros sobre historia, sobre el medio ambiente, sobre las bandas callejeras.
«Creo que esas bandas son un diseño de la corrupción del sistema en los EE.UU. Tenemos 150 000 pandilleros solo en California. Es una gran cifra. Hay bandas de emigrantes, de negros, de chinos... Son gente que podrían tener ideas revolucionarias, que podrían organizarse.
«Algunos de ellos salen a la calle con la gente pobre, van a Iraq. Luego se unen a una banda, van a prisión. En el condado de Los Ángeles hay 93 000 jóvenes de entre 18 y 25 años en las calles, sin trabajo y sin escuelas. En California, son 468 000 jóvenes sin empleo. Todo esto tiene mucho que ver con los recortes en los programas de ayuda social y la retirada de inversiones privadas en las zonas más pobres: las inversiones se están concentrando en las zonas más ricas.
«Muchos de ellos se incorporan a bandas, esas bandas se globalizan, y hay algunas que están en más de un estado y tienen seguidores en Colombia, Jamaica, El Salvador y Brasil».
Cuba Linda«Linda», responde escuetamente Tom Hayden, cuando evoca la palabra «Cuba», y deja un mensaje especial:
«Cuba es un símbolo de resistencia al neoliberalismo y al unilateralismo. Allá la gente tiene un gran respeto por la resistencia independiente de Cuba. Simplemente porque no tenemos muchos norteamericanos que defiendan sus creencias sin importar el precio. Cuba está dando un ejemplo de eso. Admiramos el romanticismo revolucionario de los cubanos. Fidel Castro también es un símbolo.
«Es muy bueno que, comparando con la época en que venía aquí, en los 60 o los 70, ahora toda Latinoamérica es solidaria con Cuba. La Isla tiene muchas simpatías, buenas relaciones políticas, culturales y de todo tipo. Cuba ya no está aislada».