Entrar a la sala de prensa de un evento múltiple implica algo similar a aterrizar en la sede de las Naciones Unidas. En un solo espacio físico confluyen periodistas, camarógrafos y fotógrafos de casi todos los rincones del mundo y la experiencia de compartir con tantos colegas puede ser abrumadora y enriquecedora a partes iguales.
En unos Juegos Centroamericanos y del Caribe el contexto cambia un poco. A diferencia de esa suerte de «sala de Babel» que podemos encontrar en unas olimpiadas, aquí el español es prácticamente la única lengua que se habla y por ahí la situación resulta más simple de asimilar.
Alguno habrá que piense en la confluencia de tantos comunicadores latinos e hispanohablantes como el comienzo de un caos tremendo, pero eso (casi) nunca pasa. Aunque existe muchísima conversación en la sala, el respeto entre colegas es la regla común. Así todo, ante la menor variación en los decibeles establecidos, alguien vendrá a llamar la atención, siempre educadamente.
Pero por muy cómodo, interesante y variopinto que resulte el principal recinto periodístico de los juegos, no es allí en donde los profesionales de la información se encuentran más a gusto. Como buenos deportistas frustrados o en algunos casos hasta exatletas reconvertidos en reporteros, estos «personajes» solo alcanzan su verdadero esplendor al pie de la competencia. Es allí donde las grabadoras, los micrófonos y los casi extintos bloc de notas vuelan de un lado para el otro cazando declaraciones, a la vez que los clics y luces de las cámaras se integran a la banda sonora que conforman el público y los protagonistas que buscan sus medallas sobre el tatami, la cancha o la pista.
En paralelo a las competencias que acaparan la atención de estos eventos, de este lado de la barrera los redactores y fotorreporteros también demuestran que son capaces de incluirse en el llamado alto rendimiento. El movimiento constante entre instalaciones, la presión por estar al tanto de las docenas de resultados que coinciden en un mismo lapso y el ansia por las primicias, hace que las exigencias crezcan exponencialmente y el cansancio se acumule luego de más de dos semanas de actividad sin descanso.
Si algo alimenta y mantiene en pie a la prensa es el orgullo de poder contarle a millones de personas las disímiles historias que llueven en estas lides. Incluso en días menos movidos, cuando pareciera que no hay de dónde sacar un texto a la altura de las circunstancias, es la vida misma, con sus luces y sombras, la que le da contenido al «escribidor» que vive de convertir la realidad deportiva en algo más que un simple ganó y perdió.