Neil Baldwin es un tipo singular. Peregrino infatigable, acudía los domingos al Britannia Stadium con la bufanda del Stoke City amarrada al cuello. El fútbol era su droga; los «potters», su obsesión. Blandía con fe una pasión casi exclusiva y encontraba en el club de su corazón un motivo para vivir. Ser Nello, en aquel lejano período finisecular, significaba descubrir en la figura de un hombre el motivo del delirio de toda una hinchada.
Nello es hoy un niño de 75 años con eso que en términos médicos llaman discapacidad; cuentan que su aprendizaje y forma de actuar responde a los mismos criterios que los de un pequeño de diez; en términos de la vida, es realmente una persona fuera de lo común, tan noble que consiguió marcar una pauta, algo así como concretar el sueño de muchos a partir de un ejercicio de perseverancia casi milagroso.
En la década del 90, cuando aún los clubes ingleses se ufanaban de ser clubes humildes, por dos libras los aficionados podían charlar con los técnicos y preguntar hasta el hastío cualquier curiosidad. Y así llegó Nello hasta Lou Macari, entonces entrenador del Stoke, a quien cautivó con su aureola especial, a tal punto que nació entre ambos una amistad perdurable que llevó al fiel devoto potter a ocupar la plaza de utilero del club.
Un día, ante la insistencia de Nello, Macari incluyó a su escudero en la lista de suplentes de un partido amistoso. Fue entonces cuando sucedió una de las historias más hermosas ocurridas sobre una cancha de fútbol: cuando Neil Bardwin salió a calentar, la gente explotó en cánticos, pedían su presencia, querían ver a su gentil héroe entre el rectángulo.
Tiempo después, lo resumiría Lou: «Estar en el banco era para él un sueño hecho realidad. Todo ese día estuvo preguntándome: ¿Me vas a poner a jugar?, a lo que le respondía que no había ni un solo chance, que iba a estar ahí solo para entretener a los hinchas de atrás del arco».
«Mientras hacía la rutina de precalentamiento, todos sus 150 kilos se movían dentro de su camiseta del Stoke y la hinchada se comenzó a volver loca. Ellos lo amaban. Mierda —pensé—, lo voy a tener que poner. Y entonces el cartel electrónico se encendió con el número 15 de Neil Baldwin.
Y así cumplió su sueño, el sueño de todos los enfermos al Stoke, el sueño de aquellos que aun con la inocencia de Nello —o sin ella— todavía se atreven a soñar.
Tiempo después, Lou Macari develaría una charla que describe con precisión de cirujano quién es Neil Baldwin.
Lou: ¿Cómo lo hacés, Nello? ¿Cómo te mantenés siempre tan positivo?
Nello: Siempre quise ser feliz, entonces decidí serlo.