A sus 47 años, Kindelán tira swings y ganchos contra las amenazas del patógeno. Autor: Pascal Guyot Publicado: 16/05/2020 | 07:06 pm
Mucho se ha escrito y valorado acerca del bicampeón olímpico y triple monarca universal de boxeo, el holguinero Mario Kindelán. Recordado por su enorme elegancia entre las cuerdas y poseedor de otros títulos que lo encumbraron, el actual entrenador y jefe de cátedra de la disciplina de los puños en la EIDE holguinera también se ha sumado al enfrentamiento a la COVID-19, ayudando en un centro de aislamiento instalado en la referida escuela deportiva Pedro Díaz Coello.
A sus 47 años, Kindelán tira swings y ganchos contra las amenazas del patógeno, a la espera de otro campanazo exitoso. Todavía hoy aspectos de su carrera pugilística le hacen merecedor de respeto y cariño por parte de sus coterráneos y allende los mares: cuatro fueron los boxeadores aficionados, después reyes orbitales del ámbito profesional, que sucumbieron ante el mejor peso ligero que ha dado Cuba.
Del puertorriqueño Félix «Tito» Trinidad, opina que con él efectuó uno de los combates más importantes de su carrera, cuando estaban los dos en edad juvenil. Ocurrió en el primer evento internacional del muchacho de la Ciudad de los Parques, en Puerto Rico (en Ponce): Tito era fogoso e imponía respeto. Su pegada, desde esa etapa, sobresalía. Él había eliminado al guantanamero Juan Enrique Méndez, uno de los favoritos nuestros para asistir al Mundial.
«Nos medimos en un torneo de preparación y lo dominé, propinándole, incluso, golpes que llevaron a que el árbitro le hiciera dos conteos de protección. Finalmente, no pude ir al Mundial Juvenil de 1990, por una lesión grave (fractura del brazo izquierdo), y Trinidad quedó campeón, en San Juan».
Miguel Cotto, otro boricua, surgió en una escuela de su patria que formaba a excelentes boxeadores, expresa Kindelán, entre ellos el mismo Tito Trinidad. «Su aparición fue paralela a los años, tres en total, en que estuve sancionado por haber dado positivo en una prueba antidopaje (uso del diurético furosemida). Cotto, en América, iba dominando a todos sus oponentes. Sus resultados también los obtuvo en Europa. Nunca habíamos rivalizado y la ocasión se dio en Maracaibo-1998, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe. El público y los entendidos pronosticaban nuestra disputa por el título. Lo superé por 22-4», rememora.
En su debut en Juegos Olímpicos, en Sidney-2000, doblegó, 14-4, por el metal dorado, a otro que luego brilló fuera del amateurismo, el ucraniano Andriy Kotelnik: «Combatimos par de veces, una en una gira por Europa un año antes y en Australia. En la Copa Química de 1999, de Halle, en Alemania, lidiamos fuertemente y le gané por dos puntos, según los jueces.
«Después de ese evento, creció mucho como boxeador. Sin embargo, no pensé que avanzara tanto en el organigrama en Sidney. Levanté la pelea de la Olimpiada a partir del tercer asalto, porque los dos primeros rounds fueron parejos. Su técnica era muy depurada y sus habilidades resaltaban».
Los tres enfrentamientos con Amir Khan, británico de ascendencia pakistaní, fueron interesantísimos, reconoce el bicampeón bajo los cinco aros: «Lo vencí por primera vez en el preolímpico previo a Atenas-2004. Allí le vi cualidades, pero nadie vaticinó que en Grecia llegaría tan lejos.
«En Atenas, al observar sus combates, nos percatamos de cuánto había aumentado el nivel técnico. También su combatividad estaba en alza y con 17 años de edad fue apartando de su camino a contrarios de más relevancia. En la discusión del título, me empleé a fondo. La votación me favoreció, 30-22».
El último pleito Kindelán-Khan aconteció ocho meses después de que el holguinero colgara los guantes, por lo que solo entrenó alrededor de una semana para afrontar el nuevo reto: «Nos habían invitado desde Inglaterra para que Amir se insertara en el profesionalismo y lograra cierta promoción. Aun así, casi sin prepararme, no cedí tan fácil en Bolton en 2005, pues caí, 19-13. Ambos conservamos una relación amistosa y nos comunicamos por correo electrónico».
Entre sus antiguos compañeros del equipo nacional, la mayor rivalidad la encontró en el cienfueguero Lorenzo Aragón: «Su estilo era peculiar, propio de él. Pero no fue a mí solo que se me hizo difícil, en Cuba y en el mundo fue estelar. Los seguidores de mi deporte saben que Aragón se coronó en cinco divisiones distintas en el país y reinó mundialmente».
De sus numerosos triunfos, admite que el del Mundial en Tailandia, en 2003 (en Bangkok), fue el que más le exigió: «En la segunda pelea me lesioné la mano zurda, y en las restantes cuatro disputas subí al ring con esa dolencia. Para titularme, debía doblegar a un púgil local (Pichai Sayotha), y eso siempre es complicado. Hubo hasta algunos ofrecimientos para que vendiera la pelea. El arbitraje también propició que el combate final se enredara. Pero salí con todo y me llevé mi tercer título del orbe, 45-27».
Fueron muchas las propuestas en sus años de actividad sobre el cuadrilátero, a fin de que saltara al profesionalismo. Los promotores del boxeo rentado vivían tentándolo: «Me proponían mucho dinero, inclusive millones de dólares. Quizá lo hacían por mi calidad, pero he pensado que querían privar a Cuba y al Comandante en Jefe de uno de sus atletas más laureados».
Al preguntarle por su coterráneo Ángel Espinosa, fallecido en 2017, responde tajante: «Si hubiera participado en los Juegos Olímpicos a los que Cuba no pudo acudir en la década del 80 por razones conocidas, para mí sería, libra por libra, el mejor boxeador cubano de la historia. Aunque, a mi juicio, se le pudiera catalogar como uno de los cinco pugilistas de la Isla con más talento de todos los tiempos».